Capítulo Siete

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El velorio fue de lo más tranquilo y, pese al estado de catarsis y de tristeza en cual se encontraba Ángela, fue muy liberador. Estaba el ataúd cerrado y se hizo una pequeña misa en memoria de su persona. Ángela fue con su familia al velorio y al día siguiente, a su funeral. Gracias a una colecta entre sus vecinos y un aporte de la municipalidad, Tamara fue enterrada en el Cementerio General. Al igual que en el velorio, todo fue muy tranquilo y pasó demasiado rápido. A pesar de que Ángela se encontraba muy triste y afligida por todo, no sintió mucho dolor en aquel entonces. Sólo dejó pasar lo que tenía que pasar.

Pasaron los días, y aún no había respuestas sobre la muerte de Tamara. El único rastro que existía era de la cámara del pub, en donde ella también estaba en la imagen. La semana transcurrió de lo más veloz y Ángela sentía que el tiempo iba demasiado deprisa. O ella iba muy lenta. Sus estudios y vida social la tenían bastante agobiada y, con ello, se reencontró con una vieja práctica en cual tenía abandonada hace varios años y que hoy en día, sirvió bastante para relajarse en cuerpo y alma: andar en bicicleta.

Tomar su bicicleta e ir pedaleando por toda la comuna, o ir a otras comunas e incluso llegar al centro de la capital, la sorprendió de sobremanera. Pensaba que iba a quedarse sin aire o que la atropellaba algún automovilista desquiciado, pero hasta ese momento, se sintió muy a gusto y bastante segura de sí misma. Fueron dos semanas en cual, ya estresada de la pena por su amiga, decidió hacer mucho más que sólo vivir. Quería disfrutar.

Uno de estos días salió a buscar a Esteban para conversar. Su amigo la vio en la bicicleta, sudada, sonrojada, pero sonriente.

- Pero mira que te ha pasado. No puedo creer que ya eres toda una deportista. – Bromea Esteban, al salir a recibir a su amiga fuera de casa.

- Andar en bici puede hacerlo cualquiera, antipático. ¿No querías que te pasara a ver? Acá estoy, poh. - Le arrebata Ángela, con un carisma que llega a sorprender.

Su amigo la invitó directo al patio. Esteban vivía con su padre y su hermana menor, Camila, una joven estudiante de la Educación Media. Sólo sabía que su madre no vivía con ellos, pero nunca preguntó demasiado por ella. En el patio había una pequeña mesita con unas sillas, en donde se acomodaron, abrieron unas cervezas y el tabaco se prendió para entrar en conversación.

- Y Ángela... ¿tu cómo has estado? Después de lo de la Tamy, estabas muy ida. No sabía si estabas en shock o en algo, puesto que no demostrabas nada. Quizás por eso me intenté alejar un poco para que estuvieras mejor. Algo te conozco, así que estuve bien en no molestar. – Se ríe Esteban, pero estaba en lo cierto. Detestaba que la hostigaran. Más si son sus amigos. Ellos sabían que Ángela solía no estar siempre presente en todo, pero de alguna u otra forma, lo estaba.

- No sabes cuánta razón tienes. Me hizo mejor. Fue todo muy chocante. Que la mataran, de enterarme de lo que sucedió, de caer en la urgencia, de que al día siguiente ya estaban los de la PDI en mi casa. Me sentía una criminal. – Después vio todo con más claridad. – Entonces es así como te sentías por la muerte de Catalina. Tú me puedes entender entonces de cómo estoy.

- Sí. Así mismo. Esa rabia e impotencia que uno tiene y la culpa, puesto que uno piensa que sí pudo haber evitado el asesinato. Que quizás todo habría sido distinto si hubiera tomado otras decisiones. Pero lo hecho, hecho está. Nosotros no debemos sentirnos culpable de actos asesinos de otros. Eso es lo que tú me trataste de decir aquel día en la plaza. – Le recordaba su amigo, en cual también pasó por la misma situación.

- Así es. A veces suelo ser sabia para unas cosas.

- E idiota para otras.

- Imbécil.

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