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11 El doctor Vazquéz

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11 El doctor Vazquéz

Encontrar a un médico de esos que suelen viajar en las ambulancias no es tarea sencilla. Al periodista narigón le llevó varios días de llamados y visitas infructuosas. Finalmente el dato preciso se lo dio una enfermera que le presenté yo.

El día que lo encontramos, el doctor Vázquez estaba de guardia en el hospital y tenía poco tiempo. Y sobre todo pocas ganas. Admitió que había subido a la terraza aquella noche a revisar a los chicos, pero luego se excusó en el secreto profesional: dijo que no podía revelar datos sobre sus pacientes. El narigón insistió mucho, le prometió que no mencionaría su nombre y le ganó, creo, por cansancio. O tal vez porque, en el fondo, Vázquez estaba orgulloso de sus teorías sobre lo sucedido y le encantaba exponérselas a alguien. De a poco le fue contando todo.

— Una situación extraña —recordó—. En un principio fue verdaderamente desconcertante.

— ¿Por qué?

— Porque esos chicos no se comportaban como uno espera que lo haga quien acaba de vivir una situación tan dramática. No lloraban, no parecían desesperados. Por el contrario: se los veía lo más tranquilos. Demasiado tranquilos.

Vázquez y un enfermero subieron cuando los chicos ya se habían bajado de la cornisa. Les bastó un vistazo general para saber que su estado físico era perfecto. El problema estaba, dice el médico, en su condición psíquica. Por eso intentó acercarse a ellos poco a poco: les hizo algunas preguntas generales, para ir ganando confianza. Pero la conversación no avanzaba por los carriles normales.

— Les pregunté, por ejemplo, si estaban muy tristes. El pequeño me contestó que no, que tristes para nada, pero sí muy cansados porque ese asunto les había llevado el día entero.

— ¿Qué asunto? —preguntó el periodista.

— No sé, supongo que se refería a una pelea entre ellos. Yo insistí: pregunté si ya habían hecho eso otras veces. Me refería, claro, a poner en riesgo sus vidas.

— ¿Y qué dijeron?

— El chico me contestó: «No, es la primera vez que subimos a una cornisa. Pero es fácil: fíjese que es muy ancha». Y, encima, después agregó: «No le recomiendo probar ahora, porque se arma un revuelo terrible».

— ¿Eso dijo?

— Ajá. Por eso le digo que yo estaba muy desconcertado al comienzo, hasta temí un brote esquizofrénico, me entienden, problemas mentales. Pero luego comprendí la esencia de su comportamiento.

Se trataba, dijo Vázquez, de una reacción a una situación traumática: negarla por completo. No crean que son mías esas palabras. En esos términos lo explicó el médico: los chicos habían subido a la cornisa tal vez sin intención real de tirarse. Probablemente solo intentaban desafiar a los padres. Pero luego, ante el impacto emocional de verse parados allí, con todo el mundo abajo gritando, habían levantado un muro en sus mentes: para ellos todo eso no estaba sucediendo.

— ¿Cómo que no estaba sucediendo? —preguntó el narigón, que no lograbaseguir el razonamiento de Vázquez

 Bloquearon lo que pasaba, en sus cabezas negaron que existía un peligro real, que sus vidas estaban en juego. Es un mecanismo de protección. Le digo más: actuaban como si los alterados fuesen los otros y no ellos. Y encima, transfirieron el riesgo hacia unos gatos.

 — ¿Gatos?

El periodista abrió los ojos sumamente interesado.

— Sí, una transferencia muy curiosa. Al mismo tiempo que demostraban no tener ninguna conciencia del riesgo que habían corrido, se preocupaban por unos gatos que andaban dando vueltas por allí.

— ¿Qué gatos?

— No sé, unos gatos callejeros simplemente. Pero ellos insistían con que había que rescatarlos. Fíjese qué notable: los chicos no hacían mención a su propio rescate, pero hablaban de salvar a los gatos. Pedir ayuda para los gatos era, estimo yo, una manera de pedir ayuda para ellos mismos.

Aquella noche, Vázquez también habló con los padres, que habían subido poco después que ellos a la terraza. La impresión que tuvo, dice, es que había serios problemas entre padres e hijos. Sobre todo con el papá de Jungkook, que estaba fuera de sí de la bronca. Por eso, él intentó calmarlos y les aconsejó que fuesen prudentes.

— Les dije que probablemente los chicos sufrirían de estrés postraumático.

— ¿De qué?

— El impacto de lo que acababan de vivir llegaría tarde o temprano. Y entonces ellos debían ayudarlos. Les pedí que intentaran entenderlos en lugar de criticarlos. Que aunque no apoyaran su relación, era mejor no intentar separarlos.

— ¿Y qué le dijeron?

— No fue fácil, sobre todo con el padre del chico, que se la pasaba repitiendo: «Habría que darles una buena paliza». Pero al final su mujer logró hacerlo entrar en razones.

— ¿Los volvió a ver?

— No, no los vi más. Y ahora discúlpeme, pero tengo pacientes que esperan.

Vázquez dio media vuelta y se fue. El narigón se quedó parado allí, en el pasillo del hospital, garabateando algunas palabras en su anotador. Estaba contento. Me dijo que sentía que finalmente estaba consiguiendo buena información para su nota. Yo asentí, pero no le contesté nada.

Aunque no lo sabía entonces, esa era la última vez que lo acompañaba. Al día siguiente mi prima consiguió un trabajo de tiempo completo y ya no pudo ayudarme en el kiosco. Cuando se lo anuncié, el narigón no se mostró molesto.

— No importa —me dijo—, ya estoy bien encaminado. Ahora sí que estoy cercade la verdad sobre Romeo y Julieta.

 Ahora sí que estoy cercade la verdad sobre Romeo y Julieta

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-Mxlena 💜

volvi aguacates, joder claro q zi

quiero poner día para actualizar esta historia, y serán martes y viernes

así q ya saben, para lxs 3 pelones q están leyendo esta adaptación lxs tqm

porcierto hoy me quedé afuera de mi casa porq olvide las llaves HSKAJHDFAKJ y un vecino abrió la puerta desde la ventana con un palo de eso para bajar aguacates, mangos , de eso, AYUDA FUE MUY EPIKO

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porcierto hoy me quedé afuera de mi casa porq olvide las llaves HSKAJHDFAKJ y un vecino abrió la puerta desde la ventana con un palo de eso para bajar aguacates, mangos , de eso, AYUDA FUE MUY EPIKO

oy ci asta la prócimaaaAaaAAAaaaAAaa xd

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