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Allí estaban. Abrazados. Bailando. A Sebastian no se le daba excesivamente bien aquello de bailar. Pero era una lenta en la que solo tenía que mover un poco los pies mientras la cabeza de B se apoyaba en su hombro zurdo y las manos de él en sus caderas. Olía a fresas.

– Me encanta esta canción – dijo ella susurrándole bajito al pálido chico mientras la tarareaba.
– Es muy bonita – asintió él. Ella se rió y se retiró un poco de su hombro. Quedó entre los brazos de Sebastian y muy cerca de su cuerpo. Le miró a los ojos para ver si realmente le sonaban, pero estos se escondían tras la dichosa máscara negra.

– ¿Qué pasa, B? – preguntó extrañado al ver que se le quedó mirando descaradamente con cara pensativa.
– Me gustan mucho tus ojos. Es más, creo que me suenan. ¿No nos habremos chocado alguna vez?
– No lo creo. No suelo hablar con ninguna chica de clase – él hizo una mueca con la boca y ella se rió. Le besó en la mejilla y el chico se sonrojó.
– ¿Q... qu... qué ha... c... es..? – Sebastian estaba realmente nervioso a causa del beso inesperado.
– ¿Te ha molestado? lo siento, yo no pretendí... – pero él no le dejó acabar cuando se abalanzó sobre la boca de ella. Le sujetó de la nuca y la atrajo más hacia sí. Le estaba besando. Se sentía inseguro pero no quería acabar con aquel momento. Finalizó el beso y el muchacho se sintió avergonzado, por lo que su pálida piel comenzó a tomar un color rojizo.
– Hacía mucho tiempo que no me mandaban callar de esta forma, S.
– Lo siento yo ahora... – Sebastian de verdad estaba avergonzado. Apenas se conocían y ya se había lanzado a sus labios. Quizá pensaría que era un degenerado, o que estaba obsesionado con ella. Quizá había actuado muy precipitadamente.
– No pidas perdón por un beso tan bien dado – uno de los hermosos ojos de la misteriosa chica se cerró. Dando paso a un dulce guiño. Luego ésta le abrazó y siguieron bailando.

[Por WhatsApp]

Kevin: ¿Mañana paso a recogerte? podemos ir a comer juntos.
Hell: Me parece bien. Y después tengo que enseñarte un sitio.
Kevin: ¿Qué te ocurre? ¿estás bien, cariño?
Hell: Claro, ¿qué podría pasar? Nos vemos mañana mi amor.
Kevin: Te quiero.
Hell vio el último mensaje pero no respondió. Entonces llegó otro mensaje, aunque esta vez se trataba de una nota de voz. Era Kevin imitando una conversación entre ambos que agudizaba la voz cuando tenía que hablar como Hell. Decía:
«– Te quiero – manteniendo la voz en su tono
– Te amo, cariño mío eres lo mejor que me ha pasado – fingió dar muchos besos al aire y se oía el ruido tras imitar a su chica»

Hell se rió y le grabó otra nota que decía: «Eres imbécil pero tienes razón»
Mientras la grababa se reía.
Hell apagó el móvil. Kevin también lo hizo.
Y ambos se fueron a dormir pensando en el otro.

Era tarde y Rita no se encontraba demasiado bien. Creyó conveniente disculparse con Marcos, se había pasado. El trabajo no era tan urgente. Además le dijo cosas horribles antes de que se marchara.
Iba a llamarle pero decidió que viviendo a veinte minutos a pie iba a ser mejor acercarse. No estaba demasiado oscuro, puesto que el barrio estaba perfectamente iluminado. Caminaba decidida y ligera. Pronto estuvo frente al bloque de Marcos. Ahora se sentía más indecisa. Más nerviosa. Se dio media vuelta queriendo alejarse del lugar.

Marcos caminaba descalzo por casa. Entró en la cocina para coger algo de zumo de la nevera y lo virtió hasta cubrir algo más de la mitad del vaso. Fue hasta la ventana que daba a la calle con un cigarro recién encendido en los labios. Dejó el zumo en el alféizar de ésta y expulsó todo el humo. Quedó pensativo mientras miraba hacia el cielo  pero tras escuchar unos pasos se escondió un poco tras el cristal. Miró hacia abajo ahora y la vio. Era la pelirroja. Titubeó un poco con el timbre pero no lo presionó y tomó otra vez el camino que le dejaría en casa.
Pero Marcos no iba a permitir que se fuera otra vez.

De repente una voz grave que le resultaba familiar le gritó:
– Eh, tú. Pelirroja – Marcos no pudo ocultar alegrarse al verla allí.
– Que no me llames así
– Ya, ya. Espera ahí un momento – soltó el vaso en el fregadero, apagó el cigarro en el cenicero de la encimera, cogió las llaves y bajó corriendo hasta la planta baja.
No pudo esperar a abrir la puerta del portal. Entonces vio a la chica. Un mechón cobrizo le caía por uno de sus ojos marrones, chocaba con el cristal de las gafas y seguía hasta la boca. Dos lágrimas pequeñas estaban a punto de caer del pálido rostro cuando le vio.

– Perdóname – Rita se abrazó al torso de Marcos acurrucándose en su robusto pecho.
– No pasa nada. La culpa fue mía. Me pasé de listo llegando cuatro horas tarde – él apoyó la cabeza en el hombro de ella y esto hizo que la chica se retirara un poco.
– Bueno... tan solo fueron tres y media... – se apartó y se secó con la manga la gota que le salía del ojo. El moreno se rió. – ¡Mírate! vas descalzo – añadió la pelirroja
– ¡Pero no me mires los pies!

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