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Si quieres saber cómo me imagino a Joe, sólo tienes que ver la imagen de arriba.



Hay dos razones sencillas y muy válidas que justifiquen toda mi estadía en la biblioteca esta mañana; de hecho, sigo aquí. La primera razón es que el silencio de este lugar es pacífico y relajante. La segunda es la intensa y fuerte lluvia que está azotando la ciudad.

Sí, ya sé que podría subirme al coche y llegar a casa sin apenas mojarme, pero la serena y placentera soledad en la que me encuentro me atrae demasiado como para marcharme. La bibliotecaria se perdió por los pasillos hace un buen rato y me dejó solo con mi obsesión por la letras, ¿qué más puedo pedir?

Ni siquiera he levantado la cabeza del libro para averiguar si queda alguien todavía a parte de mí. Si lo hay, no ha hecho ni el menor ruido desde que empezó a llover.

Devoro palabra por palabra, párrafo a párrafo y no me canso. Podría pasarme el resto de lo que me queda de vida haciendo esto y, precisamente, para esto estoy en la universidad, pero la biblioteca me engulle de la manera más adictiva de todas en lugar de dejarme estudiar.

Creo que mi obsesión por la lectura ya roza lo insano.

Cambio de postura cada ciertos minutos, cuando se me entumecen las piernas o mis manos se duermen. La vida del lector es muy frustrante porque nunca hay posiciones completamente cómodas.

La sensación de ligeras agujas en una de mis piernas ya comienza a molestar más de lo que puedo aguantar, por lo que agarro el libro y, sin dejar de leer, arrastro cuidadosamente la silla hacia atrás para caminar un poco en busca de alivio muscular.

Deambulo lentamente por los pasillos creados por altas estanterías intentando no chocar ni tropezar con ellas porque mi intención no es dejar de leer, sino encontrar la manera de que mis extremidades se sientan más cómodas y menos autodestructivas. Parezco una especie de zombie que intenta culturizarse por mi forma lenta de caminar, la cual no pretende conducirme a ningún sitio en específico.

Paso de largo una de las tantísimas estanterías y me paro al final, en una intersección que conecta con más estanterías, y allí descanso un poco la notar que mis piernas parecen volver en sí.

Un olor fresco y suave se cuela por mi nariz. El mismo olor que la otra vez. Huele dulce y floral, y es el único detonante que me hace elevar la cabeza del libro para buscar el foco del aroma. Ladeo la cara hacia ambos lados hasta dar con un grupo de mesas, todas vacías a excepción de una.

Una chica rubia reposa en calma mientras lee con la cabeza apoyada en la mano.

«Tiene que ser ella», pienso, encontrando una razón para el fresco olor.

Como si hubiera notado mi presencia con tan sólo observarla, eleva su rostro y me mira directamente.

En cuanto nuestros ojos se encuentran, una corriente agita mi ser, como si su mirada pudiera ser un extraño huracán que pone a mis órganos patas arriba. Su mirada es fuerte mas no seria ni dura, como si la dulzura de sus ojos pudieran expresar un salvajismo escondido tras ellos. Es una mirada muy intensa y abrumadora, lo admito. Es una mirada salvaje.

Una sonrisa aflora en sus labios voluminosos y rosados en el instante en el que me advierte. Me resulta una sonrisa amable y sincera, pero, en lugar de devolvérsela, lo que hago es volver a meter la cara en el libro como si no la hubiera visto.

Sí, así de imbécil soy.

Deshago mis pasos mientras pretendo seguir leyendo, pero no lo consigo porque mis ojos visualizan su cara una y otra vez. Su sonrisa una y otra vez.

Miradas Salvajes (Trilogía Salvajes #2) (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora