Capítulo Uno

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Ángela fue a comprar un poco de pan para la once. Su padre le decía que no era necesario, pediría algo a domicilio. Era viernes y quería que su familia estuviera en casa. Era más que claro. De un fin de semana a otro, la comuna Del Zarco fue foco de todo Chile. Bueno, eso para las noticias, pero sí fue un tema recurrente e importante en la semana noticiosa. La desaparición de una muchacha, Catalina Morales Tapia, era todo un revuelo para la comuna. No era común que en la localidad existiesen desapariciones o secuestros. Aquello pasaba en "otras comunas", como le había oído decir a su madre, que estaba pendiente a las noticias centrales de los programas habituales. Carteles de "Se Busca" se encontraban en las calles y redes sociales, compartiendo una foto de una chica alegre, pelo castaño oscuro y largo, con unos lentes morados y grandes, en cual llevaba puesta una polera de The Beatles, la última novedad del retail más cercano, "esa en donde salen caminando en la calle", mencionó Ángela a su madre cuando le preguntó por las fotos, refiriéndose al Abbey Road.

Justo veía aquella imagen mientras esperaba que saliera el pan del horno del almacén, junto a otros vecinos que esperaban con ansias aquel producto recién horneado en la típica fila de la tarde. La veía feliz, posando para una selfie o algo parecido, se decía Ángela. Pensar que pudo pasarle a cualquiera. En cualquier lugar. Y en cualquier hora. Pero uno nunca lo piensa hasta que le sucede. Bueno, no directamente, pero si en el lugar donde ella vive. Siempre habían vivido con aquella neblina, a que prácticamente la tenían como la eterna vecina de su localidad, pero ahora de transformó en su enemiga. Nunca la gente había temido tanto andar caminando por las calles, o en vehículos. Eran tan poco frecuentes los accidentes en las calles, que nunca se tomaron medidas especiales para ello. Ahora, en un intento de la municipalidad de estar más atento a aquellas problemáticas, se están poniendo carteles de cuidado y reflectores en las calles. Algo es algo, decían por ahí.

- ¿Cuántos, mijita? – Le pregunta la vendedora del almacén. Una señora ya mayor, pasando de unos sesenta años, calculaba Ángela. La pregunta la tomó desprevenida, que aún seguía mirando la foto de la chica desaparecida.

- Ocho marraquetas, no más. Gracias. Las más calentitas, por favor. – Le especificó Ángela, mientras miraba otras opciones para comprar para la once. O para la maratón de series que planeaba ver.

- Tome, son 1.100 pesos. ¿Algo más? – Al pedir una gaseosa sin azúcar, terminó de pagar y se despedía de la vendedora.

- Vaya con cuidado, mija. Aún lamentamos lo que pasó con la niñita que desapareció. Los barrios están cada día más peligrosos. – Le mencionó la vendedora en la típica voz de abuelita preocupada.

- Lo tendré, estimada. Cuídese usted también. Adiós. - Se despidió cordial Ángela, aunque con un pequeño tono de irritación.

Si antes le decían que se cuidase, ahora esos mensajes se fueron elevando y tomando intensidad notoriamente. Su madre la llamaba muchas veces al día y si eran las siete de la tarde y no llegaba a casa, ya se empezaban a preocupar. Por eso Ángela decidió llegar más temprano a casa y claro, no salir esta noche. Hace unas semanas, con unos amigos del barrio se habían coordinado para una fiesta de cumpleaños de Cristian, un amigo del barrio, en cual habría un asado y una que otra cerveza, pero se pospuso por el acontecimiento que ocurría. Aunque no era tan necesario por los vecinos, sino que muchas chicas que iban a la celebración querían por lo menos permanecer en sus casas estos días. Era más que obvio, el temor creció en las mujeres de la comuna y de Santiago en general.

Al llegar a casa, Ángela se llevó algo para comer y beber a su pieza y ahí se quedó. Tenía que ponerse al día con unos estudios, pero era viernes. Lo único que la motivaba era estar acostada, disfrutando de alguna serie o película. Ya iba siendo las nueve de la noche y al encender el televisor, estaban dando las noticias centrales de la jornada.

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