C1: Mirador Mery Rein

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Jamas olvidaré lo que dijiste ayer. Sueño con encontrarte y no quiero despertarme.

M.

Era un día frío, o quizás era percepción mía, desde chiquitita fui friolenta, solía usar pantalón largo y poleron hasta en verano. A mi mamá le encantaba ponerme vestidos, pero yo le rogaba que por favor me abrigara más, porque siempre tenía frío.

Mis papás incluso pensaron que quizás tenía alguna condición médica, pero no. Solo era así, porque nací así.

En fin, fue un día de otoño cuando mi mamita quiso ir a descansar eternamente. Luchó muchos años contra un cáncer que finalmente le ganó. Yo tenía diez años y la Jose dos, por lo que no recuerda nada, no la recuerda a ella. En cambio, yo sí.

Había mucha gente en el funeral. Nuestra familia era pequeña, pero como íbamos a la iglesia, toda esa gente desconocida, para mí, nos acompañó. Mi papá decía que debíamos agradecer la compañía, pero yo con mis diez años, solo quería despedirme de mi mamá en privado, con nuestra pequeña familia, no así.

Nunca fui muy buena para sociabilizar. Con tanta gente, le perdí la mano a mi papá y me sentí ahogada entre tantos rostros desconocidos, así que decidí que caminaría para poder respirar bien y volvería a despedirme de mi mamá cuando pudiera tener la privacidad que quería.

No tenía idea que esa cajón donde estaba ella, no podría volver a verlo nunca más, porque lo bajarían muchos metros por debajo de la tierra.

El lugar me parecía lindo para ser un cementerio, mi papá decía que se llamaba “Parque del Recuerdo”. Y parecía un parque. Era un lugar muy verde, lleno de pasto y de vida, muy contradictorio para en verdad tratarse de un lugar donde se entierran a los muertos.

Subí un pequeño cerro que prometía llevarme a un mirador. Me ensucié mis zapatos blancos con el barro y casi me caigo cuando iba llegando arriba. Me sentí victoriosa cuando leí el letrero que indicaba que había llegado: “Mirador Mary Rein”, decía.

Con mi pequeña altura, observé lo poco que podía ver. Estaba segura que desde ahí se veía todo el parque. Intenté subirme a la baranda para mirar bien, pero luego recordé que mis papás siempre me decían que hacer eso era peligroso.

- Hola. - Escuché de pronto tras de mí.

Me resbalé del susto y caí al suelo. Agradecí en ese momento no haber subido a la barandilla, si no ya estaría muerta (siempre fui de pensamientos trágicos, más cuando mi mamá murió).

- ¿Estái bien? - Volvió a hablarme mientras me ayudaba a ponerme de pie.

- Sí, gracias. - Le dije sacudiéndome el vestido.

- Perdón, no quise asustarte. - Dijo ella.

La miré con curiosidad. Ella estaba vestida con pantalones y un polerón amarillo que hacía resaltar su pelo castaño que caía por su pecho.

- Me llamo Rubí, ¿y tú? - Estiró su mano para saludarme como lo hacían los adultos.

- Macarena. - Le respondí estrechando nuestras manos.

- ¿Cuántos años tienes?

- Diez.

- ¿En serio? Yo también.

No supe qué más decir, pero a ella pareció no importarle. Pasó por mi lado y trató de mirar por la barandilla, pero tenía el mismo problema que yo.

- ¿Por qué estás aquí y no con tu familia? - Le pregunté luego de un rato que estuvimos en silencio tratando de poder mirar.

- Tú tampoco estás con tu familia. - Me dijo evitando mi pregunta.

Si tú supieras || RubirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora