Capítulo XI

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—¿Irás más tarde al instituto? —me pregunta Alexandra al entrar en el hospital siguiendo los pasos de Florence y George.

—Depende. No tengo nada planeado aún, pero veré cuánto tiempo estamos aquí.

Nuestras manos unidas se mueven al ritmo de nuestro caminar.

Observo los carteles verdes y rojos que parecen indicar el camino a distintos departamentos médicos y especialidades. Un ambiente cargado de fatalidad golpea mi cara al cruzar esa puerta de cristal. No estoy seguro de que se parezca a los hospitales públicos de Manchester porque, ya para empezar, este definitivamente no es uno público.

Inhalo la tristeza típica de hospital y algo se retuerce dentro de mí.

Sé que Alexandra se siente más abatida por la idea de estar en un hospital, aunque debo admitir que no es un lugar desagradable a la vista. Está muy... decorado.

Le acaricio la mano cuando nos encontramos en la recepción, donde sus padres hablan con la mujer de rasgos asiáticos ubicada detrás del escritorio. Podría ser una azafata de avión, su ropa no es para nada médica.

A decir verdad, este es un hospital muy extraño. ¿Paredes y suelo de mármol blanco? Muy... demasiado lujoso. Sé que a los Goodman no les cuesta nada pagar todos estos tratamientos, además de los servicios que les proporcionará este gran hospital, pero por ser más bonito las cosas desagradables no dejan de pasar aquí. Bueno, en realidad, ese "más bonito" seguramente venga acompañado de "buen equipamiento" y "buena atención". Eso debería tranquilizarme. Por suerte, los Goodman se pueden ocupar económicamente.

Alexandra observa a nuestro alrededor con curiosidad mientras esperamos al doctor en su consultorio. Un empapelado de color amarillo claro cubre las paredes, y una alfombra crema, medio beige, recorre el suelo. Extraña elección para un consultorio médico. Claro que aquí no se atiende a ningún paciente, pero me resulta raro ver una alfombra en un hospital.

—¿No es curioso que tenga el suelo cubierto con alfombra?—pregunta Alexandra.

—Estaba pensando exactamente lo mismo.

—Deja de navegar por mi mente sin permiso—me dice, sonriendo.

—Esta vez juro que no lo estaba haciendo—contesto, imitando su sonrisa.

—El doctor Murray es un hombre con buen gusto, Alexandra. Somos amigos desde que fuimos juntos a Princeton. Por supuesto, no íbamos a las mismas clases, pero antes de asistir a mis clases de economía solía encontrármelo siempre a la misma hora en la biblioteca —cuenta George.

—Qué raro, tú en una biblioteca —advierte Florence, que observa con detenimiento los objetos hindúes sobre las repisas.

—Ahora entiendo de dónde ha sacado Alex sus costumbres literarias—digo entrecerrando los ojos.

George sonríe inmediatamente.

—Cuando Alexandra era niña le gustaba sentarse en el sillón a mi lado y leer Peter Pan, el pequeño libro ilustrado, mientras yo leía cualquier otra cosa como Dostoievski o Carver. Yo cambiaba de libro cada semana, pero ella siempre traía el mismo —dice George, mirando a Alex a través de sus gafas.

—Oh, ¡eras tan adorable de niña! —exclama Florence y trata de acariciarle la cabeza a su hija.

—Mamá, basta —la interrumpe Alexandra.

La puerta del consultorio se abre y aparece un hombre con un delantal blanco que contrasta con su piel oscura. Creo que es una de las pocas personas que he visto con uniforme de médico en este hospital, quizás sea el primer médico que veo en toda la mañana. Bueno, en los últimos minutos.

Más allá de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora