𝕮𝖆𝖕𝖎𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖉𝖎𝖊𝖈𝖎𝖔𝖈𝖍𝖔

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Tom descubrió que se había equivocado otra vez. En principio había pensado que Rosalie no le haría tanta falta. Estaba seguro de que que echaría de menos su cuerpo, pero después se dio cuenta de que no era así, no era solo eso porque lo que sentía había trascendido de algo físico, y ya era mucho más. Extrañaba escucharla cantar en la ducha, aquellas cosas que le decía a veces y que lo hacían reír, el olor de su perfume, la forma en que lo acariciaba, los besos que le daba y prácticamente todo.

«Esto parece ser algún otro extraño tipo de magia que no había conocido —pensaba— no sé cómo explicar que me esté pasando algo así».

Seguía con su vida, claro que sí, pero muy en el fondo sentía como si algo no estuviera en su lugar, como si fuera un rompecabezas al que le faltaba una pequeña, pero importante pieza.

Entretanto, Rosalie representaba muy bien su papel. Pasó una semana en San Mungo, recibiendo las visitas de sus compañeros de la oficina de aurores y de otros funcionarios importantes del ministerio y repitiéndoles a todos la misma historia trágica.

—Él quería averiguar sobre los planes que tenemos para detener su ascenso al poder —les decía—, y lo que pensamos hacer con los mortífagos.

—¿Y para obtener la información debió usar alguna maldición?

—Claro que sí. Usó la maldición cruciatus muchas veces. O legeremancia, pero por suerte aprendí oclumancia en el curso de auror y no pudo hacer que le dijera ni una sola palabra.

No solo por sus palabras, sino por la expresión que ponía y porque los miraba a los ojos mientras les contaba su trágica historia, todos y cada uno de sus visitantes, quedaron convencidos de que no mentía. Se estaba saliendo con la suya, y estaba muy feliz por eso.

Antes de irse a casa, Rosalie se aseguró de no dejar nada al azar en su perfecto plan. De manera que fue a buscar al sanador, que todavía estaba bajo la maldición imperius, y usó una magia complicada para modificarle los recuerdos de cuando la había atendido, dejándolo convencido de que ella sí estaba muy mal cuando llegó.

«Si alguien le pregunta algo alguna vez, no recordará que yo estaba perfectamente y que solo había bebido un filtro de muertos en vida —pensó Rosalie, muy satisfecha consigo misma».

Arthur había ido a verla todos los días, dos y hasta tres veces en el día. Ella había pensado en cómo decirle lo que tenía que decirle, pero él no hacía más que preguntarle una y otra vez, cómo se sentía, si necesitaba algo, y decirle lo mucho que la amaba. Eso hacía que de nuevo le pesara la conciencia al recordar lo que había hecho, así que concluyó que era mejor no darle más espera a la incómoda y poco agradable conversación que debía tener con él.

Pero no pensaba hablar de un asunto tan serio en un lugar como San Mungo, así que esperó al día que regresaría a casa, para hablar con él allí.

—Te sientes mejor de estar en tu casa otra vez, ¿no? —preguntó Arthur en cuanto entraron en la casa.

—Por supuesto —respondió ella, y compuso una sonrisa de enorme alegría.

Él se había dado cuenta de que ella no tenía el anillo de compromiso, pero eso no le parecía extraño, porque estaba tan convencido de que en todas esas semanas había estado viviendo un infierno, que lo único que pensó, fue en ir a conseguirle otro anillo.

—Arthur —le dijo Rosalie, dispuesta a terminar con todo lo que tenía con él, de una vez. No sabía cómo reaccionaría, pero para ella era urgente decirle, porque ya ni siquiera soportaba estar con él mucho tiempo. No sabía qué decirle, y sentía que las palabras se atoraban en su garganta.

—Dime —respondió él, y le dirigió una mirada cariñosa que hizo que a ella le pesara la conciencia, al menos unas tres toneladas.

—Tengo que hablar seriamente contigo.

Al escuchar eso, él se asustó demasiado. Sentía que ella no era la misma, aunque se lo atribuía a todo eso que él creía que había tenido que pasar durante ese tiempo, pero en esos momentos comprendió que tal vez no era así. Presintió que lo que ella quería era terminar con su relación, y por supuesto que él no quería que eso pasara. Si le había pedido que se casara con él, era porque estaba tan enamorado que pensaba que podría pasar el resto de su vida junto a ella. Pero el inmenso amor que sentía no le permitía ver la realidad claramente y por eso nunca se había dado cuenta de que ella no lo amaba en absoluto y que todo ese tiempo, mientras había estado con él, su corazón y sus pensamientos estaban en otro lado, con Tom. Pero en esos momentos, ante la inminencia del fin de todo entre ellos, sintió un incontrolable afán por retrasarlo.

—Ahora no —le dijo—, no puedo quedarme... de hecho tengo que irme ahora mismo.

Ella lo miró con el ceño fruncido, preguntándose por qué de repente le había dado tanto afán, y comprendió que sería difícil encontrar el momento para decirle todo lo que tenía que decirle.

—Pero... —dijo.

—Nos vemos mañana —la interrumpió él, le dio un rápido beso y salió casi corriendo—. Te amo.

Y se desapareció en la puerta de la casa. Rosalie resopló, pensando en qué podía hacer para que él la escuchara, porque no soportaba seguir en una supuesta relación con él, que en realidad no tenía nada de sincero. Pensaba mucho en Tom, y lo echaba de menos, pero sentía que no podía seguir engañando a Arthur con él. Al día siguiente regresaría al trabajo, y retomaría su vida de antes, porque parecía que todo había salido bien.

«Cuánto daría por que Tom estuviera aquí conmigo —pensó, mientras se sentaba en uno de los sillones de la sala, frente a los retratos de sus padres, que se movían en sus marcos, frente a ella—. ¿En qué momento llegué a quererlo tanto?»

𝓥𝓮𝓷𝓮𝓷𝓸 || 𝓣𝓸𝓶 𝓡𝓲𝓭𝓭𝓵𝓮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora