11: Cacería

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Mi madre respondió el teléfono de casa que sonaba.

—¡Ay, qué! —casi chilló emocionada sobresaltándome un poco—. Tu prima está embarazada —me dijo en voz baja. Volvió a su conversación mientras yo rodaba los ojos.

Lo sabía, la fogosa esa, debía estar embarazada como para casarse ya y no manchar su dizque honor, porque no debía olvidar que a todas las mujeres les encantaba hacerse las puritas, cuando eran más pervertidas que uno mismo. El pobre iluso del esposo no tenía idea de las cosas que hacía su dulce mujer estando ya en una relación con él. Pobre idiota.

Vi al gato menear su cola.

—¿Y tú qué? Ah, sí, ya sé que gozas con mis pensamientos negativos. 

—Ay pero qué felicidad —seguía mi madre—. Es una bendición, los hijos son una bendición, sí. —Solté una corta risa de incredulidad—. Dale mis felicitaciones a ambos afortunados, mis bendiciones...

—Oh, mamá, ¿afortunados? ¿Felicitaciones? Qué, ¿ha terminado su carrera? —Colgó y me miró enfadada tras resoplar—. ¿Ha descubierto la cura del cáncer? ¿Ganaron la lotería? Solo han fornicado y han engendrado un bebé, cualquier idiota puede hacer eso, cualquier estúpido sin conocimientos superiores. Como el estúpido que me engendró.

Me puse de pie y salí de nuevo. Pensé en ir a ver a la mujer rara, que recién me daba cuenta de que no sabía su nombre. Recordaba dónde vivía, un lugar de los horribles. Algo de San Carlos o algo así. Esas gentes y sus nombres religiosos.

Pobres, vivían rogándole a su Dios que les hiciera todo lo que ellos por pereza no hacían, y le ponían a sus lugares nombres religiosos para que así supuestamente Diosito los amara más. Pues su Dios debía de ser alguien muy convenenciero como para quererlos más por tonterías como esas. O como cuando me contaron que cierta capilla fue construida porque el sujeto estaba en una tormenta en el mar y le ofreció a Dios hacerla si lo salvaba.

Sí, sin duda, muy conveniente.

Como me asqueaba todo eso, decidí mejor volver a mi plan anterior. Iría a ese parque, y haría algo muy estúpido.

—Necesito que caces a un ser de energía negativa —murmuré. El gato caminaba a mi lado.

—No sé qué te ha hecho creer que haré lo que pides.

—Lo harás, inútil, lo harás, porque sé que ese Darky te intimida. ¿No quieres ser tan fuerte como él? —No hubo respuesta, pero me seguía aún. Sonreí de lado.

***

Nos detuvimos en la entrada del parque. Un señor salía, me miró, miró al gato.

—Brujo —murmuró y se apresuró en alejarse.

Resoplé. Idiiiota.

—Ahí adentro. ¿Puedes sentirlo? —le pregunté al engendro gato del mal.

Se adentró y lo seguí. Caminamos por la parte tupida de plantas, se detuvo de golpe y miró a su derecha.

—Allá. —Corrió.

De un arbusto cercano salió la horrorosa cabeza endemoniada. El gato la agarró del pelo con el hocico y chilló, ese grito horrible. Cayó, sus ojos giraron de forma anormal en sus órbitas, salió disparada hacia mí y pegué un salto.

Emprendí carrera. Me mordió por el hombro, solté un corto grito por el dolor que ocasionaban sus puntiagudos dientes, pero le logré dar un puñetazo en su ojo. Me soltó y se embistió contra mi pecho. Solté todo el aire que tenía.

Ya se venía otra vez y la aventé a un costado con el brazo. Me reincorporé como pude para seguir huyendo. Escuché el gruñido del gato y volteé. La había atrapado otra vez y la mordía y arañaba mientras esta chillaba.

Y líbranos del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora