𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖛𝖊𝖎𝖓𝖙𝖎𝖚𝖓𝖔

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Rosalie se apareció en la casa de los padres de Arthur. Como era fin de semana, sabía que podía encontrarlo allí, y estaba decidida a terminar con ese asunto de una vez. Tocó con los nudillos en la puerta de madera y esperó. Arthur le abrió, y sonrió al verla, como lo hacía siempre. Pero ella lo miró con seriedad, convencida de que, entre más rápido dijera lo que tenía que decir, mejor.

—Hola —lo saludó.

—Mi vida —le dijo él, e intentó acercarse para besarla, pero ella le indicó con un gesto que no lo hiciera.

—Hoy sí vas a escucharme, Arthur.

Él se dio cuenta de que no había absolutamente nada más que hacer, e intentó resignarse a perderla, aunque su corazón obstinado que la amaba tanto intentaba desesperadamente encontrar alguna manera de retenerla a su lado.

Los padres de Arthur vivían en una bonita casa en Liverpool, que tenía un amplio patio donde crecían flores de todos colores. A Rosalie le alivió darse cuenta de que ellos no estaban, lo último que quería era que escucharan aquella desagradable conversación.

Se sentaron en una mesa afuera, bajo la sombra de un árbol grande y frondoso. Rosalie lo miró a los ojos, y respiró profundo.

—Por tanto tiempo he intentado creer en tus mentiras solo para poder seguir a tu lado aunque sea un poco más, que ahora preferiría que me siguieras mintiendo, porque sé que la verdad me matará —dijo Arthur, y su voz sonaba mucho más dolida de lo que hubiera querido.

—No puedo seguir con esto —le dijo ella, sin rodeos—, no puedo casarme contigo ni seguir con esta relación.

Él cerró los ojos un momento, como si le hubiera infligido una herida mortal, y cuando volvió a mirarla, aquel azul infinito de sus pupilas, solo reflejaba un dolor indescriptible.

—¿Por qué? —preguntó, en no más que un susurro.

—Porque no te amo, y en realidad, nunca lo he hecho —respondió ella, decidida a ser sincera y a dejar por fin de engañarlo.

Para Arthur, era como si el mundo entero se le cayera encima de repente. Había estado tan seguro de que ella lo amaba, que escuchar eso, fue demasiado para él. Le dolía el pecho como si su corazón se negara a seguir latiendo, pero se obligó a seguir mirándola, aunque no podía verla bien porque tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Te juro que intenté amarte —continuó ella, sintiéndose mal por causarle semejante daño a alguien que no había hecho más que amarla—, pero no pude, por mucho que quisiera. Estaba segura de que, con el tiempo, llegaría a amarte como tú lo hacías, pero no funcionó, y sé que pedirte perdón no sirve de nada. Nunca debí comenzar esta relación.

De repente, el dolor que Arthur sentía, se transformó en algo mucho más parecido a la ira. Se puso en pie de un salto y miró a Rosalie acusadoramente.

—No puedo creer que me estés diciendo esto ahora —le dijo, levantando considerablemente la voz—, después de todo lo que he hecho por ti. ¿Quién estuvo ahí para ti durante todos estos años? ¿Quién te apoyó cuando tus padres murieron? ¿Quién te buscó durante todo ese tiempo que estuviste secuestrada y arriesgó su vida para ir a salvarte? ¿Nada de eso tiene valor para ti? Te he amado por todos estos años, pero parece que no ha sido suficiente, parece que no soy suficiente para ti. ¿Qué más podría hacer para que me ames?

Ella sintió esas palabras como un fuerte golpe. Siempre había estado agradecida con él por estar ahí para ella en los momentos más difíciles, pero por mucho que lo había intentado, simplemente no podía amarlo. Era como si su amor solo existiera para Tom, aunque él no había hecho mucho en realidad para ganarse ese amor. Pero las cosas eran de esa manera y no había forma de cambiarlas.

—Siempre te he dicho que te agradezco por todo lo que has hecho por mí —dijo Rosalie, en tono calmado—, pero no es mi culpa no haberme enamorado de ti, y tampoco voy a permitir que me hagas sentir culpable por eso.

—Yo no quiero tu agradecimiento —replicó él—, todo lo que he querido en mi vida, ha sido tu amor.

—Estoy terminando con esto porque no puedo amarte, y no podré nunca. Soy consciente del daño que te he hecho, y sé que no lo mereces.

Arthur dejó de retener las lágrimas, las dejó correr por sus mejillas y quiso dar por terminada esa conversación.

—Vendería mi alma por poder odiarte en estos momentos —le dijo, en un tono cargado de rencor—, pero ni siquiera eso puedo hacer. ¿Tienes a alguien más? Es mejor que me lo digas ahora, porque si llego a descubrirlo por mi cuenta no sé de qué sería capaz.

Rosalie no estaba dispuesta a hablarle de Tom, Arthur no tenía por qué saber nada de eso, así que se apresuró a negar con la cabeza, y mentirle una vez más.

—No —le respondió—, no hay nadie más.

Él pareció un poco aliviado al oír eso.

«Ahora más que nunca, debo mantener mi relación con Tom en el más absoluto secreto —pensó Rosalie».

—Yo no te voy a impedir que me dejes —dijo Arthur, mientras se secaba las lágrimas con la manga de la camisa—, pero sí te voy a decir que nadie te va a amar de la manera en que yo lo hago. Nunca encontrarás a nadie que haga todo lo que yo he hecho por ti. Pero tú decidiste dejarme a pesar de todo, decidiste causarme este dolor. Creo que no tenemos nada más que decirnos.

Rosalie se puso en pie, y le dirigió una última mirada.

—Adiós, Arthur —se despidió—. Espero que algún día puedas perdonarme.

Dio media vuelta y salió de allí, sintiendo una mezcla entre culpa y alivio. Se sentía libre, aunque para eso había tenido que romperle el corazón a quien más la había amado.

Arthur la vio alejarse, sintiendo que se llevaba con ella una parte demasiado importante de él, y que después de ese día, nunca volvería a ser el mismo. Algo había cambiado, y ella lo entendería más adelante.

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora