¿Dos chicos enamorados encima de una cornisa? Nadie tiene la menor duda de que pretenden acabar con sus vidas, y el barrio entero entra en acción para impedirlo.
Claro que no todo es siempre lo que parece.
¶ Está historia NO es de mi pertenencia, e...
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10 Hoseok
Seguro que alguna vez les pasó: toparse con alguien, saber que uno lo ha visto muchas veces antes, pero ser incapaz de decir quién es.
Eso me sucedió a mí ese día cuando entré a la relojería. Iba en busca de una pila para mi reloj, que se había detenido la noche anterior. Anselmo estaba hablando con este muchacho-cara-conocida y me saludó distraídamente. El otro me sonrió.
— Aquí estábamos comentando sobre el asunto de los chicos, Romeo y Julieta —dijo Anselmo—. Hoseok conoce una parte importante de la historia.
Claro, me dije a mí misma: Hoseok. Recién entonces me di cuenta por qué esa cara me resultaba tan familiar: cuando trabajaba en la relojería, Hoseok había pasado infinitas veces por mi kiosco a comprar cigarrillos. Supongo que fue por eso, porque éramos casi amigos sin conocernos demasiado, que me contó todo. Y todo empieza, evidentemente, con el gato.
Sí, Modesto se había convertido en un verdadero problema en la quinta. Demasiado independiente: era imposible mantenerlo dentro de la casa. Para evitar que cayera en las garras de los perros terminó pasando a manos de Jungkook.
— Tendría que haber hablado más con él antes de dárselo —se lamenta Hoseok, que se siente un poco responsable por todo lo que pasó después. Pero no: la entrega fue rápida. Precisamente allí, en la relojería. Se encontraron una mañana, el gato cambió de manos y apenas hubo algunos comentarios sobre vacunas y alimentos. Hoseok no volvió a saber nada de él hasta ese día, un viernes, en que el mono empezó a gritar.
— ¿El mono? —pregunté yo.
— Sí, yo tengo un mono tití, se llama Simbad.
Hoseok estaba cortando el césped en la quinta aquel famoso día y no oyó nada hasta que apareció el mono lanzando alaridos. Recién cuando apagó la cortadora pudo oír a los perros. Los perros y los gritos. Corrió hasta la puerta y vio una escena que le hizo saltar el corazón: había un chico (recién después reconoció que era Jungkook) tirado en el piso y un perro lo tenía agarrado del pantalón. El más chico estaba acorralado contra la pared por el otro perro. Pálido, parecía a punto de desmayarse.
Cuando les sacó a los perros de encima, Hoseok vio que las cosas eran menos graves de lo que parecían. Jungkook apenas tenía un rasguño en la pierna y el pantalón roto. Taehyung estaba ileso.
Lo peor, en realidad, era el susto.
— Son unos salvajes esos perros —dice Hoseok—, como yo no oía el timbre, los chicos empujaron el portón y entraron: ahí fue cuando se les tiraron encima. Entonces los llevé a mi casa y los invité a quedarse a dormir. Así iban a descansar bien y yo podía acompañarlos al día siguiente con la camioneta hasta la capital.
La pasaron bien aquella noche, recordó Hoseok sonriendo. Comieron, jugaron a las cartas y miraron las estrellas con un telescopio. Y hablaron, claro. Entre otras cosas, del gato. Que era el motivo por el que los chicos habían viajado hasta allí: para que él les sugiriera dónde buscarlo. Por lo menos eso le dijeron. Así, Hoseok les contó la historia, la misma que después me contó a mí. La historia de Modesto. O Molesto.