☾Capítulo 49☽

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¿Alguna vez sintieron como se rompe su corazón?

Suena tonto, lo sé, pero el corazón se puede romper, y eso duele.

Duele mucho.

A veces pienso que las personas deberían poder ser pequeñas, sin necesidad de que nadie las meta a una cajita de cristal y poder meterse solas.

Tal vez fuera facil darse cuenta de que te van a destrozar el corazón, y poder meterlo en la cajita de cristal tu misma, para cuidarlo. Pero es tonto, porque nunca sabes cuando te van a romper el corazón. Porque solo llega, el golpe llega solo y solo pueden soportarlo.

No importa si no tienes fuerzas o no tienes con qué reconstruirlo, y lo más probable es que falten pedacitos que dejas en el pasado, pero te recuerdan de que falta algo. Y si tu corazón tiene grietas, fue porque alguien lo rompió. Y nunca va a volver a ser igual.

Cuando creces y te duele el corazón entiendes que es una mentira que el amor no tiene que doler. Porque duele.

Y mierda que si duele. Pero si no doliera, no sabría que de verdad lo quise...

Y entonces, abrazada a mis rodillas, entre la oscuridad y sentada sobre el tronco reseco de un viejo árbol, juntando los pedacitos de mi corazón, lloro en silencio, observando la ventana de la parte trasera de la casa en la que crecí.

Recuesto mi rostro en mis brazos y cierro los ojos por un momento, siento como las húmedas lágrimas amargas descienden por mis mejillas, y una pasa por sobre mi naríz, para luego caer al suelo, perdiéndose en el césped reseco mientras tanto, yo me pierdo en la oscuridad de la noche.

Aún llevo el uniforme del instituto, y hace frío. Solo traigo mi móvil en una de mis medias, ya que no tengo bolsillo. Y está apagado.

Lo apagué hace tres horas, cuando llegué.

No quería saber nada de nadie.

Quería estar sola, como siempre.

Mientras mi corazón se reconstruía solo y en silencio.

Veo por las ventanas viejas y ya percudidas por el tiempo, con ligeros raspones que emblanquecen la superficie la luz de la pequeña cocina de mi casa. Y allí, veo a mi mamá. Con un moño atado en su cabello y vistiendo un jersey grande y gris, no sé si por la suciedad o porque se fue desgastando con el tiempo, pero noto que no era de ese color originalmente.

Y ella está cocinando algo, algo dulce por lo que puedo ver.

Se ve serena, como si estuviera en su propia cajita de cristal con sus cosas.

Por un momento me dan ganas de ir a abrazarla, a golpear su puerta y sumergirme en sus brazos como cuando era una niña. Sin embargo, no quiero alterar su estabilidad. Me hace bien verla bien.

Y no quiero ser yo quien rompa su burbuja de cristal.

Limpio mis mejillas con los puños de mi camisa de instituto y entonces, miro el cielo, ya oscuro.

Me lo medito un momento, pero enciendo el móvil y entonces, veo que me llegan un par de mensajes. Varios mensajes.

Entre ellos, un par de Rocco preguntando por qué no fui al aula de periodismo, que si estaba bien. Entre muchos más que no pude ver porque no abrí la app. Solo bajé la pequeña solapa.

También habían mensajes de Estela, y Luz, los de Luz decían que me había visto salir de la clase y que había dicho al profesor que estaba con cólicos, y que por eso tuve que ir a mi casa. No respondí, pero agradecí por ello.

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora