Las noches de junio en la comuna Del Zarco son bastantes húmedas. Las neblinas que emergían en la zona suelen ser muy densas, puesto que sus terrenos están ubicados en abandonados humedales, cuestión que no impidió a una constructora ver aquel lugar como el condominio soñado de todo ciudadano santiaguino, y, por qué no decirlo, para todo chileno que quiera probar el éxito de vivir en la capital. Con casas pareadas pero elegantes, no pasó mucho tiempo para que, de un poblado casi exclusivo, se transformara en una comuna dormitorio más de Santiago, con sus calles estrechas para vehículos y accesos complicados para la capital, transporte público deteriorado, pero, aun así, Del Zarco se mantenía lejos de todo el Santiago Centro, del "Gran Santiago".
De esto venía pensando Catalina, al bajar del transporte público en un paradero que la dejaba a diez cuadras de su casa. Mientras se lamentaba que su paradero estuviera tan lejos de su hogar, aún quedaban en su cuerpo esas horas de bailes y cervezas que pasó en una discoteca en el sector de Bellavista. Sin ninguna razón aparente, una amiga la llamó para pasar un buen rato y terminaron con un montón de sus amigas de universidad bailando y esquivando miradas lascivas dentro de la envolvente música que en cual no soportaba, pero la cerveza y el calor humano que existía dentro del lugar le agradaba. Luego de una semana complicada de estudios y trabajos, semanas de dolor por una relación que no llegó a ninguna parte, fue justo y necesario una pequeña escapatoria, algo que liberara su mente de todos esos pensamientos de rabia, culpa y desgaste de lo que puede llamarse "una vida responsable", como se lo mencionaba su madre cada vez que la veía perdiendo el tiempo, que tenía que preocuparse de vivir como una adulta.
- Veinticuatro años. Una adulta. – Se murmura bajo su bufanda, en cual se humedecía al hablar. Estaba a meses de cumplir veinticinco años y aún no sabía qué hacer con su vida. Le gustaba la música, tocaba el bajo, pero también le iban bien las matemáticas. No sabía si iba a vivir de la ingeniería comercial, pero por lo menos iba a darle dinero para tener cuantos bajos quisiera. – Una meta sencilla, pero esperanzadora- volvía a pensar.
Ya iba por la quinta cuadra. Quedaba la mitad. Había escrito a su madre antes de bajar del transporte público, puesto que no le gustaba sacar su celular tan tarde en la calle. Últimamente los robos en la comuna se habían disparado y no había mucha seguridad. Los reclamos de los vecinos se hacían más presentes ante la masividad de personas que elegían aquella comuna para vivir, incluyendo un campamento en los territorios más abandonados de los humedales. Catalina aún se preguntaba cómo podían vivir en aquellas condiciones, con esos fríos asesinos y la salubridad por el suelo.
La neblina la preocupaba. Había vivido ya más de quince años en Del Zarco y sabía de neblinas, de los fríos y de las horas en cual era más necesario abrigarse, pero hoy estaba muy densa. Una densa neblina de viernes en una fría noche de junio. A pesar de que aún eran las once de la noche, los vecinos estaban acostumbrados a quedarse en sus casas, por ende, las calles estaban completamente desiertas. El barrio donde vivía no era precisamente muy juvenil, así que eran muy pocas las casas en donde pasada la medianoche había fiestas o alguna celebración que implicase un ruido molesto para todos los residentes. Catalina aceleró el paso. No se sentía bien. De repente ese mareo casual que sentía en el bus aumentó mientras incrementaba su andar. Quizás no le asustaba aquella soledad existente, sino en la neblina. Aquella densa y poderosa neblina, llegando al punto que no lograba ver más allá de un metro de distancia.
Cuando ya aceleraba, notó que chocaba con algo y, al perder el equilibrio, cae al helado y húmedo concreto de la vereda. Extrañada de con qué se había golpeado, ve una mano extendida ofreciéndole ayuda.
- Hey, ¿estás bien?, disculpa, flaca, no te vi. - dice una voz masculina.
- No... no te preocupes... Estoy bien, gracias. – Respondía mientras tomaba la mano que esta persona. Al segundo de estar de pie, se sacude los pantalones y chaqueta, que quedaron notoriamente mojados con la caía. Luego se percató de la persona, en cual seguía delante de ella, la miraba con rostro de reconocerla.
- ¡Cata! Oh, debí imaginar que eras tú. Pucha, mira a la hora que nos topamos afuera.
- ¡Oh! Hola, si... No te reconocí. – Efectivamente conocía aquel muchacho. De seguro sabía su nombre, pero no lo recordaba en ese momento. Era un vecino de algunas cuadras. Un joven corpulento, alto y de tez morena que conocía de hace años en el sector. Puesto que las residencias en donde viven son de pocos años, los vecinos tienen a reconocerse fácilmente.
- Oye y ¿estás bien? ¿Quieres que te acompañe a casa? – Preguntó el joven, atento a la respuesta.
- No, no te preocupes, si ya estoy llegando. Y, nuevamente, disculpa. - Mencionó nuevamente Catalina, tras adelantarse al caminar. ¿Cómo es que él sabía su nombre y ella no?
- Okey, no hay problema. Nos vemos. Cuidado con la neblina. – Dice en tono de broma luego de una risa simulada casual. Se despiden con un gesto de mano y cada uno toma su propio camino.
- Mateo. Mateo, se llama. Qué vergüenza – Se dice Catalina luego del poco andar y culpándose por tu tardía al recordar el nombre del joven. Luego de ello, lo único que quería era llegar luego a su casa para darse una ducha. Lamentaba la caída. Justo estaba estrenando una nueva chaqueta roja larga, en cual rogaba que no quedara con restos de barro. Recuerda cuando se la mostró a su madre y ella le dijo con ternura que era una "caperucita roja profesional". La avergonzó un poco, pero de igual manera sintió aquella ternura que sólo una madre le podía entregar.
Ya sólo faltan dos cuadras. Empezó a buscar sus llaves para tenerla lista para abrir la reja de su casa. Antigua costumbre que tiene desde años. Le cargaba buscar las llaves en el instante de la llegada; tenía que entrar rápidamente, puesto que siempre llega teniendo unas terribles ganas de ir al baño. Ahí la encontró. Buscó la llave morada especial que dedicó para la reja. Para la puerta era la llave roja. Lo encontró simpático cuando fue a hacerse unas copias para ella, tras cambiar las chapas de su hogar. Revisó su reloj para ver si llegaba muy tarde: once y cuarto. Perfecto. Quizás podía terminar aquella serie que la ha tenido cautivada toda esta semana. O tal vez sólo escuchar un poco de música para quedarse dormida. Todo depende de cómo responda su cuerpo a la ducha. Eso es sagrado.
- Necesito un café. – Se dijo al sólo faltarle una cuadra al llegar a casa.
Faltaban quince minutos para las doce de la noche. Su madre, ya acostada viendo televisión, revisaba su celular a la espera de algún mensaje de su hija.
Aún no llegaba.
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En Mi Defensa
Short Story"En la comuna Del Zarco, comuna novata formada en abandonados humedales, recae en sus vecinos una preocupante desaparición de una joven estudiante..." En las cuarentenas del año 2020, decidí escribir algo para matar el tiempo. Ahora tomé la decisión...