Capítulo 3

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-Iré yo.

Todos se volvieron hacia Måy. Las palabras habían salido de sus labios antes de que pudiese procesarlas. No sabía si habían sido impulsadas por saldar la deuda eterna con sus vecinos, el saber que no habría más voluntarios, el amor que le profesaba su hermano y las ansias de salvarlo o la excitante perspectiva de abandonar la pacífica y monótona vida de pueblo para embarcarse en una aventura; lo cual su padre jamás había permitido. Tal vez fuese todo a la vez. El caso es que estaba allí, de pie en el centro de la plaza, y todos le miraban.

-Tengo que hacerlo. -añadió, y casi se sorprendió por la determinación de su propia voz. Todo el mundo estaba en completo silencio- Prometo no fallaros.

El jefe dio un paso al frente, y escrutó a Måy con sus ojos avellana. Era un hombretón alto y corpulento, de piel cetrina, espesa melena y barba oscura; y, a pesar de que conocía su carácter bondadoso, Måy no pudo evitar sentirse intimidada. La examinó en silencio lo que pareció una eternidad, y entonces, acercándose a ella, posó una mano sobre su hombro en señal de aprobación. El silencio se rompió. Palabras amistosas dirigidas a la chica flotaban en el aire. Frases de ánimo y gritos de júbilo resonaron como una deliciosa melodía en los oídos de Måy. Aplausos, risas. Alguien la alzó del suelo, elevándola por encima de las cabezas de la gente. Desde allí vió la cabecita rubia de su hermano, que reía feliz, sin comprender nada, en brazos del Jefe. Había olvidado lo hermosa que era su risa.

Y entonces comprendió que no podía fallarle. Conseguiría el Noicåcūdĕ, costara lo que costara. Por su pueblo. Por su hermano. Por su familia.

En busca de NoicåcūdĕDonde viven las historias. Descúbrelo ahora