41: Y líbranos del mal

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Al abrir los ojos, supe que era el día. Ya lo había decidido. Había dormido pocas horas pero no importaba mucho, me sentía con fuerza. Solo quería acabar de una vez, hacerles pagar. No quería dejar que la rabia me inundara, eso quería el gato, y eso quería Eliza. No le iba a dar el gusto de dejar que mi alma se hiciera negra.

Por lo menos hasta no haber acabado con su demonio... y con su estúpido esposo.


***

Aproveché la mañana para ir al hospital. Entré a la habitación y la enfermera me miró, por su expresión, supe que también había perdido la esperanza. Saludó con un leve movimiento de cabeza y salió.

Fui hacia la cama, hacia ella, dejando de lado toda mi rabia interna y la sed de venganza por ese momento... Quizá veía su rostro por última vez, por última vez con algo de su calor, con sangre aun corriendo por sus venas, pero sin nada en realidad.

¿Era el adiós? Eso era lo peor. No era un adiós, porque no la iba a volver a encontrar, ni en otra vida, ni si lograba hacerme ángel. No la iba a encontrar nunca. No era un adiós, era una renuncia completa.

Envidié, de cierto modo, a aquellos que iban a volverse a encontrar. No debía, pero estaba siendo arrastrado a ello. Hubiera querido tener las habilidades que había desarrollado recién, y en ese entonces haber podido protegerla. Y aunque su plan hubiera sido alejarse de mí todavía, la hubiera seguido, claro, conociendo cómo era capaz de volverme terco y meloso en realidad.

... Qué importaba si terminaba perdido en las tinieblas, iba a hacerles pagar por esto, quizá así debía ser. Habían arruinado otras vidas, habían dejado en el mismo estado a otras personas para que murieran luego definitivamente, y eso era imperdonable. Iba a dedicarme a cuidar de que otros demonios no lo hicieran tampoco, si lograba vencer a este.

Respiré hondo para alejar la cólera otra vez y quedé mirándola varios minutos.

Era la renuncia, y aun parecía que si la movía iba a despertar. Era una tortura. Me acerqué y besé su frente cerrando los ojos, bajé lento y besé sus labios.

—Adiós —susurré contra estos.

Otro corto beso y me alejé para salir sin mirar atrás, o sería más complicado.


***

Mientras iba a tomar el transporte público que me dejaría cerca de la universidad, Lucero me empezó a seguir en su forma de perro.

—Queremos que estés bien...

—Ya lo sé. Aunque no sé si en verdad lo sienten así.

—Claro que sí.

—Es probable que hoy...

—Ya veo. ¿Te sientes listo? Es muy pronto...

—No. Es ahora o nunca. —Guardé silencio un par de segundos—. ¿Por qué no la entrenaron como a mí? —reclamé un poco finalmente.

—Planeábamos entrenarlos juntos, en caso de que se presentara algún problema. Pero como sabrás, no estuvimos muy enterados, no nos habíamos revelado ante ella, antes todo iba bien, no sabíamos lo que iba a pasar. Lo sentimos...

—Ya, no se preocupen.

—Apenas nos necesites, ahí estaremos. Sabes que nuestra misión es desaparecerlo por completo.

—Sí... cuando sea el momento les avisaré.

—E insisto —se detuvo delante de mí y me miró—, estaremos cerca para cuidarte.

Y líbranos del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora