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- Hace diez años - 

- Cuando termineis de cenar lavaos los dientes, princesitas - la mujer sonrió a las niñas y les removió un poco el pelo. En la mesa estaban sentadas las dos gemelas, a sus ocho años ya comenzaban a diferenciarse a pesar de ser físicamente iguales. Merch tenía la camiseta repleta de manchas de la cena y se sentaba sobre una pierna, dejando colgar la otra desde la silla. Cuando comía rápido se limpiaba el sobrante de alimento con la lengua por las comisuras de los labios. Por otro lado, estaba su hermana, bien sentada y con el pelo recogido en dos trenzas que caían por ambos lados de su cuello hacia atrás. Cogía sutilmente la servilleta de papel y se limpiaba disimuladamente la boca. Su ropa siempre estaba ordenada e impecable. 

El padre irrumpió la cena de las chicas. 

- ¿Dónde están mis princesas? - el hombre soltó el maletín del trabajo en la entrada y besó a su esposa, ambos cruzaron miradas y sonrieron simultáneamente. La mujer indicó el camino hasta las pequeñas con la mirada a su esposo y éste se dirigió hasta allí. Pero Mercurio y Hell se le adelantaron y aparecieron corriendo por el pasillo del comedor. Saltaron casi a la vez hasta los brazos de su padre mientras decían ''aquí, aquí'' y se reían.

Todo iba bien hasta que diagnosticaron una extraña enfermedad a la madre de las niñas. 

Un golpe sonó dentro del baño que tenía las puertas cerradas. Merch lo escuchó y se dirigió veloz hasta el lugar pero estaba el pestillo echado por dentro. Avisó a su hermana y decidieron llamar a su padre, quien rápido salió del trabajo para socorrer a la mujer que se había quedado atrapada en el aseo de casa. 

Echó la puerta abajo y la mujer estaba sobre el suelo, no podía moverse. Comenzó a llorar cuando el padre le abrazó. 

- Hay que ir al hospital, mi amor - y ella asintió. 

Las gemelas se quedaron con una tía que vivía cerca de ellos mientras descubrían lo que ocurrió. La enfermedad se extendió y no le permitía mover las piernas. Los médicos dijeron que iría a más próximamente y que los cambios parecían ser rápidos. Ese día la mujer volvió a casa en silla de ruedas y así sería durante los próximos años, hasta que más tarde la abandonaría para quedarse permanentemente en cama.

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- Papá, papá, ¿podemos llevarnos éste también? ¡seguro que a mamá le gusta! - Sebastian iba tocando cada libro que veía en la feria. 

- Claro, hijo, pero ya tienes cuatro, ¿estás seguro de que te los podrás leer todos, Sebas? - el padre hablaba con un tono mediante el cual incitaba a su hijo a responderle.

- ¡Por supuesto, papá! - el niño paró frente a él y se llevó la mano con el puño cerrado al pecho y puso cara orgullosa, giró sobre él y siguió caminando entre los puestos. Juanjo se quedó atrás por un instante mirando atónito a su hijo; lo grande que se hacía - ¡vamos, papá, quiero ir ya a cenar! - Sebastian retrocedió hasta su progenitor y le agarró de la mano donde llevaba la bolsa con libros y le arrastró para que siguiera caminando hasta casa.

- ¡Ya estamos en casa, mamá!

- Eva, ya estamos aquí - la mujer apareció con un teléfono móvil en las manos y cogió en brazos a su hijo, le besó en la frente y le sonrió.

- ¡Bienvenido, hijo! ¿has comprado muchos libros en la feria? - la mujer miró triste al marido y siguió hablando con Sebastian un momento más.

- ¡Mira, mira, éste lo he cogido para que lo leamos juntos! - el pequeño abrazaba eufórico a su madre y le enseñaba a la vez la portada del libro a su madre.

- Claro, le echaremos un vistazo. Anda, corre a la ducha y a ponerte el pijama, en seguida estará la cena - lo bajó de entre sus brazos y vio como el chico abandonaba el recibidor hasta su habitación y, posteriormente, se dirigía al servicio. 

La mujer, enfadada aporreó la mesa con el móvil.

- ¿En qué coño pensabas, hijo de puta? - elevó ella el tono de su voz

- ¿De qué hablas, Eva? - Juanjo intentaba calmarla.

- No me trates como si estuviera loca, ha llamado hace un tiempo. ¿La conozco? - una lágrima brotó del ojo izquierdo de la mujer joven pero triste.

- No sé de quién hablas - tras escuchar esto, Eva recogió el móvil de la mesa donde antes lo había depositado y encendió la pantalla. Abrió la bandeja de entrada y , después, un mensaje que decía lo siguiente:

''Juanjo, ¿tienes algo que hacer mañana por la tarde? he comprado lencería nueva, puedes verla si quieres, la de ayer se rompió cuando se me trabó en el pomo del baño del restaurante.

Nos vemos donde siempre a la hora de siempre si decides venir, Janette''.

- ¿Qué coño tienes que decir a esto? ¿por qué no me lo has dicho? ¿qué ocurre, Juanjo, es que necesitas a una imbécil que te cuide al niño mientras te la chupa esa maldita zorra? - Eva, eufórica no dejaba responder a su marido, cada vez más nervioso, y ella; llorando - vete de esta maldita casa, no quiero volver a verte en la vida, cabrón - se marchó hasta el dormitorio y comenzó a tirar sus cosas por el suelo hacia el pasillo.

- Déjame explicarlo, Eva...

- ¡Que te vayas, cabrón!



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