7: Demonios cazadores

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Abrí los ojos. Otra vez el hospital. Mi madre recostada contra mi colchón, quizá había estado casi toda la noche despierta cuidándome. Un par de tubitos me daban oxígeno por la nariz y tenía el suero inyectado en el brazo izquierdo. Intenté levantar la cabeza para ver si había algo más pero me dio vértigo. Dejé caer mi cabeza y me quejé.

Mi madre despertó sobresaltada.

—Por Dios hijo, ¿ya estás mejor? No te muevas. —Arrugó el rostro aguantando el llanto—. ¿Qué rayos andas metiéndote al estómago? Si estás en drogas te exijo que me lo digas.

—No sé de qué hablas —murmuré con dificultad.

—Cómo que no. —Trataba de contenerse y no gritar—. Te hicieron un lavado gástrico. ¿Crees que te habrías salvado de tu sobre dosis si no te hubiera encontrado? —Un par de lágrimas corrieron por sus mejillas.

—Si te digo que no sé, no me crees. Y si te dijera cómo fue que me pasó esto... No me creerías tampoco.

Suspiró y se cubrió el rostro. Me dolió en el alma, por primera vez, que llorara. Para mí era mi madre también, sin importar que no me hubiera parido. Esto no debía haber pasado si no hubiera sido tan estúpido.

—Perdón, mamá —susurré—. Haré lo posible para que esto acabe.

—No sé en qué andas, en verdad —sollozó, limpiándose las lágrimas—. Te desconozco, Alex.

—Sigo siendo yo, solo... —Suspiré, estaba demás—. ¿Podrías traer mi laptop de la casa?

—Claro, no sé si sea problema, pero lo intentaré. Le avisaré a tus amigos que ya...

—No —interrumpí—. No quiero que nadie venga. Nadie. No quiero que nadie se me acerque —dije lo más frío y serio que pude.

Me miró extraño.

—¿Ha sido alguno de tus amigos el que te ha hecho o metido en algo? Habla, no te calles las cosas.

—No, nada...

—No vale defender a la gente por más amigo que sea...

—Mamá. —Resoplé frustrado.

—Bueno, diré que no dejen entrar a nadie. Iré por tu computadora.


***

Abrí los ojos casi de golpe. Mi madre ya había traído mi portátil, y no había visto a nadie. Miré un buen rato el techo, eran quizá las cinco de la mañana, por la muy tenue luz, pero algo raro había.

Detecté con el rabillo del ojo derecho, mucha oscuridad. Unas extrañas ramas grises se habían hecho camino sobre las paredes, no quería voltear y ver a esa intensa oscuridad de mi costado. De ahí salían esas ramas de alguna especie de árbol de ultratumba. No quería volver a ver qué había ahí, la pesadez de la energía de aquel lugar era muy fuerte.

Cerré los ojos, rogando que fuese un sueño, pero al abrirlos, aún podía divisar la oscuridad y las ramas con el rabillo de mi ojo. Respiré hondo y decidí hacer lo que hacía mucho no hacía. Cerré los ojos otra vez.

—Dios, si estás ahí en verdad... No te hagas el sordo y no me dejes caer a ese abismo...

Me relajé un poco y respiré hondo otra vez, traté de visualizar luz en vez de oscuridad. Debía empezar a hacer eso si quería librarme de esas cosas que me atormentaban.

Abrí los ojos. Ya nada. Suspiré aliviado y sonreí al ver que había funcionado.

—Qué gracioso —murmuró esa voz tan molestosa para mí—. No vas a librarte de la oscuridad, Alex. Pero buen intento.

Y líbranos del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora