Prólogo.

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Por más que deseara no dejarla sola, la llamada de ayuda no podía quedarse desatendida. Tres semanas habían pasado desde que su sueño comenzó, tres semanas donde el tiempo era tortuoso, donde la desesperación lo mantenía al borde de la locura. Se asustó la primera semana al ver que su cuerpo no tenía daños de descomposición a pesar de que ella claramente le había dicho que en realidad, no estaba muerta. Pero eso no quitaba el hecho de que tuviera más dudas que respuestas en cuando a todo lo que le rodeaba, e incluso el libro con los glifos para el infierno que había encontrado no decía mucho al respecto por lo que en la segunda semana, preso de su desesperación, logró llegar a la conclusión más cercana a la verdadera situación.

Su cuerpo se conservaba con magia, que se producía de la energía propia de la fémina, por tanto era un ciclo constante de consumir su energía, generar más y mantener su cuerpo en un buen estado.

La tercera semana se la pasó vagando por rincones nuevos del castillo. Reemplazando las flores frente al cuadro de su madre y asegurándose de que todo estuviera en orden; incluso los días que se sentía lo suficientemente animado acomodaba las cosas en las diferentes habitaciones destrozadas. El tipo de magia que había visto utilizar a la demonio era mayor de lo que podía permitirse, por lo que no le era posible aprender por su cuenta el hechizo de restauración en efecto de restaurar las zonas que parecían irreparables. Mentiría si dijera que no la echaba de menos. Todos los días miraba la habitación al menos cuatro veces para asegurarse de que estaba bien, para mantenerse sereno ante la imagen de sus facciones relajadas en medio de su profundo proceso de hibernar. «Era por su salud» se repetía a sí mismo cada vez que la ansiedad revolvía sus pensamientos como una tormenta en medio del verano.

Pero entonces, llegó a sus puertas un cádaver a caballo con una nota atada en la mano y grandes heridas. Si no había muerto por las heridas, lo hizo por el dolor o el desangramiento. Pensar que había muerto así era horrible, pero se dio a la tarea de darle un entierro digno tratando de ignorar como la frase "por favor salve nuestras almas" se repetía una y otra vez en su conciencia con remordimiento de simplemente ignorar la petición. Lo colocaba en un conflicto de morales bastante problemático. Conocía bastante bien a la vida, sabía que era caprichosa y ante cualquier descuido se iba a llevar algo más de él incluso si ya lo esperaba. 

Sus opciones lo llevaban a lo mismo, por lo que una noche, decidió acudir. Esperaba que nada malo pasara en su ausencia, y divagaba constantemente ante las posibilidades mientras se armaba correctamente. Deseó lo mejor no sólo a su hogar si no a la mujer inconsciente en una de sus habitaciones. El escudo familiar lo llevó en uno de sus brazos mientras salía una vez más, como si otro día normal fuera y de no ser por el caballo que le esperaba fuera con relinchidos lo hubiese pensado así. Pero tenía que irse. Tenía que ayudar a aquellas personas que se esforzaron tanto en contactarlo en busca de socorro.

Réquiem. [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora