prologo

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Despertó sintiéndose aturdido debido al estridente sonido de la alarma. Suspiró mientras contemplaba el techo, cerrando los ojos con la esperanza de que su día no resultara ser decepcionante.

A regañadientes, se levantó de su acogedora cama y se encaminó hacia el baño, evitando mirarse en el espejo. Una vez listo y vestido con su ropa deportiva, se dirigió a la colchoneta para comenzar su rutina de ejercicios.

Con precaución, trató de hacer el menor ruido posible para no perturbar a su familia a esa temprana hora.

Treinta minutos más tarde, se encontraba contemplando su reflejo en el espejo, lágrimas deslizándose por sus mejillas. Examinó cada imperfección: estrías, cintura ensanchada, muslos prominentes, cicatrices dispersas por su cuerpo, papada, grasa en sus brazos y manos con dedos que no consideraba delicados.

"Solo deseo ser aceptado", murmuró, una lágrima más escapando de sus ojos. Suspiró, esforzándose por contener una crisis tan temprano en el día.

"Tranquilízate", se repitió, regulando su respiración mientras intentaba calmar sus emociones.

Observó su reflejo una vez más antes de desnudarse y dirigirse a la ducha. Salió del baño con ropa interior, buscando en su armario prendas que pudieran disimular sus inseguridades.

Optó por unos jeans demasiado grandes para ocultar sus muslos, una camiseta negra varias tallas más grande con mangas largas para esconder sus heridas. Examinó su reflejo para asegurarse de no dejar a la vista ninguna imperfección antes de decidirse por su atuendo.

Al revisar su celular, notó que eran las 07:30 y le quedaban apenas treinta minutos para llegar al instituto. Descendió rápidamente las escaleras, esperando encontrar solo a su madre en la cocina.

Lamentablemente, sus padres y hermano estaban desayunando. Detuvieron sus conversaciones al percibir su presencia.

"¿Qué miras?", le espetó su padre de manera brusca, despreciándolo con la mirada antes de retomar su desayuno. Su madre lo fulminó con la mirada antes de dirigir su atención hacia él.

"Buen día, cariño. ¿Cómo dormiste?", preguntó Megan, su madre, la única razón por la que aún se levantaba cada día, la persona que lo apoyaba y alentaba constantemente, la única que amaba en este mundo.

"Hola, mami. Dormí bien, ¿y tú?"

"Bien, amor. ¿Quieres desayunar? Hice crepes con salsa de caramelo y frutas, tal como te gusta", sonrió la madre omega mientras hablaba a su cachorro.

Miró la mesa y vio los crepes que tanto disfrutaba. Justo cuando estaba a punto de aceptar la oferta de su madre, su hermano intervino.

"¿No crees que deberías comer algo más saludable? Los crepes tienen mucha masa y calorías. Mejor come solo la fruta con agua o, mejor aún, nada. Total, no estás muerto de hambre". Su padre y hermano rieron, mientras su madre los miraba con furia pero optaba por no hablar.

"No les prestes atención, cariño. Puedes comer lo que desees", habló dulcemente para reconfortar a su hijo.

El omega observó una vez más la mesa y notó cómo su hermano lo miraba con desprecio y su padre lo ignoraba.

"No, mami, se me hace tarde para la escuela. Debo irme o la maestra no me dejará entrar". Le esbozó una sonrisa falsa a su madre, que pareció no convencerla, ya que la vio suspirar mientras asentía a sus palabras.

Acomodó su mochila y se encaminó hacia la salida. Una vez fuera del alcance de su familia, se permitió soltar las lágrimas que había estado conteniendo.

Caminó lentamente hacia su escuela, que se encontraba a pocos metros de su casa. Aunque iba temprano, prefería evitar la multitud en la entrada, las miradas desagradables y las palabras hirientes.



El timbre resonó, marcando el final de su última clase. Esperó pacientemente a que todos abandonaran el aula para recoger sus pertenencias.

Dirigiéndose fuera del salón, buscó la salida del recinto con la intención de irse lo más rápido posible. Avanzó apresuradamente hacia la puerta de salida, sin preocuparse por mirar a su alrededor. 

De repente, fuertes aromas lo envolvieron, dejándolo aturdido. Su visión se nubló y estuvo a punto de soltar un quejido.

En el momento en que comenzó a reaccionar, una mano tapó su boca, prohibiéndole hablar, mientras su lobo se aterraba ante la presencia de alfas desconocidos. Fue arrastrado por los pasillos sin tener claro a dónde lo llevaban.

Bruscamente, lo arrojaron al suelo, su cabeza golpeando contra las baldosas, aparentemente cerca de los baños.

"Ya era hora, omega. Estuve todo el día buscándote. Necesito liberar mi estrés y qué mejor que con un omega inútil como tú", se escuchó la voz de Jake, el alfa que había estado haciendo su vida en el instituto y causante de muchos de sus problemas. 

Harry, aterrado, solo pudo emitir un quejido lleno de miedo que desconcertó a los demás alfas presentes. Su omega llamaba incesantemente a su alfa, aunque claramente era imaginario, ya que nadie lo miraba a menos que fuera para burlarse de él. Continuó soltando gemidos y quejidos, irritando a Jake.

"¡Cállate ya!"

El silencio se apoderó de la habitación cuando el alfa, cansado, cerró la boca del omega con firmeza, desgarrando sus oídos con su voz autoritaria.

"Quién iba a pensar que esta bola de grasa aún no sabe quién manda", dijo con brusquedad, liberando feromonas de enojo que aterrorizaban aún más al omega.

"Sabes, no entiendo por qué siempre haces todo tan complicado. Solo quiero jugar contigo", hizo un puchero fingido después de soltar esas palabras.

"Por favor", suplicó el omega, aterrado, sin saber qué más hacer para escapar de la situación.

"Te dije que te calles". Harto, el alfa lo agarró del cabello, llevándolo al inodoro y sumergiendo su cabeza en el agua del excusado.

Con todas sus fuerzas, Harry intentaba liberarse del agarre del alfa, pero la fuerza de Jake multiplicada por la ira hizo que fuera imposible. Sus ojos se cerraban involuntariamente por la falta de aire. Con sus últimas fuerzas, emitió un débil quejido de ayuda, aunque sabía que nadie vendría en su rescate.

Se oyó cómo la puerta se abría con fuerza y el olor de un alfa desconocido llenó el lugar.

Finalmente, Harry sintió que lo soltaban y pudo tomar aire. Se sentía débil, apenas logrando reunir la fuerza para respirar, mientras los olores de los alfas lo mareaban.

Lo último que experimentó antes de desmayarse fue la mirada preocupada de unos cabellos castaños.

Entonces, todo se sumió en la oscuridad.

𝐴𝑚𝑎𝑟𝑦𝑙𝑙𝑖𝑠 !¡ 𝑙.𝑠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora