X. Cañones y emboscadas

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Aquella paz tensa duró tres días. Entonces llegó una nueva paloma. El barco-prisión había zarpado.

Partieron de inmediato. La fragata acorazada partiría de Marsella. El plan era interceptarla a la salida del Estrecho de Gibraltar. Euphrasie comentaba en su carta que estaban intentando mandar un nuevo grupo de tropas desde algún puerto cercano a los Pirineos para cercarlos por detrás, pero que no los tuviesen en cuenta en su estrategia; quizá no llegarían a tiempo. Lo que pasase a partir de entonces dependería únicamente de ellos y, por desgracia, del estúpido de Montparnasse.

Con la llegada a Gibraltar llegó también el silencio. Los minutos previos a la batalla se convertían en días sin un final a la vista y nadie tenía la suficiente energía para mantener una conversación. Todos estaban nerviosos. Enjolras no salía del camarote, Combeferre fumaba compulsivamente, Éponine le había pedido a Bahorel que le enseñase a boxear y tenía tanta rabia dentro que lo había tumbado ya tres veces. A Jehan le habían tenido que quitar su planta por acabar una noche al borde de la sobredosis y ahora destrozaba compulsivamente una canción tras otra con su flauta desde su puesto habitual en la cofa. Courfeyrac chillaba cada vez que alguien lo rozaba siquiera, a Marius le había dado por cocinar cantidades ingentes de comida que devoraba Bahorel, Cosette había vuelto a sus costumbres cleptómanas, Feuilly cosía ropas nuevas para todos sin importarle lo raras que quedaran. Joly no se cruzaba con nadie y se pasaba el día frotándose la piel para quitarse los gérmenes, Bossuet hablaba por los codos y se tropezaba con sus propios pies, Musichetta gritaba a cualquiera que se cruzara en su camino y Grantaire prácticamente había acabado en coma etílico de tanto beber. Todos y cada uno de ellos preferirían jugarse la vida en combate antes que seguir así ni diez minutos más.

El día que vieron el barco acercarse al Estrecho fue como si los cielos se hubieran abierto sobre ellos. Sin decir siquiera una palabra, todos corrieron a sus puestos: Éponine, Jehan y Bahorel a los cañones, Grantaire al timón, Feuilly a las máquinas, Bossuet, Courfeyrac, Musichetta y Marius a las velas, Combeferre y Enjolras al alcázar, Joly y Cosette a preparar el material de la enfermería.

-Todos atentos -masculló Enjolras- . A mi señal.

Éponine lo fulminó con la mirada, recordándole que seguía siendo nada más que Leroux. Combeferre repitió la orden. A ambos lados del Estrecho, la pequeña flota rebelde se preparaba para atacar. Tres goletas (cuatro, contando con la Chanson de Liberté, y una de ellas a vapor), dos pequeñas corbetas y un clíper a vapor contra una monstruosa fragata acorazada. Un ejército de Davides acechando a un Goliat.

-Nada de temeridades esta vez, ¿de acuerdo? -Enjolras se acercó a Grantaire a zancadas amplias y le puso la mano en el hombro, haciéndole sobresaltarse- Tu puesto está aquí. No lo abandones. Por favor. Sé formal.

Enjolras esperaba que respondiese con su habitual "soy terrible" y le sacase una sonrisa a su pesar. Pero Grantaire le clavó la mirada y posó su mano sobre la del rubio, apretándola suavemente.

-No volverás a tener que jugarte la vida por mí, Apolo. Te lo prometo.

Enjolras no pudo contestar. Sus ojos oscuros le habían robado las fuerzas. Volvió a su puesto, tratando de concentrarse en la inminente batalla.

El barco-prisión era un enorme monstruo de tres mástiles y dos cubiertas artilladas; Enjolras contó casi cincuenta cañones. Se alzaba sobre el agua varios metros por encima de ellos; llevaba el casco recubierto de metal y el rugido de sus máquinas se oía a muchas leguas de distancia. Avanzaba deprisa, dejando tras de sí una nube de vapor. Los piratas contuvieron el aliento. La fragata se internó en el Estrecho.

-Ahora -susurró Enjolras.

-¡Ahora! -bramó Combeferre. En los demás barcos, Montparnasse y los otros capitanes corearon su grito.

Canción de Libertad (Les Miserables AU)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora