𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖛𝖊𝖎𝖓𝖙𝖎𝖘𝖎𝖊𝖙𝖊

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Rosalie nunca se había sentido tan mal en su vida. No era la primera vez que la herían, pero ninguna de las anteriores había sido tan grave. Mover un solo músculo era para ella un esfuerzo demasiado grande, y no podía hacerlo. Se sentía débil y era incapaz de abrir los ojos.

«¿Dónde estoy? —se preguntó».

Lo primero que pudo percibir del lugar en el que se encontraba, fue una voz demasiado conocida: la de Arthur.

—Tienen que esperar a que se recupere —decía—, está muy grave, tardará días en despertar.

—¿Y si intentara escapar? —preguntó el ministro de magia.

—Pasará mucho tiempo antes de que pueda siquiera levantarse de la cama. Ahora mismo no representa ningún peligro para nadie.

—Hay que tener en cuenta que su hermano es un mortífago y que al parecer, ella misma hace parte de la organización.

—Por favor, señor ministro, aún es probable que no sobreviva.

A pesar de su estado, Rosalie comprendió que estaba a un paso de ir a Azkaban. Arthur ya había hablado con el ministro de magia y le había presentado el diario de Rosalie como prueba para soportar sus acusaciones. Ella calculó, por el sonido de las voces, que quienes hablaban se encontraban a cierta distancia de ella, y se esforzó por abrir los ojos. Se encontraba en una sencilla habitación en San Mungo, el lugar estaba bastante oscuro, pues la única iluminación provenía de algunas burbujas flotantes que se agrupaban en el techo. Estaba acostada en una cama en medio de la habitación, a su alrededor había más, pero estaban vacías. Se preguntó en dónde estaría Marcus, y la invadió una angustia indescriptible. ¿Y si le había pasado algo grave? A pesar del dolor de cabeza insoportable y la sensación de debilidad, forzó a su mente a inventar algún plan.

«Tengo que salir de aquí —pensó—. De la manera que sea, y tengo que encontrar a Marcus. Si no hago algo, los dos terminaremos en Azkaban».

Cerró los ojos de nuevo justo a tiempo, pues Arthur, que estaba hablando con el ministro afuera de la habitación, abrió la puerta para volver a entrar. Se acercó despacio a la cama, donde Rosalie permanecía sin moverse ni un milímetro, e hizo aparecer un ramo de flores con magia. En la mesa de noche había un florero vacío, las puso ahí e hizo aparecer un poco de agua.

—A pesar de todo —le dijo en voz baja—, nunca quise que te pasara nada malo, Rosalie. No podía dejar de decirle al ministro lo que sé, porque era lo correcto. No sé si decirte que te recuperes pronto, o que mejor no lo hagas, porque todos están esperando a que despiertes para enviarte a Azkaban. ¿En qué momento te enamoraste de alguien tan malvado y peligroso? ¿Por qué, teniendo a alguien que te ama tanto como yo, tuviste que escogerlo a él? Nunca voy a comprenderlo, pero tú tomaste tus decisiones y creo que no hay nada que hacer.

«He estado enamorada de Tom desde que tenía once años —pensó Rosalie—, y no elegí amarlo, pero si pudiera hacerlo, lo elegiría mil veces. Nunca había creído en el destino, pero a veces creo que nací para amarlo. Por eso es que ahora tengo que hacer lo que sea por salir de aquí, no pienso ir a Azkaban ni morir sin haberle dicho al menos una vez que lo amo».

Escuchó los pasos de Arthur alejarse, y luego la puerta cerrarse. Solo cuando la habitación se sumió en el más absoluto silencio, Rosalie se atrevió a abrir los ojos. Por su profesión, su mente estaba preparada para buscar soluciones rápidas a cualquier problema, así que pronto se le ocurrió un plan. Tardó un buen rato en poder levantarse lo suficiente para sentarse en la cama, luego buscó en la mesa de noche, pero no encontró su varita, como era de esperar, así que pasó al plan b. Estiró el brazo e hizo caer el jarrón con las flores. Chocó contra el suelo y se rompió. Rosalie tomó uno de los trozos y volvió a acostarse y cerrar los ojos. Mientras esperaba para hacer el siguiente paso de su plan, pensaba en cómo ir a buscar a Marcus. Estaba decidida a no irse sin él, sentía sobre ella la obligación de mantenerlo a salvo a cualquier precio. Como era muy tarde en la noche, los sanadores pasaban revisando antes del cambio de turno, así que Rosalie esperó pacientemente a que entrara el que iría a verla.

—Sigue sin despertar —le dijo a su compañero desde la puerta.

Entró y se acercó a Rosalie, se inclinó un poco para ver si todavía estaba con vida. Ella tenía el trozo de vidrio del jarrón roto en la mano, hizo un movimiento casi imperceptible y se lo clavó en el abdomen. El hombre se llevó las manos a la herida y ella aprovechó para tomar la varita que guardaba en el bolsillo.

—¡Petrificus totalus! —murmuró.

Tan pronto cayó al suelo, Rosalie se levantó con cuidado de la cama. Estaba obligando a su cuerpo a moverse cuando todo lo que quería era descansar, pero tenía que salir de ahí como fuera, aunque supiera que le podía costar muy caro.

«Antes muerta que en Azkaban —se dijo».

Salió despacio y abrió la puerta con cuidado. No había nadie en el pasillo en esos momentos, pues el otro sanador estaba en la sala que quedaba en frente. Se quedó un momento pensando en cómo iba a encontrar a su hermano en un lugar como ese, y peor, sin que se dieran cuenta de que había escapado. Miró la varita en su mano y la sujetó con más fuerza. Se aventuró a abrir la puerta de la primera sala a su derecha. Buscó con la mirada, allí no estaba Marcus. Abrió las siguientes puertas lo más rápido que pudo hasta que dio con él. Estaba aparentemente bien, despierto y mirando al techo.

—Marcus —lo llamó Rosalie desde la puerta.

Él la miró y en seguida puso una expresión de absoluta incredulidad.

—¿Qué...? —murmuró, pero ella le hizo una seña para que se acercara.

Él se levantó despacio, porque después del fuerte golpe que se había dado, cada vez que se movía, sentía una horrible sensación de mareo.

—Tenemos que irnos de aquí —le dijo Rosalie en cuanto llegó a su lado.

—Pero... —a Marcus le parecía algo casi imposible salir de ahí sin ser vistos.

—¿Quieres ir a Azkaban?

Rosalie lo miró a los ojos. Con la simple mención de ese lugar, Marcus sintió un escalofrío.

—No.

—Entonces vámonos.

Marcus tomó a su hermana de la mano. Siempre la había admirado, pero en esos momentos, lo hizo mucho más. Sabía que ella estaba muy grave, pero había tenido fuerzas para levantarse e ir por él.

«Con razón mi señor está tan enamorado de ella —pensó—, y hacen una pareja increíble».

Caminaron lo más rápido que les fue posible, pero cuando iban llegando a la recepción, el personal del hospital dio la alerta de que se habían escapado y comenzaron a buscarlos por todas partes. A pesar de que sentía que no tenía fuerzas, Rosalie corrió y le pareció inexplicable cómo su cuerpo había sido capaz de hacer eso. Llegaron a la salida y cuando se dieron cuenta, estaban en la acera de una calle de Londres. Rosalie se desapareció con Marcus, sin saber siquiera en dónde aparecería.

Varias horas más tarde, Arthur se enteraba de la huida de Rosalie al mismo tiempo que el ministro. Se sintió estúpido por haberla subestimado. Que se hubiera ido era su culpa, porque había impedido que los otros aurores establecieran turnos de guardia para vigilarla mientras se recuperaba.

«Ella se cambió de bando —pensó—, ahora es el enemigo y tengo que tratarla como tal. Aunque la siga amando, si vuelvo a verla, la mataré. »

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora