Sexto Capítulo.

19.8K 1.2K 789
                                    

No había dejado de preguntarle adónde íbamos. Estaba desesperada, nerviosa y molesta, sí, una mezcla extraña de emociones.

A Max Pattinson parecía que no le importaba en lo absoluto mis palabras. Había detenido el auto en la cochera y se había mantenido en silencio. Solo con la mano puesta en el timón y con sus ojos grises y rudos puestos en la ventana, mirando hacia a todas partes menos a mí.

Había tragado saliva con dureza y me había girado a mirarlo. ¿Por qué creía que tenía el derecho de llevarme en su auto como si fuera un maldito secuestrador? Su actitud me enfureció por completo, inclusive, tuve ganas de partirle la nariz con mi propio puño.

—Señor Pattinson, ¿por qué me ha traído aquí? ¿Por qué lo ha hecho? —pregunté, mi tono de voz subió en las últimas palabras y no me importó en lo absoluto.

Noté cómo Max apretaba el timón, yo crucé mis brazos sobre mi pecho, mostrándome a la defensiva. No iba a permitir que él hiciera lo que se le apetecía, que me llevara a su casa, así como así, por mucho que lo deseaba y me atraía, Max Pattinson estaba equivocado si creía que estaba a gusto ahí a su lado.

—Bear, solo necesito hablar contigo.

Le di una mueca sarcástica de sorpresa.

—¡Oh, fantástico! —exclamé—. No deseo hablar con usted, señor Pattinson.

—Deja el sarcasmo, Bear, él y yo no somos mejores amigos.

Apreté los labios, fastidiada.

—¿De qué quiere hablar, señor Pattinson? ¿Sobre el trabajo? ¿Hay algo que haya hecho mal? —comencé a hablar.

Pensé que: cuanto más rápido habláramos de lo que quería hablar, volveríamos a la empresa y solo necesitaba eso; mantenerme más de un metro alejada de Max.

—Aquí no, Bear. No podemos hablar aquí.

¿Qué?

Eso solo significaba que tenía que ir con él hacia su pent-house y con tan solo pensarlo se me ponía todo el cuerpo nervioso, recordando todo lo que había sucedido hacía una semana. Estaba en un dilema en si ir o no ir. ¿Qué podía suceder allí? Nada. Sabía mis límites y no tenía pensado traspasarlos.

—Okey —respondí aún insegura y rezando porque nada desastroso sucediera—. Vayamos a su casa, señor Max.

No esperé demasiado, bajé del auto, sujetándome de mi cartera y esperanzada de que esto no fuera mala idea. Max caminó a mi lado, no me atreví a mirarlo dentro del ascensor, estaba tratando de pensar en otra cosa que no sea a Max besándome y tocándome, porque, joder, no había día que no pensara solo en eso. Entramos a su casa a los poco minutos. Me invitó a que me sentara en uno de sus sofás, yo lo había hecho, mientras que él iba hacia su frigobar, sacaba una botella de whisky y se lo servía en su vaso. Me ofreció un vaso, pero yo lo rechacé, no tenía ganas de beber alcohol, no lo toleraba, solo estaba acostumbrada a un poco de vino.

Le dio dos tragos a su vaso, no me decía nada y me estaba desesperando por completo. Quería que ya hablara para largarme de allí. Yo no había dejado de jugar con el asa de mi cartera, nerviosa y ansiosa.

No me había percatado de lo guapo que se veía ese día. Una camisa azul noche, con los botones desechos, dejando ver su piel bronceada, las mangas arremangadas en su antebrazo, ese pantalón negro de traje pegado a sus piernas y su trasero, el reloj ostentoso en su muñeca y ese cabello negro azabache muy bien peinado.

Dejé de mirarlo cuando recordé que no debía hacerlo.

Max se giró hacia mí cuando terminó su vaso de whisky, la forma en que me miraba hacía que se me calentara cada parte de mi cuerpo, lo más mínimo. Caminó hasta donde yo me encontraba, cada paso que él daba se me aceleraba más el corazón y se me dificultaba respirar. Quité mis ojos de los suyos, porque no lo soportaba, tenía miedo, miedo de caer más. De que esa ramita de la cual estaba sujetada, se quebrara por completo y yo cayera al vacío; en la tentación.

Inevitable TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora