Aquella era sin duda la peor idea del mundo, pensaba Grantaire.
De acuerdo, él había mentido un poco. Había infravalorado por mucho la importancia que él mismo podría tener para la Corona; estaba seguro de que, siendo amigo de les amis y habiendo desaparecido a la vez que ellos, tenía las mismas papeletas que ellos a ser considerado enemigo del Estado. Las autoridades no eran tontas, pese a lo que les gustaría pensar; seguro que hacía mucho que sabían que él también era pirata. Pero lo que les había dicho a sus amigos tenía sentido y ellos tampoco podían hacer más que fiarse de su palabra. Tendrían que confiar en que sabría no llamar la atención.
Pero, ¿Enjolras? ¿El maldito Enjolras? ¿Chief rouge? ¿La hijita perdida de los Duques de Aquitania? ¿El número uno de la lista de los más buscados de Francia? ¿Con esa cara angelical y ese aspecto de Apolo hecho hombre? Era imposible que pasara desapercibido.
Lo habían intentado, aun así. Jehan le había cortado el pelo a la altura del cuello, Courfeyrac y Cosette se lo habían teñido de negro con una pasta asquerosa a base de grasa y hollín. Combeferre le había dejado sus viejas gafas, Feuilly, su ropa más vieja, pobre y anodina. Pero ni siquiera aquel disfraz podía enmascarar el porte regio de Enjolras, la fuerza dorada que emanaba de él. Podía esforzarse todo lo que quisieran, pero Grantaire sabía que no había modo en este mundo de que Enjolras no llamase la atención.
Se lo dijo antes de embarcar en el bote rumbo a Caen, se lo repitió al pisar los muelles subterráneos, insistió antes de llegar a la estación. Eres demasiado reconocible, le dijo. Vuelve al barco. Deja de ponerte en peligro de forma estúpida.
Su respuesta fue siempre la misma.
-He dicho que voy contigo. Tú propusiste que me nombraran capitán. Ahora te toca lidiar con ello.
-Esto va a ser un suicidio -refunfuñaba entonces Grantaire- . Tendrías que haberte disfrazado de mujer y al menos podríamos hacernos pasar por una familia que se odia, llamaríamos menos la atención.
-O podría hacerme pasar por noble y tú por mi esclavo -espetaba Enjolras, fulminándolo con la mirada.
-Sois peores que mis padres -protestaba Gavroche. Entonces se enfurruñaba y caminaba varios pasos por detrás de ellos.
Al final, se hicieron pasar por hermanos y a Gavroche, por su criado. Grantaire estaba seguro de que nadie en su sano juicio se creería que Enjolras era su hermano, pero en la estación de tren no los miraron dos veces cuando compraron los billetes a nombre de "Robert y Cesar Lemeyre y criado". Pasaron las dos horas de espera hasta la salida del tren sentados en una esquina de la estación subterránea, alerta por si veían acercarse a un policía y tratando de vigilar que Gavroche no saliera corriendo en cuanto se dieran la vuelta. El niño, en realidad, se había resignado a que lo devolvieran a casa, pero no por ello iba a ponerles las cosas fáciles; aún tenía un par de días hasta llegar a París y pensaba ocuparlos en sacar de quicio todo lo que pudiera a esos dos.
Su compartimento en el tren era casi igual de pequeño que uno de los camarotes de la Chanson, pero metálico, frío y hostil. El asiento era apenas un tronco de madera que se movía con cada bache y que transmitía perfectamente cada vibración provocada por la caldera. Para cuando el tren abandonó por fin la Ciudad Subterránea de Caen, media hora después de partir, tanto Grantaire como Enjolras tenían las piernas agarrotadas y la espalda adolorida. Gavroche dormitaba apoyado en el hombro de Grantaire. Enjolras iba mirando el paisaje que pasaba a su lado por la ventana envuelto en una espesa nube de humo: los campos verdes, los montes, las vacas pastando, las fábricas cuyas chimeneas oscurecían el cielo. Grantaire, por su parte, miraba a Enjolras, sentado frente a él. No veía el tinte en su cabello, no se ocultaba a sus ojos la pasión de sus iris azules bajo las gruesas gafas de Combeferre. Bajo aquellos harapos, Grantaire seguía viendo a Enjolras, siempre a Enjolras; le era imposible perder de vista su esencia.
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Canción de Libertad (Les Miserables AU)
FanfictionTras un intento fallido de magnicido y con la absoluta certeza de que la Guardia conoce absolutamente todo sobre ellos, la organización rebelde conocida como Les Amis de l'ABC decide echarse al mar como único remedio para seguir con vida. En un rein...