Su amigo gritó:
─¿Lo oíste?
─No, no ─dijo él.
─¿Cómo no?, si yo lo oí tú también debiste hacerlo.
─No, yo no lo escuché.
─Qué miedoso eres.
No tenía miedo, de verdad que no lo había escuchado. Pero su amigo no se iba a quedar tranquilo hasta que dijera lo que quería oír, así que cuando se lo volvió a preguntar dijo que sí.
─Ah, viste. ¿Cómo sonaba? A mí me pareció que era un perro o un gato, pero monstruoso, sub normal, tú me entiendes.
Su amigo se rio.
─¿Como un perro puede sonar como un gato o viceversa? ─le preguntó apuñalando el costado del otro con el codo huesudo. ─Él quería irse a la cama.
Su amigo lo miró muy serio.
─Pueden. Un gato puede sonar como una rata y viceversa igual.
─¿Cómo siquiera se escucha una rata?
─Lloran, sobre todo cuando son bebés. Una vez mi mamá encontró un criadero debajo de las tablas de su pieza, tuvo que desmontar todo el suelo y ahí las encontró. Me las mostró. Eran transparentes. Me dejó tomar una pero cuando comenzó a chillar me asuste y se me cayó, y ya no volvió a llorar.
Su amigo no dijo nada más, así que le preguntó si se había muerto entonces la ratita.
─Claro... Ah, mira, volvió a gritar.
Él aguzó el oído, pero de nuevo cuando el otro lo miró con mucha ilusión y le preguntó sí es que lo había oído, no lo hizo y todavía así le dijo que sí.
─Esta vez suena como si un perro se hubiese comido a un gato, o como una cruza entre los dos ─dijo el amigo.
─Ah ─murmuró él. Había salido un viento helado.
─Tendría que ser un gato muy grande o un perro muy pequeño ─dijo, y los dos se rieron por lo bajo. Aunque la risa de él no era verdadera. En la casa todos dormían.
El niño apoyó la mejilla en el resquicio de la ventana, afuera hacía bastante frío, tanto frío, y en algún momento se había colado dentro. Ya no había forma de sacarlo.
─Cada vez se escucha más cerca ─dijo su amigo, y cuando se separó de su lado y se fue, quedó aún más frío al lado suyo.
