─No sé cómo funcionar. ─Le extraña cuando le digo cosas así─. No me refiero a que no sé salir de la cama, es otra cosa, aunque salir de la cama igual me cuesta. Siempre es sobre cuando era niña, así que lo siento. Siento actuar así, pero mi cerebro se programó de esa forma y ya no lo puedo cambiar. Así sobreviví así que es justo que así siga.
─¿Y una lobotomía?
─No soy Frankenstein.
─¿De qué estás hablando?
─Ah, cuando dijiste lo de la lobotomía pensé en Tim Burton, y luego en Mary Shelley. De todas formas, no es como que pueda usar las partes que me parecen las mejores.
─¿Por qué no?
Ella lo había hecho. Y lo había pegado todo con un montón de cinta aislante para que no se escucharan los gritos. Pero yo no tenía que oírlos necesariamente para saber que estaban en algún lugar apretujados.
─Pienso que hay que aprender a vivir con las contradicciones. Me detesto pero, al mismo tiempo, me caigo simpática. O sea, nunca he deseado ser nadie más aun cuando estaba pensando en desaparecer de la faz de la tierra, nunca dije, ah, quiero ser aquel o aquel. Creo que es lindo, que no lo hiciera.
Bufó.
¿Quién era ella? Nadie. Ella me hacía sentir triste. No se podía apreciar ni una grieta.
¿No te duele ser tan hermosa?, pensé. Por lo menos yo, que no soy tan guapa, no voy a sufrir cuando tenga que envejecer. Eso pensé. Y fue mi último pensamiento antes de que me rompiera en un montón de pedazos.