Catorceavo Capítulo.

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Miércoles 18 de agosto de 2021

—¿En serio, Bear? —habló Mariah.

Desayunábamos juntas, ella tenía el día libre y yo iba a ir a la oficina un poco más tarde. Asentí sin más, lo había estado pensando el día anterior y había tomado una decisión. Me llevé una aceituna a la boca, intentando pasar desapercibido el nudo que tenía en mi garganta.

—Sí. No puedo faltar, lo hago por mis tíos.

Sí, había decidido ir a esa cena por ellos, no por Max. Mariah me miró con sus ojos marrones oscuros y negó con la cabeza. Ya, no me iba a hacer cambiar de idea. Le di un trago a mi vaso de jugo de naranja aún sintiendo la mirada de reproche de Mar.

—Bear, eso es muy peligroso y lo sabes.

—Ya, pero no tengo de otra, Mar. —Le di una mordida a mi pan con mermelada.

Dejó soltar un resoplo.

—De acuerdo, solo espero que todo salga bien, Be. Vendré a ayudarte más tarde.

Se paró de la mesa, me dejó un beso en la mejilla y fue a su habitación. Solté un suspiro interminable y terminé lo poco que me faltaba del desayuno. Unos minutos después, salí de casa, pasando por aquella tienda de postres y quedándome varios segundos mirando mi reflejo a través de la vitrina. La noche anterior me había cortado el cabello, lo tenía demasiado largo para mi gusto. No lo había cortado mucho, solo unos cinco dedos y luego la estilista me había hecho algunas ondas que seguían intactas después de haber dormido así. Nunca me lo había pintado, me gustaba su color castaño, y quizás más adelante me atrevería a hacerlo. Sonreí. Me veía distinta; animada o feliz, no lo sabía.

Hacía un poco de frío en la ciudad, caminé y entré a la tienda. El joven que atendía me saludó y pedí un chocolate caliente, un cupcake de vainilla y chispas de chocolate, y un trozo de torta de zanahoria para Max. Nada de chocolate. Luego de recibir la comida salí y subí al taxi con una sonrisa tonta en los labios. Antes de irme a dormir, Max me había llamado y habíamos hablado hasta muy tarde, me había contado de los nuevos diseños que hacía para la época invernal. Le había cortado la llamada luego de hablar cerca de dos horas.

Volví a sonreír, recordando su voz ronca mientras me cantaba una canción en español.

Llegué a la empresa media hora después. Saludé a Lorenzo con un ademán y entré a la oficina. Oh, Max ya se encontraba allí. Me mordí el labio inferior, estaba tan concentrado en sus papeles que no se había dado cuenta de que ya había llegado. Caminé a pasos sigilosos, sin atraer su atención.

—Sé que eres tú, Bear.

Bah, había arruinado por completo mi plan de sorprenderlo.

Hice una mueca de impotencia con mis labios y entrecerré los ojos.

—¡Max, acabas de arruinar mi plan! —grité en su dirección.

Él solo se echó a reír, sin mirarme siquiera. Relamí mis labios un poco furiosa, me crucé de brazos, procurando no botar el vaso de chocolate caliente y solo me quedé allí, frente a él, mientras que esperaba que subiera su mirada. Mi silencio le hizo mirarme. Una sonrisa ladina apareció en su rostro, le saqué la lengua. Sí, le saqué la lengua.

Mi acto de niñería le hizo sonreír aún más.

—Lo siento, nena —respondió, sin embargo, sus palabras no lograron endulzarme, bueno, sí, sí lo habían hecho, solo que no quería demostrarlo delante suyo. Se puso de pie, dejando de lado sus papeles y se sentó en el borde de su escritorio, cruzándose de brazos también.

Inevitable TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora