Capítulo 2

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Caín ni siquiera miró por el retrovisor mientras se alejaba. Sus manos se aferraban con fuerza al volante y cuando dio vuelta a la derecha y llegó a una carretera más recta pisó el acelerador con fuerza.

Se sentía un poco molesto por haber tenido que aguantar a Jon y su parafrasearía.

Además, qué ingenuo al pensar en que se perdería una luna nueva por un videojuego.

El resto de la carretera estaba vacía. Ya no había más casas por el resto del camino ni más autos aparecerían.

Abrió la ventana de la camioneta y aceleró un poco más. El viento le helaba el rostro y sentía el aire frío despejarle los pulmones del aire en el interior del vehículo.

Las vueltas las daba con brusquedad. La camioneta en cada una marcaba las llantas en la carretera y parecía que fuese a volcar.

En una recta un tanto larga, divisó en medio una gallina que ignorante del peligro se paseaba por el medio de la calle. Con su cómico andar picoteaba el suelo confundiendo restos de hojas y pequeñas piedras con alimento. Miraba siempre hacia todos lados buscando algo que comer, pero nunca miraba carretera abajo ni la camioneta que se acercaba con toda velocidad.

Sin inmutarse, pasó de cambio y aceleró aún más. Se relajó un poco dejándose caer hacia atrás en el asiento y ahora sin sujetar el volante con tanta fuerza.

Se acercó a la gallina con gran velocidad mientras sacaba uno de sus brazos por la ventana para así disfrutar de la refrescante brisa. Había sido un día caluroso, no le gustaban mucho esos días. El calor se le hacía insoportable. Aunque las noches no eran tan frías.

Cada vez más y más cerca de la gallina mientras el viento retumbaba en su oído y le adormecía la mitad del rostro. Quizá sin darse cuenta (o tal vez sí) se salió unos centímetros del carril derecho.

Dejó caer su cabeza hacia atrás y cerró los ojos justo antes de oír el cacareo que le avisaba que había pasado al pequeño animal. Pero no sintió la camioneta estremecerse.

Abrió nuevamente los ojos y miró por el retrovisor. Alcanzó a ver a la pobre gallina correr despavorida a un lado de la carretera para refugiarse.

Pocos minutos después finalmente estaba cerca de su casa.

Sólo le quedaba la última curva.

En esta parte ya había bajado la velocidad, pues las curvas que había en el camino eran más cerradas y peligrosas y, si bien por un lado tenía una pared de piedra que lo detendría, por el otro tenía un precipicio empinado y peligroso cubierto de frondosos árboles, pero que permitía apreciar las hermosas vistas de un atardecer.

Las montañas más altas, en la cima estaban bañadas por los últimos rayos del sol y el cielo se teñía de un intenso naranja que se oscurecía y se transformaba en noche poco a poco desde el este hacia el oeste.

Y si bien en la cima era todo un cuadro bañado con una pizca de oro, hacia los pies de la montaña la oscuridad ya estaba presentándose.

El suave motor de la camioneta le permitía oír la fuerte corriente del río al fondo del precipicio. Se podía oír un poco más fuerte de lo normal. El deshielo hacía al río correr con fuerza y turbidez.

No le gustaba que llegase el verano.

Las noches se hacían más cortas. Los días eran largos y con un sol fuerte y radiante. Lo único bueno que podía haber en un verano eran las noches de luna nueva. El único momento de la época en la que las sombras podían aparecer por montones y más cargadas que nunca. Extrañamente, las noches de luna nueva en verano eran más intensas, quizá porque las sombras están más desesperadas por salir que durante el resto del año.

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⏰ Última actualización: Jun 06, 2022 ⏰

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