VIII.- Leo

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Leo

Para estar a no sé cuántos metros o tierra, el laberinto estaba bien iluminado. Bueno, bien para estar debajo del suelo, no bien tipo Casino en Las Vegas. 

Calipso sostenía mi mano; sabía que estaba asustada, detestaba los lugares cerrados. Había vivido sola y encerrada en una isla, después de eso yo también estaría asustado. Frank y Hazel estaban al frente, Hazel guiándonos y Frank asegurándose de que estuviera bien. Sabía que estaba preocupado, no podía culparlo. Estaba consiente de que esto le estaba costando mucho a Hazel.

Gracias a los dioses, Frank tenía las armas. Según los mitos griegos, que no son tan mitos, el único monstruo aquí era el Minotauro, que sabía que Percy había matado ya. Pero no teníamos la seguridad de si seguía siendo el único hasta ahora, o si el Minotauro había "vuelto a la vida" desde entonces. Hombre, creo que 15 años son suficientes para recuperarse. El pensamiento hizo que mi mano fuera hacia mi cinturón de herramientas.

—A la derecha, largo. —Susurró Hazel. No sabía por qué susurraba; tal vez temía lo mismo que yo. Que no estuvieramos solos. 

—¿Cuánto vamos a estar aquí? —preguntó Calipso, que miraba alrededor en busca de alguna señal de que algo habitaba aquí. 

—Si tenemos suerte, unas horas. 

—Gracias a los dioses que la diosa de la suerte es Tique y no Nike, nos iría mal. —Me burlé, recordando nuestro encuentro hace unos años. Frank se giró para hacerme callar con una mirada, sin embargo detecté un atisbo de sonrisa. 

...

—Una hora más de viaje, lo prometo. Estamos cerca. —informó Hazel, y alzó la mano para abrirnos paso en una pared sin salida. Ella estaba cansada, se notaba. Sus piernas temblaban, y cada paso le costaba. 

—Haz, para. Por favor, tienes que comer algo. —pidió Frank, y me miró en busca de ayuda. 

Saqué de mi cinturón un poco de Ambrosía; parecían cuadritos de limón. Se los entregué a Frank. 

—Es mi hermano y no podemos perder tiempo, por favor... No insistan. —respondió, sin embargo tomó la Ambrosía y la comió—. Tenemos que continuar. 

Y quiso dar un paso más, pero se desplomó. Frank evitó que su cabeza impactara con el suelo.

—Rápido, ¿qué hacemos? ¿Tienes alcohol en eso? —preguntó, mientras sostenía la cabeza de Hazel y señalaba mi cinturón de herramientas. 

—No, fíjate que traigo a la Reina de Inglaterra pero nunca alcohol... —dije, mientras sacaba la botellita que siempre cargaba conmigo y se la entregaba al Panda Asiátiaco. 

No me malinterpreten, Zhang me cae bien, simplemente me gusta sacarlo de sus casillas. 

—Chicos... —susurró Calipso, y señaló el lugar por donde habíamos vivido. 

A unos 30 metros, se veía una luz intensa, probablemente provenía de una lámpara de gran potencia. 

Eso de caminar con una luz en medio de una cueva infestada de monstruos es suicidio. 

Había una sombra que se acercaba, y sus pasos resonaban. 

—Frank... Toma a Hazel y corre. Trata de levantarla, tenemos que salir de aquí. —susurré—. Calipso, ve con ellos. 

—No, ni lo pienses, Valdez. No te dejaré solo. 

La miré; era hermosa. Estaba frunciendo el ceño, y seguía siendo hermosa, como la primera vez que la vi. Estaba frunciendo el ceño, también en ese entonces.

—Los alcanzaré después, en serio. Sabes que siempre vuelvo a ti, nena. —dije, para tratar de tranquilizarla. Necesitaba que fuera con ellos; ella tenía que estar segura por sobre todas las cosas.

Planté un beso en su frente, susurré un "te amo" y la vi alejarse junto al Chino Canadiense y Hazel. 

Me escondí entre una intersección, esperando que la sombra se acercara. Para este momento, estaba a menos de 15 metros. Era sólo una persona. 

Y eso era todo lo que sabía de la sombra. 

Pedí un arma, y de mi cinturón de herramienta salió un martillo. 

Perfecto, pensé. No es nada cliché que el arma de un hijo Hefesto sea un martillo.

10 metros. 

Traté de ocultarme en las sombras, y pensé en lo conveniente que sería tener a Nico aquí. Aunque aún me daba algo de miedo, sentía mucho respeto hacia él. Hablamos una o dos veces desde que "volví de la muerte", así que no tengo muchas referencias. Eso sí, ha cambiado mucho.

Ya podía distinguir bien, y estaba seguro de que era una persona; una chica, 15 o 16 años, y 1.60 de estatura. Estaba asustada, y herida en su pie derecho, pues se notaba que intentaba poner todo su peso en su pierna izquierda. 

Probablemente era una semidiosa. 

Y podía quedarme aquí, o podía descubrirlo. 

Y como soy el gran maestro de lo asombroso, me armé de valor y salí de mi escondite. 

—Es mejor que apagues esa lámpara; atraerás monstruos, cariño. Y eso no es bueno en lo absoluto. 

Ella dio un salto, y alzó un pequeño cuchillo de cocina que tenía en la mano izquierda. 

—¿Qui-Quién eres? Tengo un arma y no tengo miedo a usarla. 

—Un cuchillo para mantequilla no es exactamente un arma. ¿De dónde eres y qué haces aquí?

—No... No sé. Y no tengo por qué decírtelo, de todos modos. 

—¿Eres una semidiosa? —Una persona normal me calificaría como un loco y se alejaría, pero ella no era normal, si lo fuera, no estaría en medio de un laberinto con un cuchillo de mantequilla. 

Frunció el ceño. 

—¿Eres un semidios? Oh, qué pregunta más tonta. —Guardo el cuchillo en un bolso del que no me había fijado antes—. La pregunta sería... ¿Griego o romano?

Ahora el confundido era yo. 

—Griego. Tú, ¿eres griega o romana?

—¿Sabes? No me gusta que me llamen cariño, Valdez. 

Mi confusión nunca había estado en tan altos niveles. 

—¿Disculpa, te conozco? 

—Necesito ir al Campamento Mestizo, esta era la vía más fácil, aunque estoy comenzando a pensar que un portal hubiera sido mejor. Bueno, ya no puedo redimirme.

—¿Portal? ¿Qué? ¿Vas a contestar alguna de mis preguntas?

—Umm... No. Ahora, ¿vas al Campamento Mestizo sí o no?

—¿Por qué se lo diría a una completa extraña?

Ella se acercó. 

—No tienes por qué; pero te conviene confiar en mi. 

Y allí los vi, unos intensos ojos violeta mirándome. 

—Mi nombre es Katherine, y necesito ir al Campamento Mestizo. No acepto más preguntas hasta estar allí.

¿Qué piensas hacer? [II Parte]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora