Capítulo Dos

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Dos semanas de silencio. Las calles volvían a la normalidad. No muchos hablaban de la chica desaparecida. Sólo algunos matinales comentaban lo sucedido con notas repetidas y tomas aleatorias de la comuna. Aún estaban pegados en postes de luz y almacenes varios el cartel de "se busca", los datos de la acongojada familia y la foto de la chica con la polera de The Beatles. Las mañanas aún dejaban rastros de las neblinas densas que tenía la localidad. No era de extrañar que las personas, al salir de sus casas en las mañanas, quedaran con sus ropas húmedas, a la espera el sol de invierno que calentara, aunque sea por unos instantes, a la helada capital.

Fue así como Gonzalo, al salir de su "casucha", como la llamaba con ternura, se encontró con la aún poderosa niebla. Vivía en el campamento Los Humedales, nombre no muy original, pero la idea era esa: mostrar con claridad el nombre en el cual ellos estaban viviendo. Hace tres años que existe este campamento, construido por personas de regiones que llegaron a la capital, y al verse sorprendidos por la masividad de personas en la región y lo excesivo de los cobros habitacionales, llegaron a este descampado, un lugar remoto para poder encontrar algo mejor, pero las condiciones aún estaban desfavorables. Varios extranjeros tomaron también estos lugares para sus familias y de a poco empezó a expandirse. Aun así, las personas que viven ahí son de gran esfuerzo, decentes y trabajadoras. Cosa que los habitantes oficiales Del Zarco aún miran de reojo.

Gonzalo tenía turno este sábado. Entraba a las ocho de la mañana en su trabajo de operario de producción. Lo bueno es que su turno terminaba a las tres de la tarde, y tenía planeado una rica junta familiar. Su esposa le dijo el día anterior que había comprado unos costillares para tirarlo a la parrilla. Gonzalo estaba contento. A pesar de todo, aún podían permitirse aquel gusto. Su señora llevaba trabajando un tiempo en una carnicería como cajera, y le hicieron una rebaja por aquellos trozos de carne. Sólo tenían un hijo, de ocho años, que agradecían sus padres que aún seguía obediente y respetuoso. No generaba problemas en ellos. Hacía sus tareas, iba a la escuela, nada fuera de lo común.

Para salir a tomar la locomoción colectiva, desde el campamento, debían atravesar por una zona aún deshabitada. Eran terrenos de antiguos humedales en cual, en efecto, eran zonas que era muy peligroso iniciar algún tipo de construcción. No había estudios ni nada que pudiese defender aquella zona para iniciar alguna futura obra, puesto que existían pozas de agua en varios lugares. Su hijo le contaba una ocasión que una amiguita le dijo que se escondían ranas y cosas salvajes ahí. Gonzalo no lo dudaba. Le tenía un gran respeto a la naturaleza y sabía que estos terrenos algo debían tener. Por ello, los vecinos del campamento construyeron unas cercas para crear una especie de camino, para evitar ir para aquellos lugares que con inhóspitos para todos. Mientras caminaba, Gonzalo gira su vista al escuchar a un par de perros ladrando mientras rodean un bulto que está en el suelo. Gonzalo podría haber ignorado aquel suceso, si no fuera porque, en el hocico del animal, había una mano humana. Aún conservaba sus dedos.

Bastó menos de una hora para que Carabineros, PDI y personal municipal cerraran todo el sector. Los vecinos se aglomeraban para saber qué había pasado. Se había encontrado un cuerpo humano. Muerto. Los oficiales no entregaban más datos, pero según los vecinos que, sin ningún prejuicio, estaban con sus celulares atentos a cualquier suceso, pensaban que se trataba de Catalina, la chica desaparecida. A los minutos, los principales medios de comunicación estaban estacionando sus furgonetas para transmitir en vivo y en directo lo que podría ser la aparición de la chica desaparecida Del Zarco.

Los primeros en llegar fue una patrulla de Carabineros, luego del llamado desesperado de la señora de Gonzalo, puesto que éste lo único que intentó hacer al momento de ver aquella escena, fue a quitarle la mano del hocico del perro y llamar a su señora, puesto que el trabajador veía toda la escena en estado de shock. Al espantar a los perros y acercarse al bulto, la vieron con claridad. La chica estaba con sus ojos abiertos, con aquella chaqueta roja que acababa de estrenar, pero con el mismo color, se veía grandes manchas de sangre. Y ahí notó del por qué. Tenía las muñecas cortadas, muy profundas. Quizás por eso los perros estuvieron jugando en esa zona antes y la mano se separó de su cuerpo. La cara estaba hinchada, golpeada y se veía un gran deterioro en su cuerpo. Llevaba quizás varios días acá y nadie se dio cuenta. Tapada entre matorrales, pozas de agua y el eterno abandono de aquellos humedales. Sin lugar a duda, es un buen sitio para deshacerse de muchas cosas. Al parecer, la persona que hizo esto, pensó que también servía para botar restos humanos.

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