Capítulo XX

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Las flores en la habitación del hospital están cada vez más frescas, y se debe a su constante reposición. De alguna manera parecen querer gritar a través de su exquisito perfume la presencia de la primavera. Hace días que esta estación anuncia su llegada, el clima se adapta poco a poco a cada rincón de la habitación. Todo parece florecer, y lo mismo pasa con la enfermedad de Alexandra. Florece y crece cada día más.

Ya no pinta porque no tiene fuerzas para hacerlo. Su cuerpo le exige más sueño del normal, dormita más de lo habitual y "mira" muchas películas. Habla en su mismo tono de siempre pero con menos facilidad y desenvoltura.

Llego agitado y me quedo fuera, al lado de la ventana de su habitación. Observo a la Alexandra sonriente que toma sus clases con Thompson, ahora solo una vez a la semana. La profesora está sentada al borde de la cama y Alex acostada, con otro de sus pañuelos coloridos en la cabeza. Su sonrisa se nota cansada pero llena de lo que la hace feliz. Recitan, leen, ríen y componen. Agradezco tener aunque sea unos escasos minutos para verla así.

Acabo de llegar de la entrega de algunos trabajos de cívica, física y geografía y, en vez de interrumpir o irme con George a otro lado, he preferido quedarme aquí fuera. A veces pienso que seguir en el instituto es ridículo dadas las circunstancias, pero me despeja. Nunca me habría imaginado que podría llegar a pensar algo así sobre mis estudios.

Al subir las escaleras me crucé con George, que caminaba en dirección a algún otro sitio del hospital mientras sostenía un vaso desechable de café y un libro bajo el brazo. Me informó que Thompson había llegado más temprano de lo habitual y que ambas parecían estar muy concentradas. Me dijo exactamente: "No hay sitio allí para nadie más". Y le contesté: "¿Ah, sí? Me limitaré a observar, entonces". Eso es lo que he estado haciendo desde ese momento.

Ya debería haber terminado, pero siempre se pasan de la hora límite. Sonrío mientras veo que ambas se saludan con un cálido abrazo.

—¿Cómo estás, James? —me saluda Thompson al salir de la habitación y cerrar la puerta.

Alexandra se queda allí en la cama y desde el otro lado del cristal veo que me saluda con la mano. Le devuelvo el gesto con una gran sonrisa y le hago una señal diciéndole que me espere unos segundos.

Ella lo entiende, y vuelvo a prestarle atención a Thompson. Está impecable con sus gafas graciosas de siempre y su agradable presencia.

—Estoy bien, profesora. ¿Cómo está usted?

—Muy bien. No has llegado tarde hoy a donde sea que hayas ido, ¿no?

Sonrío al recordar la falsa idea que tenía sobre mi impuntualidad, muchos meses atrás.

—Esta vez no, pero sí que he ido al instituto para entregar algunos trabajos.

Thompson sonríe y pasea su mirada por mi rostro.

—No estarás durmiendo poco, ¿verdad? Seguro que cumplir con las exigencias del instituto mientras estás con todo esto no debe de ser muy fácil..

Ya no le permito a mi mente pensar en lo fáciles que serían las cosas si no se hubieran dado de esta manera, porque eso ya no sirve de nada.

—No es fácil, pero nunca he esperado que lo fuera. Y no estoy durmiendo poco... estoy durmiendo más de lo que esperaba. Estoy bien. De verdad que lo estoy.

—Eres fuerte, James.

—No tanto como ella, profesora.

Miro a Alexandra, que hojea un libro apoyado sobre su cuerpo. A pesar de estar separados por un cristal, la veo con mucha claridad. Hasta puedo sentir sus exhalaciones liberadoras de aire divertido en mi cara.

Más allá de la realidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora