☾Capítulo 37☽

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¿Por qué siempre la cagas Tyson?

Me reprendo mentalmente mientras cierro la puerta de la lavadora y coloco una moneda en la rendija para que empiece a lavar. Dejo mi mochila vacía en el suelo mientras me siento en las sillas a esperar.

La lavandería está en el centro, y casualmente, en la manzana de enfrente puedo ver que se está inaugurando una heladería.

Heladería que tuve la suerte de inaugurar ayer.

Hay mucha gente en el lugar, principalmente porque regalan conos de helados y yo solo observo desde mi silla mientras sostengo una revista de hace dos años pero me entretengo viendo las imágenes y fingiendo que leo.

Una mujer unas sillas más a la derecha hace lo mismo que yo. Me observó con reproche cuando me vio sacar mis conjuntos de ropa interior sexys, sin embargo, la observé fijamente hasta que dejó de mirarme.

Maldita vieja fisgona y juzgadora.

Faltó que le enseñe la lengua para que se meta en sus asuntos.

Aunque bueno, peleamos un poco por la última lavadora de la fila porque ella trajo un carro de supermercado lleno de ropa y ocupó todas las lavadoras. Así que discutimos un momento cuando llegué y metí mi ropa ante su atenta mirada.

Así que me miró de arriba a abajo y se fue con su carrito a sentarse a la otra punta.

Y yo hice lo mismo.

Muerdo el interior de mi mejilla mientras observo, por sobre la revista, a la gente amontonarse en el lugar esperando por sus helados.

Hay muchos niños y otros tantos adultos.

Creo que nunca voy a poder ir a esa heladería.

Vuelvo la vista a la revista y me entretengo viendo imágenes de un grupo de chicos jugando al polo junto con sus caballos y paso las páginas.

Hasta que un ruido me saca de mi concentración.

Levanto la cabeza y veo justo del otro lado del vidrio de la tienda, que hay una persona parada que me sonríe mientras da unos golpecitos con sus nudillos en el vidrio, a fin de llamar mi atención.

Estela.

La chica viste una falda blanca y un fino suéter celeste con margaritas tejidas. Y cuando nota que la veo, sonríe.

Me señala la puerta del local, como diciendo que va a pasar, y yo entro en pánico.

No sé por qué, pero ella no vio mi ropa interior jamás y temo que pueda investigar por qué tengo ese estilo de ropa interior y me traicione poniendo en evidencia esas cosas.

Me pongo de pie de un salto y camino hacia la puerta, para impedirle que llegue a mi lado y vea mi lavadora.

Las campanas de la puerta entran cuando ella lo hace y me observa, con una sonrisa en el rostro.

—¡Bi! —dice con una sonrisa y me da un abrazo fuerte para luego separarse de mí sosteniéndome de los hombros—. ¿Estás bien? Te envié mensajes preguntándote si íbamos a ir a la tienda del señor Pepe por tu cereal y no respondiste.

Me explica con cierto reproche y preocupación, y yo sonrío.

—Oh, eso, dejé el móvil en casa —finjo demencia y me encojo de hombros para que sea más creíble.

Ella parece entender.

—Bien, pero no me asustes así —suspira mientras suelta mis brazos y se acomoda el cabello.

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora