Waltz.

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No podía dormir. Por más que intentara acomodarse en la cama, abrazara la almohada o se cubriera hasta la cabeza con las sábanas el sueño no acariciaba sus párpados para hacerlos más pesados, aunque de cierta forma le era comprensible pues acababa de despertar de un letargo duradero. Era aproximadamente media noche por la posición de la luna así que supuso que nadie estaría rondando por ahí conociendo a los humanos; se encaminó al pasillo entre pasos lentos y perezosos. Silencio. Agradable silencio que a lo largo del día no pudo percibir incluso si había permanecido como un animal enjaulado todo el día en la habitación dando vueltas revuelta en su pensar y sus posibilidades de irse una vez más. Aunque eso era lo que menos quería pensar.

La luz lunar que entraba por las cristaleras era agradable junto el olor de humedad tan ligero en el ambiente combinaban perfectamente para brindarle tranquilidad. Sus pasos eran silenciosos aunque sabía que él era de las pocas personas que podía escucharla por sus sentidos sobrehumanos por la genética viniendo de su padre. Fuera de Alucard, era posible que nadie más fuese a escucharla por tanto nadie le iba a molestar en su paseo nocturno en las instalaciones. Al llegar donde los pasillos conectaban pudo ver algunas pequeñas tiendas montadas en la entrada del castillo con varias personas durmiendo alrededor así que decidió pasar de largo y directamente vagar por el otro pasillo hasta donde anteriormente vio las escaleras, ésta vez, tomando la decisión de subir a la siguiente sección. Estaba iluminado por algunos candelabros y viejas velas que suponía contenían alguna clase de magia al ver que no estaban realmente gastadas a pesar del paso del tiempo teniendo en cuenta que el dhampir le dijo ciertas cosas sobre su padre. Dudaba que alguien hubiese cambiado las velas en un tiempo.
En el siguiente piso también había una gran alfombra roja alrededor del piso sin embargo contaba con sitios más abiertos como lo eran las grandes vidrieras a lo largo del pasillo que daban una vista espectacular al bosque y las tierras Belmont. También, en los diversos espacios de las paredes habían esculturas sosteniendo velas (en su mayoría, irónicamente, ángeles) o pinturas diversas ya fuera del mismo castillo o escenas varias con personajes tan variopintos como extravagantes. Aunque ciertamente le sorprendía el no encontrar ningún cuadro del tan nombrado Vlad Tepes.

Al acercarse lo suficiente para apreciar uno de los cuadros notó una energía extrañamente familiar. Se giró a los lados, miró de varias formas la pintura pero no encontró nada fuera de lo normal por lo que terminó levantándolo un poco para mirar por detrás, dando con un símbolo poco grato de ver ya que lo conocía bastante bien. Estaba escrito con gis de modo que lo borro casi de inmediato, terminando por dar con un rastro de ese mismo símbolo de transformación a lo largo del pasillo, en variedad de tamaños y escondites. Al hacer contacto con ese tipo de símbolos mágicos recibía bastante información, no por nada era un demonio. Siguió el camino marcado deshaciéndose de cuantos encontró, conservando sólo uno que era más una runa con la cual iba encontrando los demás. No estaban completamente ocultos, pero cualquier otra persona no los vería ya que después de todo nadie iba a estar mirando aquellos sitios. 
Se detuvo casi al final del pasillo al ver la silueta de un hombre ligeramente encorvado: estaba escribiendo aquél símbolo en un pequeño pilar sobre el que iba un jarrón bastante bonito. Achicó los ojos en un esfuerzo por obtener detalles de sus vestimentas o rasgos, acercándose a paso lento, acechando en las sombras ya que sentía las cuestionables intenciones del hombre, después de todo, solo alguien lo suficientemente estúpido intentaría usar símbolos alquímicos y demónicos en su presencia. 

— ¿Qué hace usted aquí a media noche?

— ¡Ah!, ah, disculpe usted jovencita. Soy un hombre humilde que no puede evitar el admirar las grandes obras que este castillo presenta, verá, siempre fui admirador de las artes.

— No quiera engañarme. — Que intentara jugar al inocente le irritaba, por lo que con ayuda de su erobokinesis se escabulló entre la sombra de las cortinas, para aparecer junto a él segundos después — ¿Admirarlas para colocar un símbolo del infierno?

— ...No malinterprete las cosas. Yo estoy en busca de conocimiento alquímico, soy un gran-

— Cierra la boca. No me agrada nada hacia donde va ésto. Me pareces... extrañamente familiar, y para que alguien como yo reconozca la esencia de alguien, será que lleva sus pecados sobre la espalda.

Aquél hombre frunció ligeramente el entrecejo al verse atrapado, aún desconocía las intenciones de aquella muchacha que al parecer tenía conocimientos como los de él, y hacía uso de las artes oscuras sin problema alguno.

— Tengo cosas que hacer aquí. Y si no quiere que intente asesinarla debería mantenerse callada.

La mujer chasqueó la lengua, irritada, sintiéndose incluso asqueada ante la actitud del hombre, haciendo un ademán con la mano izquierda, ojeando el pergamino que apareció en su mano (uno de sus muchos viejos trucos). Le mostró la piedra entre sus dedos que al contacto se rompió en mil fragmentos, y apenas toco el piso se deshizo en un camino de cenizas hasta desaparecer. El ojiazul intento retroceder sólo para verse atrapado por un par de cadenas rojizas atadas a sus tobillos, los ojos ámbar clavados en los suyos para ver hasta lo más profundo de su alma. En lo que se había metido, ahora se arrepentía. Podría ser un percance mayor en sus planes de revivir a Drácula.

— ¿Osas amenazarme, Saint Germain? Creo que nos espera una larga charla en tu último destino. Estás siendo juzgado, cada crimen, cada pensamiento, cada pecado, puedo verlo.. — Con un tirón le arrancó el pendiente, estando lo suficientemente cerca se agachó para quedar a su altura — Pobrecito hombre. Buscando el control de algo que es incontrolable.

— ¿Qué... quién eres? ¿Cómo sabes mi nombre?

— Este pergamino contiene los datos de tu mera existencia. Lo que buscas no lo conseguirás, y todas mis preguntas me las responderás en el infierno. — La retorcida parte de su alma, realmente lo estaba disfrutando — Es usted tan patético, tan miserable. Saint Germain, el bufón de las cortes. Él que se excusa bajo la alquimia para obtener lo que desea es considerado cobarde. No eres digno de llamarte aprendiz de las artes oscuras.

Ante la luz de la luna, los ojos parecían brillarle. Visto desde la perspectiva del inmovilizado académico era realmente terrible, en medio de la penumbra dos orbes observando hasta el más mínimo aliento que se le escapaba. Ella juraba saber todo lo que pensaba y hacía. Aquello no era una mentira. Pasó su mano por su cuello otra vez, para arrebatarle la llave que llevaba junto al reloj-espejo. Sus ennegrecidas uñas le rozaron la piel de la mejilla, dejando un rasguño notorio. En cuanto se levantó, volvió a la normalidad, recobró la compostura mientras evitaba cometer un crimen de odio ahí mismo producto de su necesidad demoníaca, incluso asustándose de su propia reacción, probablemente producto de su antigua persona saliendo a flote. Se aclaró la garganta al ver como él sólo balbuceaba para intentar decir algo, pero el miedo no lo dejaba. Sentía su miedo, su enojo, su frustración, e inconscientemente se alimentaba de ello como en algún momento lo hizo de las almas del infierno. De lo que cayó en su reino. 

— Nos vemos allá abajo, entonces.

Con un chasqueo de dedos se abrió un portal debajo del hombre que lo succionó con un grito ahogado. Tenía muchas preguntas, pero por ahora se dedicaría a terminar de erradicar los símbolos que quedaban alrededor del castillo. Por el bien de la protección de Alucard, y por el bien de su gente.

Réquiem. [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora