7 La señora Chan
Si en algo le serví al narigón fue para allanarle el camino con la señora Chan. Lo atendió solo para complacerme a mí, que soy su clienta. Hasta ese momento había echado a todos los periodistas que se aparecieron por allí con una única explicación:
— Hablar no. Poco tiempo, mucho trabajo.
No es sencillo para nadie mantener una conversación sin interrupciones con la señora Chan. Hay que reconocer que el narigón desplegó una buena dosis de paciencia para tomarle unas declaraciones mientras ella embolsaba galletitas, pesaba tomates, ponía precios y atendía a sus clientes. Y clientes tiene muchos: desde que abrió hace un año, cuando vino de Japón, el autoservicio está siempre lleno. Es que, por mucho que le moleste a HyunA que uno diga esto, sus precios son considerablemente más bajos. Así que podrán imaginarse la bronca que le dio a Hyu que fuera precisamente la señora Chan la que primero vio a los chicos y llamó a la policía. Tanta bronca le da que nunca la menciona en su relato y hasta es capaz denegar su participación rotundamente si alguien lo sugiere.
Pero no tengan duda: fue ella quien los vio.
— Ahí, ahí —le dijo al narigón señalando la terraza del edificio de enfrente—.Juntos. Ahí parados. En el borde.
Aunque aprendió español extraordinariamente rápido, la señora Chan sigue hablando de una manera extraña, con frases muy cortas que no siempre parecen tener relación entre sí. Tal vez por esto el periodista no la tomó muy en serio. Grave error, si me preguntan a mí. Porque fue sin duda ella quien mejor vio las cosas. Intentó decirle, por ejemplo, que los chicos allá en la cornisa parecían querer avanzar hacia algún lado, pero él no la escuchó.
— Entonces vinieron la policía y los bomberos —la apuró.
— Y curiosos. Y periodistas. Y vendedores. De gaseosas, de palomitas. Pero yo vendí más. Mejores precios.
— Ajá —se impacientó el periodista—, pero los padres, ¿qué hicieron?
Ella se lo explicó con calma: primero llegó el padre del chico más pequeño, y estuvo a punto de desmayarse. Entonces ella sacó una silla, esa verde oscuro, y se la prestó. Otra persona le prestó un teléfono celular, que usó para llamar a su mujer. Y también a los padres del otro chico más alto.
Al rato estaban todos acá, junto al negocio, mirando hacia arriba. Nerviosos, temblando estaban. Una de las mujeres lloraba. El padre de uno de los chicos decía que si no se mataban ahí arriba los mataba él cuando bajaran. Entonces subieron los bomberos.
— Y el padre del pequeño habló con el megáfono —quiso guiarla el narigón.
— Ningún megáfono.
— ¿Cómo que ninguno? A mí me aseguraron que el hombre los convenció de no saltar hablando por un megáfono.
— ¿Inventa o le cuento? —se enojó la señora Chan.
El periodista se calló. Ella le explicó entonces que, mientras el comisario de la zona intentaba tranquilizar a los padres, subía a la terraza un grupo de bomberos liderados por un tal Piedrabuena. Un experto, al parecer. Al menos eso decía el comisario: que ese hombre iba a conversar con los chicos e iba a lograr que se bajaran de la cornisa. Y efectivamente, al rato los chicos empezaron a moverse de a poquito hacia la terraza. A la gente ya le dolía el cuello de tanto mirar para arriba, pero nadie les sacó los ojos de encima.
Hasta que dieron el último paso y hubo aplausos, y abrazos, y llantos.
— ¿Y mientras tanto los padres se hablaban? —preguntó el narigón.
— Claro —respondió la señora Chan.
— Pero estaban peleados —insistió él—, una disputa muy fuerte que había dividido a las familias.
— ¿Fuerte? —sonrió la mujer—. No, un farolito.
— ¿Cómo un farolito?
— Sí, chocaron. Hace mucho. Uno rompió el farolito del auto a otro. Estacionando. Se enojaron un poco. Gritaron.
— ¿Solo eso?
— Sí. Después tomaron cervezas. Allá, en el bar. Y listo, amigos.
El periodista la miró desconfiado. A esa altura ya no le creía demasiado. Por eso no la tomó en serio cuando ella quiso explicarle lo que hasta entonces nadie había contado: que esa noche ella también había visto llegar a los chicos. Y entrar al edificio.
— Querrá decir que vio a uno de ellos —la corrigió el narigón—. Porque primero llegó el pequeño y después el muchacho. Él la encontró ya parado en la cornisa.
— Nada que ver —dijo la señora Chan—. Llegaron juntos. Los vi. Y venían con otro. Un hombre.
— Eso es imposible, señora —reaccionó irritado el periodista—. Todo el mundo me aseguró que el pequeño llegó primero. El ni siquiera sabía que el otro muchacho iba avenir.
La señora Chan pareció enojarse.
— Como quiera —dijo, y se puso a limpiar el mostrador sin dirigirle una mirada más al narigón.
Él salió apurado del autoservicio y yo lo seguí. Pero casi no hablamos. Ni siquiera se había dado cuenta en todo ese tiempo de que atrás, ordenando unas cajas, estaba el Cabezón, que podría haberle contado algunas cosas muy interesantes para su investigación. Aunque tal vez fue mejor así.
-Mxlena💜
ola wapxs, nuevo cap ugu
la verdad siento q es algo confuso leer cuando dice, el pequeño y el muchacho o algo así :V, si no comprenden me dicen plox, mayormente le dicen a tae el mas pequeño y a koo, muchacho xd
tonces aclarando eso, igual díganme si no c les reinicia el windows juas
espero les haya gustado pulguitas de garrapata :v, no olviden votar ahr muak
oy ci asta la prócimaaaAaaAAAaaaAAaa xd
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∆ Café Solo ∆ | •KOOKV•
Pertualangan¿Dos chicos enamorados encima de una cornisa? Nadie tiene la menor duda de que pretenden acabar con sus vidas, y el barrio entero entra en acción para impedirlo. Claro que no todo es siempre lo que parece. ¶ Está historia NO es de mi pertenencia, e...