𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖔𝖓𝖈𝖊

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Tom entró en la habitación con solo una toalla alrededor de la cintura, y se quedó observando a Rosalie con diversión. Ella, por su parte, lo miró con los ojos entrecerrados, porque le molestaba la luz del sol que entraba por la ventana y la cabeza seguía doliéndole mucho.

—Lo único que lamento es que ya no te me vas a lanzar encima —comentó él, mientras caminaba hacia el armario y sacaba algo para ponerse.

Ella lo miró mal.

—Eso también puedo hacerlo estando sobria.

Él giró lentamente para mirarla y sonrió.

—No sé qué estás esperando.

Ella también sonrió.

—Por ahora, a que se me quite el dolor de cabeza.

—Te lo puedo quitar con magia.

—Mejor no. Me quitarías la cabeza, pero no el dolor.

Ese comentario hizo reír a Tom, y Rosalie pensó en lo bonito que era el sonido de su risa, le parecía que nunca había escuchado nada tan bello. Él se encogió de hombros.

—Que conste que yo quería ayudarte —dijo.

Ella le sonrió, y después recordó que tenía que disculparse con él por lo de la noche anterior.

—Tengo que decirte algo —le dijo.

—Te escucho —respondió él, mientras buscaba un frasco de perfume entre el desorden de ropa que tenía.

—Quiero pedirte disculpas por como me comporté anoche. Creo que te diste cuenta de que bebí demasiado.

Él la miró como si le pareciera un asunto sin importancia.

—No tienes que disculparte por eso.

—Claro que sí. Me imagino lo que estarás pensando de mí ahora.

—Lo único que estoy pensando es que deberías hacerlo mucho más seguido.

Rosalie se sorprendió un poco por su sinceridad. Después de haber pasado tantos años creyendo que sus sentimientos no eran correspondidos, descubrir que sí lo eran, le causaba una sensación de inmensa alegría. En parte, todo el whisky de fuego que había bebido le había ayudado a acabar con la culpa que sentía por estar engañando a Arthur. Ya se sentía mucho mejor, y pensaba en que tenía mucho tiempo todavía para planear cómo decirle que no iba a casarse con él.

El elfo doméstico iba todos los días a llevarles la comida, y cualquier cosa que Rosalie necesitara, pero ese día llegó con una noticia que a ella le pareció muy poco grata.

—El señor Harlaw estuvo en casa anoche —dijo.

—¿Qué dijo? —preguntó Rosalie.

—Que está muy cerca de encontrarla, señorita Rosalie.

Ella se asustó, e intercambió una mirada con Tom.

«Si tengo que matar a ese sangre sucia para que no la encuentre ni la aleje de mí, lo haré sin pensarlo dos veces —pensó él, dispuesto a todo».

Rosalie, por su parte, se preocupó profundamente. No quería que Arthur la encontrara. Quería hablar con él y decirle que no podían casarse porque ella no lo amaba, pero el hecho de que la encontrara y descubriera que tenía algo con Tom, le causaría problemas muy serios. Además, no quería verlo, estaba perfectamente bien ahí con Tom, y más en esos momentos en los que estaban comenzando a construir algo muy especial. Pasó un largo rato muy ensimismada, tratando de encontrar una solución a los problemas tan terribles que se le iban a presentar. Para recuperar en parte su vida de antes, tendría que decir una enorme cantidad de mentiras, pero ni siquiera eso le importaba ya. Si había que mentir, mentiría, pero lo único que quería era seguir disfrutando de lo que estaba viviendo junto a Tom, así fuera solo por unos pocos días más. Sabía que estaba siendo egoísta, porque no se estaba preocupando por el sufrimiento de Arthur, sino por su propia felicidad, pero era la primera vez en su vida que solo pensaba en ella misma. Entonces comenzó a idear el plan que tardaría semanas en perfeccionar, para que cuando fuera inminente que Arthur la encontrara, ella pudiera recuperar su vida de antes sin meterse en problemas.

—Rosalie —la llamó Tom.

Ella salió de su ensimismamiento y lo miró. Él había estado escribiendo un par de cartas para averiguar si era cierto que Arthur estaba por encontrar a Rosalie, y así poder hallar la manera de evitarlo.

—¿Sí? —le respondió ella, y se levantó despacio para acercarse a él.

—Disculpa que interrumpa tus meditaciones, pero es que quiero darte un beso.

A ella le causó gracia eso y sonrió. No podía creer que él estuviera diciendo algo así. Se le acercó un poco más, él la tomó de la cintura y la besó.

«No importa lo que tenga que hacer —pensó ella, mientras lo rodeaba con los brazos, haciendo el beso mucho más apasionado—, pero no pienso renunciar a esto. Esperé muchos años a que sucediera, y ahora que está pasando, no voy a permitir que nada lo arruine».

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora