30- La cruel realidad

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Aioria regresó a casa desde el hospital, con la mente llena de las imágenes que el Sr. Sanders le había mostrado.

La mayor parte de los registros de Shura fueron sellados debido a la profundidad de su debilitamiento, reemplazados principalmente por imágenes subtituladas que, Dios no quiera que alguna vez se filtraran, porque apenas si podrían explicarse como imágenes tomadas de películas de terror.

Aioria nunca había oído que la mente de nadie se degradara tan rápido. De que su Shura estaba allí, estaba seguro, pero dónde y cómo llegar a él era la pregunta más importante.

Al entrar en el camino de entrada, apagó el motor y se quedó en el coche, apoyando la cabeza contra el volante.

Reprodujo las imágenes en su mente, una repetición instantánea lenta y tortuosa.

La primera imagen había sido Shura atado a una camilla. No tan mal, como era de esperar.

Las siguientes le habían hecho decidir que nunca volvería a llamar loco o loca a nadie ni en broma. Shura había sido derribado al suelo durante un 'episodio', otra foto de él mientras lo habían sedado y una foto de él con una camisa de fuerza.

Eso lo perturbó más que los demás, simplemente por la mirada angustiada en los ojos del español. Era casi como si no entendiera que había dado la vuelta a una curva de la que no había vuelta atrás.

Luego más imágenes, mientras la boca de Aioria se había abierto más y más, hasta que le dolían los pulmones por no respirar.

Shura con enormes rasguños autoinfligidos en la cara después de otro episodio, y los vendajes resultantes que le pusieron en las manos para evitar que se rascara; incluso después de que le cortaron las uñas a la fuerza, se las había arreglado para usar sus dientes para quitárselos, y ellos habían usado toda la gama de sedantes y maximizarían las dosis que podrían darle sin ser letales.

Aioria podía apreciar fácilmente cómo imágenes como esa podían hacer que una persona se rindiera y alejara...

Pero ese era Shura, su alma gemela, y nada lo mantendría alejado.

Si no podía comunicarse con él, entonces ninguna cantidad de terapia haría una diferencia tampoco. Al menos eso es lo que seguía diciéndose a sí mismo, y seguiría diciéndose hasta que se perdiera toda esperanza.

Al salir del coche miró hacia la casa, la que había cobijado su futuro y sus sueños juntos. Todavía estaban allí, sólo necesitaban un poco de mantenimiento y paciencia.

Aioros lo saludó mientras entraba por la puerta. Por su apariencia, obviamente estaba saliendo.

-No esperaba que volvieras tan pronto

Dijo, mirándolo con curiosidad mientras él entraba en la sala y se dejaba caer en el sofá. Parecía como si Atlas le hubiera entregado el mundo por un tiempo.

El instinto paternal que había en Aioros, brotó en un segundo.

Se estaba frotando la cara con las manos cuando sintió que su hermano se unía a él en el sofá. Trató de sonreírle, pero la sonrisa se debilitó cuando las lágrimas corrieron por sus mejillas.

Cuando Aioros le abrió los brazos, él aceptó con gusto su oferta de consuelo.

-¿Cómo está, Aio?

-No llegué a verlo

Resopló en su camisa. Enterrando el rostro en su cuello, murmuró algo que él tuvo que pedirle que repitiera.

-Dije que creo que puede estar fuera de mi alcance...

Entonces se echó hacia atrás para mirarlo, y la desesperanza en sus ojos lo inquietó.

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