04 - Blackout -

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Kisaki metió un poco la cabeza entre los hombros inconscientemente.

Le cogió del cuello y lo llevó contra la pared arrinconándole entre el pequeño espacio que había entre el váter y la bañera. No podía moverse.

–¿Qué... –bajó hasta ponerse a su altura– me has llamado? –sonrió incrédulo relamiéndose los labios.

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–Pensé –se acercó a su oído – que el único payaso que hay en toda esta historia eres tú.

Hanma le trazó con los dedos la cadera contraria, subiendo hasta la cintura.

–Ideas un plan de diez años para enamorar a la supuesta mujer de tus sueños –suspiró– y acabas tirándote a tu compañero de guerrillas –se llevó la mano a la frente, recogiendo los mojados mechones. – Es bastante patético.

La mente de Kisaki comenzaba a estar en blanco por la furia. No sería él quien se riese de su astucia. Levantó el puño y fue a golpear a la mejilla derecha del moreno. Él le detuvo el puño con la mano en el aire.

–Eso es –se comenzó a burlar– enfádate, pégame. En el fondo sabes que es verdad.

El rubio solo suspiró haciendo una mueca extraña. Le miró forzando una sonrisa.

–¿Y tu?

Hanma arrugó las cejas con confusión.

–Es más patético acceder a acostarte con alguien solo por sustituir a otra persona –se subió las gafas con el anular, que ya iban por la punta de la nariz por el sudor.– Fue a hablar el circo de payasos.

El cuerpo del moreno se tensó. Sin pensarlo, le metió la mano por la espalda y le empujó hacia delante, golpeándole el pecho con el borde del lavabo.

Kisaki sorbió como señal de dolor.

Le puso una mano en las lumbares presionando con fuerza para que no se moviese. Cogió la pequeña botella y la apretó, dejando caer una considerable cantidad de lubricante en la entrada del rubio. Sin mediar, como siempre hacía, le metió dos dedos de golpe.

El pequeño cuerpo se contrajo. Eso había sido demasiado brusco incluso para Hanma.

Mientras le tenía presionado contra el lavabo se acercó a su oído, sin dejar de mover los dedos en su interior.

–Relájate... –susurró con la voz ronca.

Al ver que no respondía a sus órdenes le mordió suavemente el lóbulo de la oreja, haciéndole estremecerse. Kisaki se revolvió apoyando las manos en el mármol intentando levantarse. Hanma le cogió las muñecas colocándoselas detrás de la espalda, presionándole con fuerza. Se golpeó levemente la barbilla cuando llegó nuevamente al mármol. La boca le sabía a sangre.

Dejó de mover los dedos mirándole durante un segundo, verificando que no había pasado nada peligroso aparente.

–Relajate... –repitió– o te dolerá.

El cuerpo de Kisaki seguía tenso, con las rodillas estiradas y los músculos de las piernas completamente activos.

Le dio un manotazo en el glúteo, ejerciendo fuerza en su cadera, haciéndole temblar las piernas por el dolor. Ante eso, se abrieron un poco relajando su apoyo.

Un pequeño gruñido escapó de su boca rezando por que el moreno no lo hubiese oído.

–Buen chico –se burló. Alineó su miembro con la entrada del rubio metiendo y sacando el glande desde arriba, presionándolo hacia abajo para dilatar la entrada. –Repite eso para mi.

Entró poco a poco viendo como le succionaba, oponiéndole una pequeña resistencia, disfrutando del calor ajeno. Kisaki frunció el labio en un gesto de incomodidad.

Salió de su interior, dejando dentro la punta y vertió un poco más de lubricante, restregándolo con los dedos.

Atento nuevamente a su cara, repitió el movimiento anterior, viendo como esa vez no hubo reacción negativa por parte del rubio.

Comenzó un suave y corto vaivén, introduciéndose cada vez más profundo.

El rubio chistó mientras respiraba fuertemente.

Hanma se detuvo unos segundos observando como respiraba con dificultad por la presión del mármol.

–¿A qué esperas? –demandó.

Salió lentamente de su interior para entrar en un golpe brusco reiteradas veces. Con la mano que le quedaba libre, le golpeó el espacio entre el glúteo y la cadera, dejándole una gran marca roja.

Kisaki gruñó nuevamente.

El moreno notó como su cuerpo intentaba buscar el roce. Le soltó las manos y colocó las suyas a ambos lados de la entrada apartándole los glúteos. Comenzó a moverse de forma fluida.

El pequeño cuerpo postrado subió los antes amarrados antebrazos y tanteó con los dedos el espejo intentando arañarlo. Curvó la espalda levantando el trasero.

–Menos mal –susurró Hanma con la voz ronca– que no te gusta esto.

Justo cuando Kisaki abrió la boca para protestar, el contrario le llevó una mano a la cabeza hundiéndole contra el mármol mientras enterraba profundamente su miembro.

La voz del rubio se quebró, haciendo que se le escapara un sonoro gemido.

Hanma se rió.

–Eso ha sido precioso –se burló de él. –Vamos, vuelve a hacerlo.

El moreno siguió con sus embestidas, alternando el ritmo y la dureza de sus penetraciones. Por su parte, Kisaki solo podía respirar agitadamente. Los dedos se le resbalaban completamente por el cristal, y los terminó llevando a la mano que seguía en su cabeza. Le clavó las uñas.

Ante la sensación, Hanma entrecerró los ojos por el escozor. Cerró los dedos en un puño, enganchando mechones de su cabello y tiró hacia atrás. Las uñas se le clavaron más profundamente.

Se deshizo de su agarre llevándole la mano al cuello presionándole por los lados.

–Te parecía muy fácil hacer esto, ¿eh? –se burló. –No te oigo quejarte. ¿Te has quedado mudo?

Kisaki cogió aire para hablar y el contrario le enterró completamente el miembro, haciéndole chocar la frente con el espejo que tenía delante.

Un leve y sincero gemido se le escapó de los labios. Se llevó la mano a la boca sorprendido, abriendo grandes los ojos.

–Echaba de menos ese sonido –Hanma se echó hacia delante con expresión neutral, parando por un segundo sus embestidas para dejar un pequeño beso detrás de su oreja.

–Cállate.

El moreno le golpeó justo debajo de la cintura, oyendo como siseaba quejándose. Mientras él respiraba de forma pausada, controlándose, la corta respiración de Kisaki era un desastre. El aire, completamente cargado de vapor y calor no le ayudaba a oxigenar los pulmones.

Notó como los oídos empezaban a oír los movimientos como si fueran lejanos. La cabeza le daba vueltas. Quería vocalizar pero la mano de Hanma en el cuello le oprimía completamente, dejándole a penas entrar aire. Los ojos le pesaban.

Completamente ajeno a su voluntad, cerró los ojos, dejándose llevar por la fatiga, sintiendo como podía oír sus propios y lentos latidos en los oídos. Notaba la vibración. Hanma le estaba diciendo algo, pero no lo llegó a escuchar antes de desmayarse.

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Increíblemente escribo esto en los ratos libres que tengo entre que como y me pongo a hacer mis tareas.

O a las 5 de la mañana en el tren mientras voy a clase. No hay término medio.

Hanma to KisakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora