Capitulo 8

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Venus se despertó sobre las siete de la mañana, al recordar lo que le había dicho el jefe de su casa se vistió con el uniforme y bajo a la sala común, estaba a punto de salir por la puerta cuando unas manos le interceptaron.

—No pensaras ir sola ¿verdad? por si no te acuerdas yo soy Regulus, no me presente ayer pero da igual y a partir de ahora soy tu mejor amigo y no acepto escusa alguna.

Venus se rio y enseguida rodeo al chico con un abrazo y dijo

— Más te vale, te aviso que puedo llegar a ser muy pesada o eso me han dicho

Regulus se rio y tiro fuerte de ella para ir hacia el comedor.

—Allí, mira.

—¿Dónde?

—Al lado del chico alto y de pelo negro.

—¿La pelirroja?

—¿Has visto su cara?

—Si, esa fue la que se desmayó ayer, además es la herma de Potter.

Los murmullos siguieron a Venus desde el momento en que, al día siguiente, salió del comedor. Los alumnos que esperaban fuera de las aulas se ponían de puntillas para mirarla, o se daban la vuelta en los pasillos, observándolo con atención. Venus deseaba que no lo hicieran, porque intentaba concentrarse para encontrar el camino de su clase, lo único que podía hacer era levantar la barbilla y poner cara de indiferencia algo que le había enseñado Regulus.

En Hogwarts había 142 escaleras, algunas amplias y despejadas, otras estrechas y destartaladas. Algunas llevaban a un lugar diferente los viernes. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar. Después, había puertas que no se abrían, a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas. También era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y Harry estaba seguro de que las armaduras podían andar.

Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir., Peeves el Duende se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase. También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ! Pero aún peor que Peeves, si eso era posible, era el celador, Argus Filch.

Después, cuando por fin habían encontrado las aulas, estaban las clases. Había mucho más que magia, como Venus descubrió muy pronto, mucho más que agitar la varita y decir unas palabras graciosas. Tenían que estudiar los cielos nocturnos con sus telescopios, cada martes a medianoche, y aprender los nombres de las diferentes estrellas y los movimientos de los planetas. Tres veces por semana iban a los invernaderos de detrás del castillo a estudiar Herbología, con una bruja pequeña y regordeta llamada profesora Sprout, y aprendían a cuidar de todas las plantas extrañas y hongos y a descubrir para qué debían utilizarlas. Pero la asignatura más aburrida aunque muy interesante, era Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma. El profesor Binns ya era muy viejo cuando se quedó dormido frente a la chimenea del cuarto de profesores y se levantó a la mañana siguiente para dar clase, dejando atrás su cuerpo. Binns hablaba monótonamente, mientras escribía nombres y fechas, y hacia que Elmerico el Malvado y Ulrico el Chiflado se confundieran.

El profesor Flitwick, el de la clase de Encantamientos, era un brujo diminuto que tenía que subirse a unos cuantos libros para ver por encima de su escritorio.

Venus PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora