𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖙𝖗𝖊𝖎𝖓𝖙𝖆 𝖞 𝖉𝖔𝖘

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Pasaron un par de semanas antes de que Rosalie se sintiera completamente recuperada. No había salido a ninguna parte porque Tom insistía en que no era prudente que se paseara por ahí, al menos por un tiempo. La situación en todo el mundo mágico era bastante crítica. Todo el mundo se quejaba de que el ministerio no hacía nada para detener al Señor Tenebroso y a los mortífagos, pero la verdad era que no había mucho que pudieran hacer. Ganaban terreno de una manera irremediable, y Tom ya estaba planeando uno de sus más contundentes golpes de efecto. 

—Insisto en que deberías venir conmigo —le dijo a Rosalie, mientras se ponía la capa, listo para irse a una reunión con sus seguidores. 

—Ya te dije que tengo algo más que hacer —le respondió ella. Se acercó y le dio un beso de despedida.

Él solo asintió, le dio un par de besos más y luego se desapareció. Rosalie fue a buscar una capa para ponerse e irse también. Frente al espejo, se puso la capucha de manera que su rostro quedara más o menos oculto y no fuera reconocible para nadie que pudiera estar por ahí, luego salió y se dirigió al cementerio donde habían enterrado a Flora. Todos esos días había soñado con ella, y pensaba que tal vez ir a visitar su tumba podía ser una manera de decirle adiós y sentirse más tranquila. Caminó despacio, leyendo los nombres escritos en las lápidas, hasta que encontró la que tenía el suyo. Se puso de rodillas sobre la hierba húmeda que cubría el suelo y le habló en su mente. 

Uno de sus antiguos compañeros de la oficina de aurores estaba oculto tras un árbol a varios metros de distancia y al verla, estuvo casi seguro de que se trataba de Flora, que por fin había aparecido. Se debatió unos momentos sobre qué podía hacer, hasta que al final concluyó que tenía que hacer algo para evitar que se marchara. 

¡Petrificus totalus! —dijo en voz baja, apuntándole con la varita. 

Como le daba la espalda, Rosalie no se enteró de nada hasta que el hechizo la golpeó y cayó al suelo, inmóvil. El hombre se acercó y le descubrió el rostro. 

—No puede ser —murmuró—. Pero si estaba muerta. 

Buscó la varita para poder quitársela y luego la tomó con fuerza del brazo para desaparecerse e ir de inmediato a resolver esa confusión, pensando que se trataba de alguna broma de mal gusto con poción multijugos. En cuanto llegó al ministerio, se encontró con Arthur, que estuvo a punto de sufrir un desmayo o algo mucho peor. 

—Yo mismo la maté —decía en voz baja, una y otra vez, mientras se recostaba en la pared más cercana y negaba con la cabeza—. Estoy seguro de haberla matado. No puede estar viva. 

Rosalie tampoco pensaba volver a ver a Arthur nunca más, y en cuanto lo vio, lo primero en lo que pensó fue en que había matado a su hermana, y lo odió como nunca había odiado a nadie antes. Comenzaba a desesperarse, si tan solo se hubiera quedado donde estaba... pero no había nada que hacer, la habían atrapado.  Trató de convencerse a sí misma de que si había podido evitar ir a Azkaban una vez, lo haría dos y más. Pero todo se veía mucho más complicado, y para poder hacer algo, necesitaba que el efecto del hechizo pasara y pudiera moverse. 

El que ella estuviera ahí, causó gran desorden en el ministerio, de inmediato los funcionarios de mayor importancia dejaron lo que fuera que estuvieran haciendo y se reunieron en la oficina del ministro. 

—Hemos sido engañados —decían. 

—Harlaw mintió, ¿a quién demonios mató en lugar de la señorita Prewett? 

—¿Y si la estaba ayudando a fingir su muerte? 

—Si nos estaba traicionando, deberíamos enviarlo a Azkaban. 

—A la que hay que enviar a Azkaban cuanto antes es a ella. 

A pesar de la confusión, coincidieron en preparar de la manera más apresurada, un juicio, a pesar de que la gran mayoría consideraba mejor enviarla a la prisión sin decirle nada a nadie. La llevaron a una sala de piedra de aspecto muy antiguo, y la ataron a una silla justo en medio. Aunque ya podía moverse, Rosalie se sintió todavía más desesperada que antes, más desesperada que nunca. En cuanto terminara el juicio, la condenarían a pasar el resto de sus días en Azkaban, y todo terminaría para siempre. 

«¿Y qué? —pensó después. No sería una cobarde, ella siempre había sabido afrontar las consecuencias de sus actos—Lo que he vivido junto a Tom ha valido toda la maldita pena, así que, si este es el precio a pagar por haberme enamorado de él, pues que así sea». 

A pesar de que la idea de pasar el resto de su vida en una fortaleza llena de dementores asustaba a cualquiera y no podía negar que tenía miedo, lo ocultó lo mejor que pudo. Miró fijamente al ministro y esperó a que hablara.

Tom tenía espías en el ministerio, y como la noticia de que Rosalie estaba viva y que la habían capturado corrió tan rápidamente entre los empleados, le avisaron tan pronto se enteraron. A pesar de que llevaba largo rato discutiendo su plan con sus seguidores y de que llevaba días pensándolo y perfeccionándolo, no dudó ni un segundo antes de cambiarlo todo, aún sabiendo que las cosas podían no salir bien.

—Ahora mismo nos vamos para el ministerio —le ordenó a sus seguidores, que estaban reunidos alrededor de una larga mesa. 

«No me importa si tengo que matarlos a todos —pensó— , por ella haría lo que sea». 


𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora