Ovreic se ocupó de despertarla antes del alba.
Måy se vistió a oscuras, evitando despertar a su hermano, plácidamente dormido a su lado.Había insistido en dormir con ella esa noche.
Se calzó las botas y se enfundó en la chaqueta de su padre, comprobó por enésima vez el equipaje y se dirigió a la cocina, donde se obligó a comer algo de pan con miel y leche.
Luego se dirigió al tocador. Se recogió el pelo castaño en dos trenzas, cruzándolas por encima de su cabeza formando una especie de diadema. Observó su rostro en el espejo.
Había salido a su madre. Tenía su nariz, sus labios y sus ojos marrones achinados; además de su baja estatura. Eso le decían siempre. Decían que, de haber tenido la misma edad, habrían sido idénticas, exceptuando la peca en la nariz que Måy tenía desde que nació.
Sin embargo, Måy no creía que jamás hubieran sido parecidas. A ella le gustaba explorar, ayudar a la gente, cantar, reír y luchar por los suyos; igual que a su padre. Su madre, en cambio, siempre había sido seria, esquiva y calmada; y, cuando llegó la hora de luchar por su familia, simplemente se rindió, dejándolos solos. Y Måy no se lo perdonaría nunca.
Ovreic llamó a la puerta con los nudillos. Era la hora.
Con una última mirada, Måy se levantó, agarró la mochila y abandonó la casa, cerrando suavemente la puerta tras de si. Una baharada de viento helado le azotó el rostro. Se despidió del chico con un apretón de mano, y atravesó el pueblo en penumbra hacia la plaza.
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En busca de Noicåcūdĕ
Viễn tưởngUn pueblo amenazado. Una Elegida. Un destino. Una esperanza. Una terrible fuerza maligna acecha las tierras de Odmun. Poco se sabe de su origen, simplemente su nombre: Åicnarongi; y que consume y destruye todo a su paso, sin dejar una sola alma con...