Capítulo 14

2 0 0
                                    

《Bosque Ląñup》.
Así rezaba el letrero de madera carcomida y putrefacta plantado al inicio del camino. Se había despejado adrede un paso entre los árboles, que se extendía hacia el interior del bosque, perdiéndose en la oscuridad de la espesura.

Måy ya había oído hablar de aquel lugar.
Mercaderes de lejanas regiones, transeúntes y viajeros procendetes de todas partes coincidían allí para descansar y comerciar. Y con ellos acudían los ladrones y bandidos, que aprovechaban la abundante maleza que el bosque ofrecía para ocultarse y acechar al paseante despistado. Era un lugar concurrido y peligroso; por lo que había que mantener la alerta en todo momento.

Leuquim miró a Måy un momento, antes de sonreir y decir:

-Estás conmigo ¿recuerdas? No voy a dejar que nada malo te pase.

La chica asintió. No sabía por qué estaba tan nerviosa, cuando aquél era probablemente el lugar menos peligroso por donde había pasado desde que abandonó su hogar; pero la sensación de que algo malo les acechaba allí dentro se negaba a abandonar su cuerpo.

Entraron.
No transcurrió mucho tiempo hasta que se encontraron con el primer comerciante.
Era un hombre de mediana edad, pequeño pero robusto, vestido con sucias ropas de campesino. Había aparcado una carretilla llena de sacos de harina a un lado del camino, y clavó en Måy sus ojos negros cuando pasaron junto a él, de una forma que no le gustó nada a la chica. Cuando casi habían pasado de largo, les gritó con una voz ronca:

-¡Harina, tres platas!

Era un precio desorbitado para un mugriento saco de harina, pensó Måy, y aunque hubiese llevado dinero encima, habría sido lo último que compraría. Pero, para su sorpresa, Leuquim se volvió y no compró uno sino dos sacos; y reanudaron el camino cargándolos a las espaldas. El comerciante no abrió la boca en todo el rato; sólo los miró con los ojos entrecerrados mientras extendía la mano para recoger el dinero. Cuando se hubieron adentrado más en el bosque, perdiendo de vista al vendedor, Måy osó preguntar el por qué de la compra.

-Peajes. -explicó Leuquim- En Ląñup siempre encontarás al menos un par, dependiendo de tu aspecto. Se disfrazan de comercios, porque técnicamente son ilegales; pero más te vale pagar si no te quieres meter en problemas. -acto seguido, soltó el saco, que se desplomó en el suelo con un sonido sordo- Ese "comerciante" seguramente tiene por lo menos 20 compañeros "haciendo guardia" por el bosque. No hemos pagado por la harina, sino por nuestras vidas; al menos hasta el siguiente peaje.

Pasaron por siete peajes más; y fueron dejando un rastro de objetos inútiles tras de sí a medida que avanzaban: cucharones de madera, herraduras de hierro, sombreros de paja, manzanas asadas con un olor sospechoso...
Por el camino se cruzaron con viajeros de todo tipo; solos, acompañados, jóvenes y viejos,humanos o no. Algunos se detenían para intercambiar unas palabras con ellos; una pareja de duendes especialmente amogables incluso les regaló una botija de vino, que aceptaron cortesmente, aunque Leuquim se ocupó de deshacerse rápidamente de ella en cuanto los perdieron de vista. 《Nunca te fíes de un duende.》advirtió a Måy. Finalmente, al llegar la noche, acamparon en un claro.
-Haremos turnos para dormir -declaró Leuquim-. Yo haré la primera guardia.
Måy no hizo nada para contradecirlo. Había sido un día especialmente agotador. Cuando se acostó sobre la piel de oveja sintió que el sueño la invadía de golpe, cerrando sus párpados y sumiéndola en una acogedora oscuridad.
Antes de que pudiera quedarse dormida, un grito desgarrador atravesó el cielo nocturno.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Dec 26, 2015 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

En busca de NoicåcūdĕDonde viven las historias. Descúbrelo ahora