―Quiero decirte algo bonito. De verdad. Pero lo único en que pienso es en rodearte la garganta, así quitarte la vida y depositarla cuidadosamente en un compartimento secreto en mi cabeza. Podría llevarte para todos lados, veríamos lo mismo, no tendría que pensar en ti cuando estás lejos. Pero si te arrancara la vida de esa forma, no querrías ser más mi amiga, me odiarías, y aunque me odiaras, me temo, yo seguiría queriéndote.
―Ya ―dijo la mujer frente a él―, no te puedo entender. Hace dos segundos no me querías ver por eso que pasó la otra noche y ahora estás diciendo esto.
La habitación de ella era un lugar peligroso.
―¿Podemos hablar afuera?
―No ―dijo ella― ¿Por qué no te relajas?
―¿Por qué no me relajo?
De verdad tenía el cuerpo muy tenso.
―Dónde leíste eso que me dijiste denante.
―En algún libro.
―¿En cuál?
―No lo recuerdo.
―¿Lees mucho? No respondas, ya sé que lees mucho, ¿pero lo suficiente para no recordar los títulos?
―Era un libro muy malo, quizá, por eso no lo recuerdo.
―Me gustaría que te acercaras un poco. Estás en la otra punta como si yo fuera a lanzarme sobre ti de nuevo. Ya aprendí mi lección.
La observé, estaba en la cama sentada a lo indio, me pareció indefensa, pero eso era mentira, yo estaba indefenso en frente de la ventana, pero eso era también mentira.
―Podría rodearte el cuello y apretar hasta dejarte sin vida ―dije.
―Hazlo.
―No.
―Hazlo, a ver.
―No puedo.
―¡Hazlo! Por lo que más quieras, ¡hazlo!
Cerré la distancia entre nosotros y rodeé su finísimo cuello con mis manos, puse una rodilla en la cama entre sus piernas y la empujé hacia atrás con fuerza. Soltó un jadeo.
―No estás apretando ―dijo, el pelo rojo desparramado en el cubrecama verde.
―Cállate.
―Aprieta.
―Cállate.
Me clavó los dedos en los antebrazos.
―¡Ya sabes que yo te quiero! ¡Ya lo sabes!
Presioné, la piel me supo cálida, como mantequilla entre mis dedos. Los ojos se me pusieron somnolientos. La solté y me recosté, con cuidado, junto a ella.
―Eres un tonto ―dijo.
Su pelo me hizo cosquillas en la nariz.
―Vuelve a repetirme lo del principio ―pidió.
Lo hice de memoria.
Se apoyó en un codo en la cama y me recorrió la boca con un dedo flaco como una ramita. Me hizo cosquillas, entreabrí los labios y dejé que lo deslizara dentro.
―Muerde ―dijo.
Lo mamé suavemente.
―Fue muy bonito ―dijo―, lo que dijiste, muy bonito.