일. real life

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Ayaka estaba agotada.

Llevaba todo el día ocupada, desempaquetando cajas para luego colocarlo en el que sería su nuevo sitio, ordenando a los del traslado lo que tenían que hacer y cómo, al igual que los trabajadores que seguían montando muebles para que su casa fuera un hogar y no solo un sitio en el que dormir. Llevaban ya una semana haciéndolo y Ayaka tenía la sensación de que no iba a acabar nunca.

Odiaba las mudanzas. Lo había aprendido durante las últimas semanas. Dejar atrás Japón para ir a Corea del Sur ya había sido complicado. No era fácil dejar toda una vida atrás. A eso se le tenía que sumar todo el papeleo que implicaba, al igual que el buscar una nueva escuela infantil para Ayame, que su universidad aceptase el traslado a la de Seúl, buscar un lugar en el que vivir...

Casi no había dormido, pero no le importaba porque parecía que todo empezaba a estar bajo control, tal y como a ella le gustaba.

—Esta es la última —comentó su tío mientras hacía lo mismo que ella—. Parece que estamos acabando.

—Sí, eso parece... —murmuró, observando de forma rápida lo bien que había quedado todo. Había valido la pena contratar a una decoradora, lo había hecho todo más sencillo—. ¿Crees que a Ayame le gustará?

—A Ayame ya la tienes ganada con su habitación —afirmó muy convencido—. Has hecho que le pinten un unicornio gigante a juego con ese peluche tan grande que tiene. Va a estar más que encantada.

—Es su preferido, los adora. Es de las pocas cosas que han conseguido distraerla las últimas semanas, siempre me pide que le cuente historias o le lea cuentos con ellos de protagonistas —le explicó—. Está convencida de que existen y quiere que le compre uno.

—¿Cómo? —preguntó mientras se reía.

—Sí, antes de que pasase lo del accidente, papá y mamá querían comprarle un pequeño pony. Ahora dice que quiere un unicornio, que con su magia podría hacer que vuelvan o convertirnos en unas princesas hadas guerreras.

Sus tíos habían sido los que las habían acogido a Ayame y a ella al poco de llegar a Corea, haciéndolas sentir como si estuvieran en su propia casa y llenando, en cierta forma, el vacío que tenían.

Si lo pensaba de forma fría, quizá se había precipitado un poco al dejar tan rápido Tokio, pero no podía quedarse más tiempo en la casa en la que había pasado los últimos años porque los recuerdos eran demasiados. Todo lo que la rodeaba le hacía pensar en sus padres, hasta el olor. Necesitaba tomar distancia para poder procesar lo que había pasado y ser capaz de cuidar de Ayame como debía.

Pero tanta rapidez había valido la pena solo por volver a ver a su hermana sonreír y reír, lo que había hecho gracias a sus primos y sus tíos, que se habían volcado en la pequeña.

Silent Cry ― Seo ChangbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora