5."Débiles y fáciles de quebrantar."

126 19 0
                                    

Irina

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Irina

Observo mis uñas con atención, quejándome mentalmente por el mal estado de ellas.

Las tengo destrozadas, incluyendo lo mal que se encuentra la cutícula.

Repito el proceso con la otra mano mientras muerdo mi labio. Esto me estresa.

Yo solía ser de esas niñas coquetas que llevan siempre sus uñas pintadas, cada semana de un color distinto y jugando con la rueda de tonos de formas extravagantes. Recuerdo que el primer año que cursé aquí, fui la reina del pintauñas. Tanto es así que las demás chicas intentaban copiar mi estilo, pero les despistaba con mis frecuentes y bruscos cambios.

Pienso en ese año, cuando la felicidad reinaba mi día a día, aunque se tratara de una felicidad engañosa.

Quizá debería volver a pintármelas para volver a sentir lo que sentía la Irina inocente. Por algo se empieza, ¿no?

Vuelvo a colocar mis manos correctamente, la clase de matemáticas me suena totalmente ajena. Agarro el boli y finjo que tomo apuntes cuando en realidad estoy llenando post-its de frases.

Hace poco más de una semana, empecé a leer un libro psicológico, el cual promueve que escribir lo que sientes y luego aplastarlo, es buena manera de encontrar respuestas a nuestras preguntas.

¿Cómo teoría? Una chorrada. ¿Cómo entretenimiento? Magnífico.

Así que es lo que comienzo a hacer, empiezo a escribir verdades como puños en los diferentes papelitos de colores para luego aplastarlos.

En cosa de dos minutos, el pupitre está lleno de bolas de papel completamente arrugadas.

Comienzo a deshacerme de ellos, aprovechando mi localización en el aula. Estoy a apenas dos mesas en diagonal de la papelera. Si me esmero, igual lo consigo. Nunca se me dio muy bien encestar cosas, pero en Islandia tuve demasiado tiempo libre, ya que abandoné las cosas que me gustaban y que me robaban tiempo.

Empiezo a encestar, muchos caen en la papelera, lo sé por el satisfactorio sonido del papel impactando contra la bolsa negra de plástico, un sonido que ahora mismo para mí, es una victoria.

Tuerzo el gesto cuando oigo que un papel impacta con algo que desconozco. Ni ha sido la papelera, ni ha sido el suelo.

Sigo escribiendo cosas cuando de pronto, la luz que hacía de reflejo y me servía para escribir, se apaga. Levanto la vista y maldigo.

Mierda.

El profesor está frente a mí, con los brazos en jarras y con cara de pocos amigos.

Suelto el bolígrafo de inmediato y le sostengo la mirada.

—¿Le parece divertido? —Pregunta impaciente.

—Muchísimo.

—¿Perdón? —Pregunta con un gran grado de indignación y contengo la carcajada.

POR TI © (NUEVA VERSIÓN EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora