Toccata.

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Rodó una vez más sobre la cama. Su cuerpo se sentía tan pesado como una vara de acero sólida y moverse era un martirio por completo, como si su cabeza fuera a caerse apenas intentara levantarse. Cuando abrió los ojos, lo primero que vió fue la luna a través de las cortinas blancas ondeando por el viento, y el vago recuerdo de haberlo vivido antes le cruzó la cabeza junto a un cúmulo de imágenes viajando de regreso a su memoria tras haber despertado. No estaba segura de cuánto tiempo había dormido pero a juzgar por la etapa de la luna suponía había sido bastante, quizá un par de semanas. Necesitaría verificar. 

Por ahora se arrastraría fuera de la cama. Quiso reírse ante el estúpido pensamiento de sentirse como un vampiro: despertando al anochecer para vivir, regresando al ataúd (cama) por el amanecer para resguardarse de una muerte segura. Cerró las ventanas una vez estuvo lo suficientemente cerca, quedándose sobre la orilla de ésta por varios minutos observando el paisaje que había extrañado. El tiempo que haya sido, sentía era una eternidad en la que no podía ver a su amigo más cercano lo que la llevó a pensar sobre dónde podría estar. Supuso que no debería estar muy lejos, usualmente caída la noche él permanecía dentro del edificio o en alguno de los cuartos  por lo que buscarlo no sería una mala idea. En su camino a la puerta notó las cajas un poco polvorientas de aquella ropa que compró en el pueblo la noche de su ¿cuarto? ¿quinto? mes estando con el muchacho; inevitablemente sacó la prenda de la caja para dirigirse al baño de la gran habitación y posteriormente vestirse con aquello. Se miró al espejo y se acomodó los aladares detrás de cada oreja, admirando los detalles de la costura a mano dejándose llevar por los pensamientos de qué habría pasado con aquella familia tan dedicada a su trabajo; las tres hermanas Mársktpet eran simpáticas. Su madre era amable a pesar de tener algo de carácter. También recordó el rostro del rubio al mirarla salir y se sonrojó. Aunque era gracioso pensar en lo incómodo que estaba por ser vigilado hasta cada respiro por un par de hombres expectantes de cualquier movimiento. Volver a pensar en esos recuerdos era divertido.

Pero lo mejor sería buscar al hombre, ahora sí. Después de todo, su despedida no había sido la mejor de todas.

Salió del baño, luego de la habitación mirando en ambas direcciones del pasillo. No llevaba calzado porque era demasiado vaga para ponérselo y además estaba tan acostumbrada a no usarlo que prefería caminar descalza. La dañada alfombra la recibió con una caricia y no pudo evitar el sentirse algo alegre de estar devuelta; el tiempo en el infierno era mucho más duro además de lento por lo que era natural el extrañar la comodidad y confort que le brindaba estar ahí, en el castillo. 
Entró al viejo estudio, no había cambiado mucho. Él no estaba ahí, pero al menos podría aprovechar para ver un poco el lugar otra vez. Las flores frente al retrato de Lisa Tepes se veían frescas, mientras que las librerías ahora estaban completamente ordenadas, aunque todavía estaban los escombros regados por el piso junto a la silla de la chimenea, y los trozos de espejo regados en la esquina. Con media reverencia se retiró para continuar caminando sólo para encontrarse con dos de las puertas cerradas, supuso que tendría sus razones por lo que pasó de largo, encontrándose así con la puerta de la actual habitación del Tepes. Tocó dos veces pero no recibió respuesta. De estar dormido se hubiese dado cuenta por la respiración, pero no era capaz de escuchar ni sentir nada detrás de las puertas; las abrió dando unos pasos dentro: también estaba vacía. La cama estaba hecha como si no la hubiera tocado en todo el día, la pequeña chimenea estaba apagada, todo estaba en orden e incluso las cortinas estaban cerradas. Tenía una habitación muy bonita pero no estaba ahí para eso. Aunque tampoco negó el impulso de sentarse en ella para poco después permitirse el descansar la espalda ahí, disfrutando secretamente del olor a flores y especias. 
Negó con la cabeza volviendo a levantarse. Había que concentrarse en su misión principal que era encontrar al dueño del que hasta el momento no encontró pista alguna. Salió del cuarto, pensativa acerca de dónde podría estar, comenzaba a preocuparse pues él no era alguien de dejar un sitio repentinamente en especial si se trataba de su castillo. Se apresuró a recorrer el corredor en dirección contraria, alzando un poco el vestido para evitar tropezar con la tela mientras sus pies avanzaban rápidamente a lo largo de la alfombra un tanto impaciente de no ser capaz de dar con su presencia en el lugar. 

¿No la había abandonado, verdad? Él había prometido estar ahí cuando despertara.

Incluso si los vampiros tenían mala fama de romper sus promesas con facilidad él sólo era la mitad de uno, mayormente por sus genes, pues si de su mano estaba decidir estaría más que a favor con la idea de él siendo un humano por completo. Tenía una gentileza tan cálida como acogedora a pesar de la neblina pesimista que de vez en cuando se asomaba entre el lucero de sus ojos. No quería creer que la razón por la que no lograba dar con él era que se hubiese marchado sin más; sin dejar aunque sea una nota de despedida. Nada. Se detuvo un momento al final del pasillo observando las escaleras que bajaban a otro piso de esa torre: se podía bajar o subir para acceder a una nueva zona pero prefería no husmear sin permiso. Caminó de regreso, ojeando las habitaciones una vez más. Fue capaz de ir a la cocina y regresar. Sólo en ese instante creyó inocentemente que podría estar en el almacén de la familia Belmont razón por la que no lo podía encontrar. De no ser por el vestido hubiese volado por su cuenta hasta la parte más baja, pero no quería dañar la prenda en absoluto. Era demasiado preciosa para ello.
Ansiosa, usó el elevador correspondiente mientras observaba la luna en medio del manto nocturno al momento de bajar. Entre más bajo llegaba menos la luz natural recibía, hasta que finalmente llegó a la parte más baja del lugar, abriendo la puerta apenas alcanzó tras salir del elevador. El rechinido rebotó por el lugar en un eco, y mientras observaba desde las escaleras nuevamente se dió cuenta que no estaba ahí tampoco. 

Se le encogió el corazón mientras retenía el aire. Lentamente estaba abandonando toda esperanza en cuanto se transportaba a la entrada con la ayuda de un portal, caminando con pocos ánimos mientras pasaba por las puertas. Quería pensar que había alguna explicación lógica. Estaba extrañamente triste, pero suponía que era producto de la desilusión que su situación le generó. Al menos esperaba verlo en el castillo una vez más, pero al parecer deseaba demasiado.

Antes de retirarse al interior, un sonido no muy lejano llamó su atención haciéndola detenerse en sus pasos antes de girarse a ver. Al principio no logró visualizar nada fuera del sol comenzando a limpiar la noche para hacer el día; hasta que logró enfocarse entre los árboles las diversas figuras humanas, algunos cargando con antorchas, horcas y objetos varios para usar en su defensa. Entre el grupo, miró al muchacho liderando el camino, dejando que sus labios se abrieran en forma de "o", antes de reaccionar dispuesta a refugiarse en la habitación con más razones, en especial apenas hicieron contacto visual, intentó regresar. ¿Quién era esa mujer, y toda la gente que lo acompañaba?, de cierta forma se sentía traicionada. Entendía la naturaleza de ayudar del joven, pero no esperaba que terminara de esa forma. Dio media vuelta entrando al castillo decidiendo ignorar todo lo demás, después de todo, quizá sería lo mejor.

Réquiem. [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora