Capítulo XXIV

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La primavera goza de sus últimos momentos, y Beechmont hace alarde de su presencia. El clima ya está estable. Hoy es un día caluroso, el cielo está despejado.

Creo que estoy llegando tarde. Estos días suelo quedarme dormido, pero sé que es cuestión de costumbre. Ya volveré a ser el casi puntual de siempre. Conduzco el coche con aire calmado, sin prisa alguna. He decidido que durante un tiempo lo llamaré simplemente "coche". Su sobrenombre me recuerda muchas cosas que no estoy seguro de que me animen a avanzar.

Por supuesto, me permito pensar en ella, más de lo que creía que podría soportar. No me fue fácil gestionarlo y, a pesar de haber pasado apenas dos semanas, el 18 de mayo fue y será siempre un día intenso.

Aquel día, los Goodman llegaron apenas diez minutos después de que Alexandra dejara este mundo. Mis lágrimas brotaban sin esfuerzo alguno. Me uní a su duelo y estuvimos en la habitación hasta que nos obligaron a irnos. A la mañana siguiente de su muerte, nos vestimos en casa de los Goodman antes de dirigirnos al crematorio. Un par de días después haríamos la ceremonia con las cenizas en el Daniel Boone National Forest. No pudimos donar sus órganos, para los Goodman era un tema muy sensible.

Traje oscuro, camisa blanca y una corbata de color lila que ella me regaló por Navidad, que me puse como un intento de hacerla presente en mí. Sé que quizá no fuera lo más indicado para un día de luto, pero no era un típico día de duelo... Ella ni siquiera habría querido que vistiéramos de negro.

Un momento antes de salir hacia el crematorio, George me pidió que me fuera a ver si Florence estaba bien. Al entrar en la habitación de Alexandra, sentí un vacío que me desgarraba a cada paso que daba. La primera vez que entraba sin su existencia presente en el mundo.

Florence estaba frustrada buscando la vestimenta más indicada para ponerle a su hija en ese día. De pronto, recordé nuestra conversación y busqué arriba, en el fondo de su armario. Allí la encontré. Una caja de etiqueta. Florence observaba mis movimientos atentamente y se secaba las lágrimas. Extendí el vestido corto de color rojo con mangas largas y noté los perfectos detalles del encaje que lo cubría. "Es perfecto", dijo.

Una vez en el crematorio nos encontramos con varios seres queridos de la familia, entre ellos, las abuelas, Lilly y algunos tíos. También estaba Bobby.

—Ella tenía razón —me dijo en la galería del crematorio mientras comíamos los caramelos que había traído, esperando a que nos llamaran—. ¿Sabes qué?

—¿Qué?

—Estoy seguro de que ella sabía que esto iba a pasar. Nosotros, aquí, sentados... hablando de esto.

—Sí... es como si tuviera el poder de saber.

—Sí. Siempre lo tuvo.

—Apuesto a que se estaría riendo en este momento.

—Las apuestas no tienen sentido.

Sonreí y esperé unos segundos para ver su reacción. Fue tal cual la esperaba, ambos asentimos como derrotados. Y hasta reímos brevemente antes de que apareciera George para llamarnos.

Nos dimos un abrazo antes de entrar, porque sabía que era muy impresionable y prefería esperarnos afuera. —Y el caramelo es lo único que importa —me dijo antes de soltarme.

Entré acompañado por los Goodman. La señora que trabajaba allí me extendió el colgante que Alexandra tenía puesto y también el anillo de bodas.

—Lo siento, no podemos incinerarla con esto —me dijo.

Le di las gracias y me puse el colgante en el cuello, lo metí debajo de mi camisa. El anillo lo guardé en el bolsillo del traje mientras me acercaba a ella. El cajón estaba abierto y pude examinar su cuerpo por última vez. Estaba más pálida de lo normal y sus labios estaban pintados con el mismo color del vestido. Seguro que la abuela Rachel había sido la valiente dueña de la idea y quien se había animado a hacerlo. La observé tanto tiempo como me fue permitido y advertí que, aun así, mientras la muerte la conservaba, se las arreglaba para estar preciosa. Luego, el ataúd fue cerrado y metido dentro del horno crematorio. Mirábamos a través del vidrio, y yo adivinaba cómo las crecientes llamas convertían segundo a segundo un cuerpo perfecto en cenizas y polvo. Todos lloramos, pero yo lo hice en silencio. Ya no tenía fuerza como antes. Ahora el duelo era ya en mi interior.

Más allá de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora