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Cuando Sebastian llega al dormitorio de su madre, la ve allí sentada con las piernas cruzadas encima de la cama. Cae agua del detector de incendios. Además suena una alarma procedente de éste.
La mujer mantiene el rostro cansado de siempre, pero hace muecas para reír. Está sosteniendo en su boca un pitillo encendido. Con la mano zurda se ayuda para quitárselo o llevárselo a los labios cuando le apetezca una nueva calada. En la derecha tiene el mechero que utilizó para encender el cigarro. Cuando Sebastian entra al cuarto, avanza hasta un interruptor situado en la pared de enfrente y lo desactiva. Los ruidos cesan. El agua también.
Las sábanas están mojadas, el suelo encharcado, la mujer sigue fumando.

– Puta loca – suspira el chico y desarma a la madre.

– ¿Qué te pasa conmigo? – Marcos persigue a Rita, que se dirige a la cafetería, entre los estudiantes – ¿por qué siempre que intento besarte me esquivas? – sigue andando acelerado – ¿no te gusto, es eso? – el joven siente que no obtendrá respuesta de la pelirroja, pero entonces ella para en seco en mitad del pasillo y abre la boca. Ahora es cuando suelta un "¡olvídate de mí!" y desaparece entre más jóvenes como ellos. El moreno no sabe qué hacer en ese momento y, tras girar sobre sí, vuelve por donde vino.

Pulsa "publicar" y actualiza su blog. Una nueva entrada que sus seguidores leerán pronto. Apaga el ordenador y se dirige a la cama con la intención de tumbarse sobre ella para, posteriormente, echar una cabezada. Se lo piensa dos veces. Cambia el rumbo y ahora va hasta el armario. Escoge el pijama que le interesa. No era muy tarde, pero supuso que no saldría más en todo el día. También selecciona la ropa interior y se ata el pelo con un elástico en forma de moño alto. Bianca va camino a la ducha y su madre la interrumpe, pero no le escucha. Sigue hasta encerrarse en el baño. El agua cae de la alcachofa hasta el plato. Se relaja y piensa. Lo primero que se le ocurre es aquel beso en el que Sebastian también participó, pero después de aquello tiene un flashback con la mala contestación que obtuvo al recibir aquella llamada misteriosa. También aparece en el flash la discusión del autobús y la vez en la que se cruzaron en el pasillo. Aunque sin mirarse.
Decide alejar la mente de S y se centra en su blog, los estudios y sus amigas.
B estaba a punto de desconectar cuando alguien aporreó la puerta de su baño entre gritos. Corriendo apagó la ducha. Se secó y se vistió rauda. Abrió la puerta y la vio.
Hell estaba llorando.

Decide llamar a su hermana. En la habitación que compartían no hay nadie. En casa tampoco. Nadie descuelga el teléfono. El contestador de la próxima llamada salta: "Hola, soy Rita, estoy estudiando, deja tu mensaje y lo atenderé en cuanto pueda". Inició la señal que daba paso al mensaje opcional. Cuelga. Llama a casa de Bianca. Comunica dos veces. Al tercer toque alguien lo atiende. Es la madre de su amiga:

– Soy Hell, ¿está su hija en casa? – se oye cómo la madre grita el nombre de B tras el teléfono y acto seguido se cierra una puerta. Su hija no debe haberla escuchado. El teléfono colgó justo cuando la madre iba a reanudar la conversación con la gemela. Hell decidió acudir a casa de la rubia, necesitaba hablar con alguien.
La puerta de casa de la amiga se abre. "Están en el baño, ve a llamarla si quieres", salió de la boca de la mujer. La muchacha así lo hizo. Estaba agobiada. Los latidos le iban a destiempo. La otra puerta también se abrió.

– Mi hermana ha desaparecido.

Tenía las paredes de la habitación cubiertas con fotografías de alguien. Eran de Kevin. En algunas salía con mucha gente, en otras solo. En las del primer tipo tenía rodeada la cara con rotulador grueso de color rojo trazando un corazón. En las que salía a solas había comentarios de admiración y cariño en los márgenes.

Probablemente aquel material procedía de las múltiples redes sociales que el chico tenía. Eran subidas allí, y cualquiera podría cogerlas e imprimirlas. Después de todo, la gente cuelga en sus paredes pósters de sus famosos favoritos, o de las vacaciones que pasaban con sus amigos en algún lugar del verano. Aquello era lo mismo. Nada malo. Nada obsesivo. Todo normal. Todo bien. Una voz le interrumpió cuando estaba a punto de ponerse a leer una nueva novela.

– ¡Josué, a cenar!

Rita paseaba sola por la ciudad. Llevaba las gafas algo sucias. Hizo una breve pausa en el camino para limpiarlas.
No conseguía aclararse en cuanto a Marcos. Le parecía que iba demasiado rápido. Ella ni siquiera estaba preparada para un simple beso. Hasta hace apenas una semana no era capaz de dirigirle la palabra al moreno y aquella tarde le había rechazado. No sabía cómo enfrentarse a aquella situación.
Rita ya se había enamorado un par de veces. O eso creía ella. Pero nunca le habían hecho caso. Se limitaba a mirarles cuando aquellos chicos pasaban por su lado, a apartar la mirada si se la correspondían, llegar a casa y olvidarse hasta el día siguiente. Nunca nadie se había molestado en besarle, ni en invitarla a nada, ni tan siquiera se peleaban por ponerse con ella en los grupos de clase de física, con lo buena que es en eso.
Cuando has estado siempre en tercer  plano y de repente estás en el primero, sientes que algo se estropeará. Por eso Rita no se atrevió a dar más pasos con Marcos. Porque el miedo de que algo saliera mal, le pudo más que la posibilidad de que saliera bien.

– Yo soy tu madre. Devuélveme ahora ese cigarro, Sebas – la madre de Sebastian le hace un signo con la mano zurda para que así sea. El hijo se niega y añade:
– Los médicos – paró de hablar cuando se dio cuenta de que sacaba del sostén un segundo cigarro entero. Le guiñó el ojo al joven y lo prendió – qué coño haces, mamá – la madre se puso de pie en la cama del hospital y comenzó a mover los brazos entre risas, totalmente descontrolada.
– Mira cómo fumo, mira. Adivina a quién le dan en nada el alta. Adivina. – empezó a saltar sobre el colchón – A que no sabes quién se va a meter un par de rayas en cuanto salga de este hospital cochambroso. A que no. Aprende de ésto, hijo. – seguía riendo y tosiendo entre el humo del pitillo – La vida es corta. Eres joven. Puedes beber, fumar, follar y esnifar. – Intentaba dar lecciones a su hijo– En esos libros de tu instituto no te lo enseñan, ¿a que no? – la mujer iba a añadir una segunda parte a aquel monólogo, pero justo en ese momento se desplomó.

– ¡Un médico, por favor! – Sebastian salió del cuarto en busca de ayuda. Otra vez.

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