Capítulo Nueve

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Camila salía de la escuela los viernes a las una y media de la tarde. Ahora que iba en cuarto medio, sólo le faltaban dos meses de clases para poder salir de toda la vida escolar para luego estresarse por la prueba en cual le están diciendo desde primero medio que va a determinar toda su existencia en la faz de la Tierra. No era una mala estudiante; es más, su promedio era de 6.1, en cual tenía bastante orgulloso a su padre y a su hermano, Esteban. Camila no se consideraba de por sí estudiosa, pero si tenía que dedicarse a estudiar, lo hacía. También le dedicaba un resto a jugar en su computadora juegos bastantes extensos y con horas y horas acumuladas en ellos. Odiaba el hecho que su círculo de amigos perdiese el tiempo en un juego donde lo único que hacían era estar en el mismo mapa y nada más. No encontraba tal legendaria esa liga en donde lo único interesante era darle dinero al juego para tener unos personajes con distintas ropas y accesorios. Había encontrado, luego de varios años de su lanzamiento, aquel juego en donde tenía que decidir si se unía al Imperio o a los Capas de la Tormenta, mientras el destino de la Tierra estaba en manos de dragones milenarios. La atrapó enseguida. Ese viernes, su grupo de amigas pensaba pasar al mall para poder mirar locales, ropa e ir a comer algo rico. Ya estaban, en comunidad, estresadas con todas las guías y ensayos que tenían que realizar para prepararse para la PSU. Todas sabían que, más allá de preocuparse de los alumnos, la escuela Sir Arthur Conan Doyle se preocupaba de mantener su estatus como el mejor establecimiento de la comuna Del Zarco y, próximamente, de la zona norte. Y, de hecho, era muy bueno. Cuando Camila entró a séptimo básico, pensaba que tendría que usar una gorra cervadora junto con el uniforme, cosa que no fue así y la desanimó un poco. Lo encontraba gracioso. Años más adelante, se compró aquel sombrero y fue la sensación del día en la escuela, tanto que la rectora del establecimiento le pidió tomarse unas fotos para un futuro diario mural de la escuela. Desde ese día, empezó a usar un llavero metálico colgando en su mochila con el número 221B.

Pasaron dos horas en cual sus amigas compartieron opiniones sobre vestidos y zapatos para la gala de fin de año, el estrés de los estudios y pasar a comprarse unos helados. Era un agradable día de octubre y pronto el calor iba a rondar por esos meses. Se quedaron planificando una fiesta con disfraces para finales de ese mes y, por primera vez, Camila se sintió interesada. Debe ser aquella añoranza que será el último año en cuál iba a compartir con ellas. Sabía que, si se separaban, iban a verse una que otra ocasión dentro de la comuna, pero sabría que ya al año no tendrían más contacto. Su mejor amiga vivía en Santiago Centro y la conoció por un antiguo club de lectores, en donde conoció la obra del Sir Arthur Conan Doyle y entre varios otros. Camila se decía que era mejor tener una amiga exterior al colegio que dentro de ello, así se sentía más cómoda cuando se relacionaba con las demás personas, sabiendo que, en algún momento de su vida, no tendría que preocuparse por ellos en un buen largo tiempo.

Luego de toda la travesía adolescente de la tarde, sólo quedaron tres chicas, incluyendo Camila. Entre ellas, estaba Antonia, una joven pequeña que no demostraba diecisiete años, flaca y con una cabellera extensa, casi sobrehumana, y Elizabeth, que, al contrario de su amiga, era alta, corpulenta y con una mirada sumamente seria, que cualquiera pensaba que dentro de esa mirada sólo existe odio y rechazo, pero ambas sabían que era un encanto de mujer. Claro, las más cercanas saben esa vital información. Caminando hacia sus hogares, salió la conversación sobre las muertes de Catalina y Tamara y se asombraron por el conocimiento de Camila respecto a ello.

- Eso te estoy diciendo, Anto. Mi hermano es amigo de la amiga de una de las chicas muertas. De Tamara, al parecer. Y, es más, creo que también conocía a la primera.

- ¿También a Catalina? – Le responde acongojada Elizabeth a Camila.

- Así parece. Pero de lo primero estoy segura. De hecho, hace unas semanas, esta chica, Ángela, fue a mi casa a hablar con mi hermano. Ahí escuché que se sentía mal por la muerte de su amiga y todo eso. – Se sorprendía Camila al ser el centro de atención de la conversación, cosa que no la disgustó para nada. – Mi hermano anda súper raro con todo esto.

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