―Si no te pregunté por eso. Cambias de tema, viste. Te estoy hablando de algo equis y te dan esos arranques.
―No te importan mis respuestas. Te contesto todo lo que me preguntas. Todo. Pero no te importa. Oyes el sonido de mi voz y eso es todo. Podríamos estar culiando y me oirías gemir, así estaríamos mucho mejor.
―Practicar el sexo es distinto a hacer el amor.
―Da lo mismo.
―Ayer saliste. ¿Dónde fuiste?
―A mi casa. A dónde más.
―Pero llamé y no estabas en tu casa.
―¿Quién te respondió el teléfono?
―Tu hijo pequeño.
―Eso hace. Dice que no estoy. Cuando su papá llama dice que no estoy. Cuando llama mi mamá dice que no estoy. Eso es lo que hace.
―Ya. ¿Segura que no me estas mintiendo?
―¿Y a ti qué te importa?
―¿Cómo no me va a importar.
―Todavía vives con la mamá de tu hija.
―De hace rato que no pasa nada entre ella y yo. Está seco y frío como Luvina, ¿no me mostraste tú el relato? Así es con ella. Todo de hace rato que murió y vivimos sobre las cenizas, fingiendo que no las vemos. Y las noches son frías, además.
―Y las noches son frías ―repitió ella.
―De todas formas, yo te amo.
―Seguramente lo haces.
―No he amado a nadie como te amo a ti justo en este momento.
―Los inviernos están cada vez más fríos. Por eso no has amado a otra como me has amado a mí.
―¿Cuándo llame puedes, por favor, tomar el celular?
―Se lo paso para jugar.
―Si me di cuenta. Si le compro uno crees que podrías tomarme la llamada. Me gustaría mucho, en momentos como estos, oír tu voz.
Y él se echó a llorar.
―Estoy viviendo sobre cenizas y a veces me sorprendo escupiendo flemas negras. ¿Me comprendes?
―Debe ser malo para la salud.
―Entiendo a la niña, por eso no me puedo separar. Yo fui ella. Y me cagó la cabeza. Al final todos me abandonaron. Así fue como me sentí toda la vida. ¿Puedes, por favor, contestarme el celular, por favor?
─Y las noches son frías ―repitió ella―. Ya veremos.