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El hospital en el que me encuentro consta de siete plantas y seis de ellas se utilizan para los pacientes. Cada una de ellas tiene treinta y cinco habitaciones, algunas dobles, otras para una sola persona... Pues bien, la habitación asignada al cadáver es claustrofóbicamente más pequeña que el resto, estoy seguro de ello.

Una cama reclinable, un estrecho armario, un sillón azul y un diminuto aseo son lo que componen esta enanísima estancia de paredes blancas a la que llaman habitación. He de decir que al menos la iluminación es la adecuada para no dañar la vista.

Samuel lleva la última media hora sentado en el sillón y mirando al muerto como si pudiera hacerle despertar con la mente. En cambio, yo estoy sentado en la repisa de la ventana mirando a la nada y disfrutando del silencio.

La noche le sienta bien a la ciudad, se ve tranquila y despejada desde la ventana.

No recuerdo la última vez que hice esto.

Antes me pasaba el día entero mirando a través de las ventanas; vigilando, analizando... Las horas pasaban mientras me aseguraba de que nadie nos acechaba, de que nadie pretendía hacernos daño. Mi mente sólo se enfocaba en avisar y proteger, en nada más.

Ahora es como si aquellos momentos nunca hubieran ocurrido.

Miro mi reflejo como tantas veces hice antaño mientras observaba y el chico que me mira de vuelta parece otra persona. Ya no es un niño asustado, ni mucho menos está vigilando para asegurarse de que sus hermanos no están en peligro. Mi reflejo ahora aparenta ser un hombre joven con mucho por lo que vivir todavía. Un hombre que no parece haber sido abusado de niño. Un hombre que nunca sufrió carencias. Un hombre que los demás creen que lo tuvo todo siempre.

Qué equivocación.

El primer acto de rebeldía cuelga en mi oreja en forma de aro. Oliver me castigó por no haberle pedido permiso porque, según él, un chico de dieciséis todavía depende de la autorización de su padre. Recuerdo que me enfadé con él por haberme gritado, pero ahora que veo bien mi reflejo mientras recuerdo al niño que fui, pienso de forma diferente. Ahora agradezco que Oliver impusiera su autoridad como en muchas otras ocasiones. Agradezco que estuviera ahí no sólo en los buenos momentos, sino también en los malos, pues un padre siempre está ahí.

Agradezco que Oliver Keen entrara a nuestra vida.

—Tengo la corazonada de que no va a despertar nunca —comenta Samuel con un tono aburrido.

—Te dije que era un cadáver.

—Ahora empiezo a creerlo.

Continúo mirando por la ventana.

Si no fuera por el tenue sonido que hace al respirar por la boca, diría que el cadáver no es más que eso: un cadáver.

—¿Qué crees que habrá pasado? —pregunta él de sopetón.

—Ni lo sé ni me importa —respondo, mirando mi barbilla en el reflejo del cristal.

—¿Hay algo que verdaderamente te interese?

Me encojo de hombros sabiendo que no me ve por estar sentado detrás de mí con una pierna sobre el reposabrazos.

Supongo que imagina que no voy a responder porque continúa.

—¿Qué le habrá hecho a Billy?

—Intentar ser más arrogante que él, imagino.

—No lo creo —opina—. Tiene que ser algo más gordo.

Vuelvo a guardar silencio en lo que mi mejor amigo resuelve sus innecesarias y estúpidas cuestiones que, verdaderamente, no me interesan. No me importa quién es este chico ni lo que le ha hecho a Billy Stevens. Lo único que hago aquí es cumplir con un maldito castigo que Oliver me ha impuesto por no ser lo suficientemente comunicativo con él.

Miradas Salvajes (Trilogía Salvajes #2) (PAUSADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora