17: Mejor

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Al despertar, no estaba en el hospital, pero tampoco en mi casa ni en otra conocida. Era algún lugar, y alguien estaba a mi lado con los brazos cruzados. Resopló y acercó sus manos sin llegar a posarlas sobre mi pecho.

—Hola —saludé con la voz algo débil.

—Cada vez que me pongo feliz porque pienso que ya me libré de ti, reapareces —renegó Herminia.

—También es bueno verte...

Al parecer Lucero estaba porque sus lengüetazos me cayeron a la cara. Me reincorporé quejándome por el asco y mi limpié con el antebrazo.

—Tenías algo de energía negra metida en ti. ¿En qué líos andas?

—Nada, ya debo irme, ¿y dónde rayos estoy? —quise saber al no reconocer el lugar.

Parecía ese convento del mal en el que estuve de retiro religioso en donde encontré al maldito gato, pero este era otro tal vez.

—El asilo de ancianos.

—Ah. —Toqué mi frente y volví a recostarme. Ya decía yo que olía a viejo—. ¿Cómo llegué aquí?

—Lucero me guió.

—Ja...

—Estabas afuera de esa casona. ¿Vas a decirme por qué? —Dejé que el silencio respondiera—. Bueno, puedes irte, debo hacer aquí...

—Intenté algo. Intenté armar un escudo de energía blanca, y adivina... No funcionó.

—No, claro que no, ¿qué esperabas? Si eres todo negro.

Se alejó. Quedé algo molesto. Claro, ahora a Dios no le importaba más porque era negativo.

Lavé mi cara en el lavadero del baño. Para completar todo, el espejo me hizo recordar que estaba con camisa negra. Le negué a mi reflejo su mal comportamiento. Salí y anduve un poco por el lugar. Un jardín central, algunos ancianos en sillas de ruedas, el asilo era una de esas mega casonas coloniales antiguas de los ricos, con muchas habitaciones, y una parte moderna que el gobierno se había dignado a acomodar para, según ellos, tener mejores instalaciones.

Pero eso no cambiaba el hecho de que el lugar no era lo mejor. Verlos mirando a las plantas, a la nada, sin esperar más. Llevar toda una vida, seguro miserable, para tener un final incluso más miserable. Por un momento me sentí mal por ellos, sentí lástima. ¿Qué hacíamos en nuestra vida? ¿Y de qué servía al final?

Todos terminábamos igual.

Vi a Herminia salir de una de las habitaciones más cercanas, uno de los ancianos que pasaba a su lado la quedó mirando y sonrió.

—Niña, ¿cómo haces para caminar?

Eso nos extrañó a ambos.

—Pues camino —le dijo ella con cariño.

—¿Con esas enormes alas? —Miraba a uno de los costados, a la nada. Fruncí el ceño con extrañeza, recordé cuando estando medio inconsciente, me pareció verle alas pero de luz, las cuales luego deduje que habían sido ilusión, solo la luz que entraba por la ventana. El viejo ya alucinaba como yo esa vez—. Eh, señorita, por favor... —Se acercó más—, por el poder que Dios le ha dado... deje que me vaya.

Abrí más los ojos algo impresionado, y la vi de reojo a ver qué decía. Ella suspiró.

—¿No le gusta vivir?

—No.

—Pero, sus seres queridos...

—No, yo quiero irme, ya quiero irme, me duele todo, ya quiero irme...

Y líbranos del malDonde viven las historias. Descúbrelo ahora